lunes, abril 27, 2009

She's no longer your slave

“Well now, she don't need to see the sun ahead
don't need that help from god above
If you're losing her don't be sad
cause she will offer you heart attacks

She's tired of problems that you caused her mind
Tired of all those lies in your freak show
Tired of being alone at night
being the lowest cat on earth

So Gloria steps out from the prison
Gloria's no longer the wasted disco girl
you've been dreaming about
Gloria alone now forever
Gloria away in the air now
Gloria she's no longer your slave
(...)”


[¡Qué maravilla de single (segundo de su último álbum, “Give me fire”) se han marcado los suecos Mando Diao con este “Gloria”! Estoy irremediablemente enganchado...]

Adaptando, que es gerundio

Hace algo más de un mes se estrenó, rodeada de polémica, la adaptación al cine del tebeo “Watchmen” de Alan Moore y Dave Gibbons. Dentro de 3 días veremos por fin en pantalla grande la última (hasta la fecha) entrega de la saga fílmica de la Patrulla X, “X-Men Orígenes: Lobezno”, y la expectación no podría ser mayor (ayuda, por supuesto, una campaña de marketing totalmente masiva). El año pasado la película que mejores cifras consiguió en taquilla fue “El caballero oscuro”, pero lo cierto es que también “Iron man” logró una recaudación muy por encima de lo esperado. A día de hoy existen proyectos para varias decenas de adaptaciones de tebeos al cine (casi todas de super-héroes) incluso antes de que los comics que adaptan hayan traspasado siquiera las fronteras de su país de origen (caso de “The Umbrella Academy”, cuya andadura editorial ha comenzado hace un par de meses en nuestro país de la mano de Norma, datando los primeros rumores de su salto al cine de finales del año pasado). Está claro que las industrias del cine y el tebeo están más unidas ahora que nunca, pero lo cierto es que los resultados, salvo excepciones, suelen ser bastante discutibles en términos de calidad.

A la hora de adaptar un tebeo al cine se pueden apreciar varias tendencias: una primera que consiste en “poner el piloto automático” y contratar a un director mercenario, por muy fan que pueda ser de la obra en cuestión (léase Lou Leterrier, Tim Story o Timur Benkbambetov), y convertir el material de base en blockbuster de encefalograma plano, más o menos divertido, que caduca tras el primer visionado; una segunda, lastrada por el sometimiento absoluto al material de partida, que conduce a un resultado que los más incondicionales del original amarán por su fidelidad (“Sin City”, “300”, “Watchmen”) pero que adolece de grandes carencias desde un punto de vista cinematográfico (rítmico y de incontinencia narrativa, sobre todo); y una tercera que pasa por un director que impone su interpretación del tebeo, logrando un resultado tan satisfactorio o fallido (como en el caso de “V de Vendetta”, “Ghost world” o el “Hulk” de Ang Lee) como lo sea la visión del realizador. Al final, claro, resulta que adaptar un tebeo es como adaptar una novela, un videojuego, una serie de televisión o un folleto del Carrefour: la fidelidad nunca debe anteponerse a los valores estrictamente cinematográficos. Lo importante, en resumen, debiera ser la coherencia interna del relato y la calidad propia del producto final. Es decir, la película.

Entonces, ¿existen buenas películas basadas en comics? ¡Diablos, sí!

Como suelo decir, las opiniones son como los culos (cada uno tiene el suyo), pero como entusiasta de ambos medios (comic y cine) dejaré constancia aquí de cuáles son mis adaptaciones favoritas de un tebeo a la gran pantalla (existen otras, televisivas y animadas, que bien podrían ocupar los primeros puestos de este ranking, pero que dejo fuera para no mezclar churras con merinas). Así que ahí van, en orden inverso de preferencia, mis 10 pelis favoritas basadas o inspiradas en un comic:

10- Spider-man 2


La segunda entrega de la saga fílmica del hombre araña volvió a poner a Sam Raimi en la silla del director (repetiría después en “Spider-man 3”, profundamente decepcionante), mejorando los resultados del primer film de la franquicia. Libre ya de la responsabilidad de presentar a los protagonistas, “Spider-man 2” ofrece un guión más equilibrado, actuaciones convincentes (mientras los actores que repiten se muestran más cómodos en sus respectivos personajes, Alfred Molina sube muchos enteros la parte relativa al villano, que además goza de un aspecto visual a años luz del Duende Verde excesivamente kitsch de la primera entrega) y un acabado visual sobresaliente. Teniendo en cuenta que no aspira más que a hacernos pasar un buen rato (solos o con toda la familia), podemos concluir que lo consigue con creces.

9- Persépolis


Partiendo de su propia obra impresa, Marjane Satrapi (asistida en la dirección por Vincent Paronnaud) tradujo al lenguaje de la animación sus vivencias personales de adolescencia, a caballo entre su Irán natal y Austria. Pese a que el grafismo de Satrapi es deficiente en algunos aspectos, el salto al cine le permitió explotar fórmulas narrativas diferentes a las empleadas en viñetas, consiguiendo una de las adaptaciones más equilibradas en cuanto a fidelidad y calidad cinematográfica.

8- Ghost in the shell


No soy un gran fan de Masamune Shirow, autor sobrevaloradísimo con nulas dotes para la narración gráfica. No obstante, la adaptación de su más celebre manga (dudoso mérito compartido, quizás, con “Appleseed”) a cargo del director Mamoru Oshii supuso un hito en el devenir de la ciencia-ficción animada (y sin animar), comparable sólo al “Akira” de Otomo (no incluido en esta lista porque su final siempre me ha parecido farragoso e incomprensible). Oshii superó sin problemas las muchas limitaciones del material de base y entregó una de las mejores películas cyberpunk de que tengo constancia, marcando una senda que años después seguirían en imagen real los hermanos Wachowsky en “The Matrix”.

7- American splendor


He aquí un ejemplo claro de por qué las adaptaciones no tienen por qué ceñirse estrictamente a la fidelidad respecto al material original. Teniendo en cuenta que no he leído el tebeo en que se basa, poco debería importarme como espectador que esta cinta dirigida por Shari Springer Berman y Robert Pulcini sea o no una adaptación al dedillo del tebeo de Harvey Pekar y Joyce Brabner. “American splendor” funciona a las mil maravillas como obra cinematográfica independiente y aislada, contando además con una interpretación principal sobresaliente a cargo de Paul Giamatti.

6- X-2 (X-Men 2)


Tras dejar el terreno abonado con la correcta “X-Men”, Bryan Singer prosiguió la adaptación de las aventuras del super-grupo de mutantes de Marvel con un segundo acto modélico como no se recordaba desde “El imperio contraataca”. Pese a las numerosas licencias que la adaptación se permite (cambios estéticos, psicológicos e incluso de habilidades mutantes en los personajes), el conjunto es muy sólido y, sobre todo, disfrutable. Por desgracia, Brett Ratner no supo rematar la faena y entregó la peor cinta de la franquicia en la que, se suponía, sería el gran fin de fiesta (“X-Men 3: la decisión final”).

5- Superman


Reconozco que en este caso me pueden la nostalgia y el cariño incondicional que profeso hacia esta película, pues se trata junto a “La historia interminable” de Wolfgang Petersen de uno de los primeros recuerdos cinematográficos de mi vida. En su momento rompió moldes y dejó boquiabiertos a una generación de niños (y no tan niños) que se creyeron aquello de que “un hombre puede volar”. Pese al obvio envejecimiento del film, el “Superman” de Richard Donner continúa pareciéndome una de las mejores adaptaciones de un tebeo de super-héroes al cine: no ha vuelto a haber otro Kal-El como Christopher Reeve y la banda sonora de John Williams continúa siendo una de las más grandiosas de la historia del cine.

4- El caballero oscuro


Como ya escribí hace unos meses (coincidiendo con su estreno en cines), “El caballero oscuro” retoma el acertado planteamiento adoptado por Christopher Nolan para afrontar “Batman begins” (hipotético decimoprimer puesto de este ranking) y prosigue la exploración de la psique del guardián de Gotham, enfrentándolo esta vez a un Joker salvaje (memorable Heath Ledger) y a las consecuencias de sus propias determinaciones. El éxito del film radica en un reparto sobresaliente y en el tratamiento que Nolan le dispensa, más propio de un sombrío thriller de acción realista que de una fábula gótica al estilo Burton (y a Joel Schumacher mejor ni mentarlo).

3- Una historia de violencia


Nos encontramos a partir de aquí con tres adaptaciones que mejoran con mucho el tebeo en que se inspiran. En el caso de la cinta de Cronenberg, el canadiense adapta con relativa fidelidad la primera parte del comic de John Wagner y Vince Locke para descolgarse después con una segunda mitad más oscura y violenta (psicológicamente hablando) donde Viggo Mortensen brilla con luz propia componiendo un personaje complejo y orgánico con grandes lagunas morales. Le acompañan en el reparto Maria Bello (preciosa e inspiradísima), el infravalorado Ed Harris y un algo sobreactuado William Hurt, en la película que supuso el comienzo de mi admiración hacia David Cronenberg, hasta entonces demasiado obcecado con sus truculencias (en mi nada modesta pero siempre discutible opinión). Poco después director y actor repitieron juntos en la también excelente “Promesas del este”, confirmando que el éxito de “Una historia de violencia” no había dependido nunca del material de partida, sino del buen hacer cinematográfico de sus implicados.

2- Old boy


Decía Hitchcock que la clave para lograr una buena adaptación es quedarse con lo que a uno le gusta y olvidar el resto, y eso es precisamente lo que hizo Park Chan-wook en su revisión del manga de Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya: partir de un planteamiento interesantísimo (un hombre que es secuestrado y encerrado en una habitación durante 15 años queda de pronto en libertad sin mediar explicación alguna) y llevarlo por otros derroteros en una historia que sabe ser violenta, hermosa, tierna y terrorífica, que maravilla por su acabado estético, su trazado psicológico y su música de ensueño. Una mezcla perfecta entre el imaginario visual de Jean-Pierre Jeunet y la contundencia del mejor Tarantino. Una obra maestra que se pasa por el forro el manga del que procede. Por suerte.

1- Camino a la perdición


Aunque no haya muchos que compartan esta afirmación, posiblemente “Camino a la perdición” (engañosa traducción de “Road to Perdition”, donde Perdition es un lugar y no un estado del alma) sea la mejor muestra de cine negro en lo que llevamos de siglo, además de la mejor película hasta el momento de su director, Sam Mendes. Poética y sobrecogedora, nada falta ni sobra en esta historia de venganza y lazos familiares que deja en pañales al tebeo de Max Allan Collins y Richard Piers Rayner en que se basa, y que no era más que una insípida traslación a la Norteamérica de los años 30 de la historia de “El lobo solitario y su cachorro”, monumental manga de Kazuo Koike y Goseki Kojima ambientado en el Japón feudal (y que es lectura obligatoria para todos aquellos que gusten de las viñetas como medio de expresión). Posiblemente ningún espectador que haya visto “Camino a la perdición” sin conocer sus referencias previas habrá intuido un origen tebeístico, pero también eso es algo a desterrar en la opinión del público respecto a las adaptaciones de comics a la gran pantalla: expresiones como “es muy de comic” no tienen sentido ni legitimidad cuando se refieren al tratamiento estético o narrativo de una película, sobre todo si lo que se pretende decir es que tal o cual film es colorista, kitsch o naïf. Será, quizás, que el tebeo que adaptan es igualmente colorista, kitsch o naïf, no siendo estas cualidades inherentes al medio en que se presenta la historia.

domingo, abril 26, 2009

Empezaremos a silbar

“(...)
No serás capaz de odiarme,
si lo he empeorado aún más
que bajen tus labios y me callen,
si no empezaremos a silbar.

Por si alguien aún duerme
(incendios de nieve y calor, calor).
A veces te pasas
(incendios de nieve y calor, calor).

Y al parecer nos sienta bien pelear,
justo al contrario, fortalece más.
Supera esto, no serás capaz,
supera esto, no serás capaz,no ...”


[Esto es “Incendios de nieve”, uno de los temas del último trabajo de los catalanes Love of Lesbian, “1999 (o cómo generar incendios de nieve con una lupa enfocando la luna)”. Todo el álbum gira en torno a un amor de juventud visto con la perspectiva que otorgan diez años de distancia. Personalmente no me parece tan redondo y adictivo como su disco anterior, “Cuentos chinos para niños del Japón” (gracias al cual descubrí a este interesantísimo grupo de pop hace tan sólo unos meses), pero sí contiene algunas canciones fabulosas como la antes mencionada, la ultra-pegadiza “Club de fans de John Boy”, “Algunas plantas” o “El ectoplasta”. Love of Lesbian suma y sigue con pasos firmes su ascenso al podio de la música nacional...]

sábado, abril 25, 2009

Homenaje sin alma


La gente de Dreamworks parece no querer aprender la lección. Su última película de animación 3-D hasta la fecha, “Monstruos contra alienígenas”, los sitúa de nuevo a años luz de distancia (por debajo) de su teórico competidor, Pixar.

A grandes rasgos, la historia narra las andanzas de varios monstruos capturados por el gobierno de los EE.UU. que serán puestos en libertad con la condición de detener una invasión alienígena que amenaza la supervivencia de la humanidad. Si “Kung Fu Panda” se adscribía al género de artes marciales y “El espantatiburones” al cine de gangsters, aquí el obvio referente es la ciencia-ficción de los años 50. No en vano, los monstruos protagonistas son unos (poco encubiertos) émulos de aquellos que se presentaron al público en “El monstruo de la laguna negra”, “La mosca”, “Godzilla”, “El ataque de la mujer de 50 pies” o “The blob”. También hay en la cinta claros homenajes a otros títulos del género como “Encuentros en la Tercera Fase”, “E.T.”, “Star Trek”, “Star Wars” y hasta “Teléfono Rojo: Volamos hacia Moscú” (que no es ciencia-ficción, lo sé, pero para el caso como si lo fuera).


El problema es que la gracia de la película es prácticamente inexistente más allá de esta lluvia de gags/homenajes y de un apartado técnico brillante (pero vacío). El guión de “Monstruos contra alienígenas” es plano, predecible e impersonal, cae en todos los lugares comunes del cine infantil y culmina con la clásica reflexión moralizante de que hay que mantener la autoestima alta aunque uno sea deformemente monstruoso (y yo que creía que eso ya se había superado en los 60 gracias a los argumentos naïf de Stan Lee para “Fantastic Four”).

Lo que Dreamworks no ha comprendido es que los chicos de Pixar siempre alcanzarán resultados muy superiores mientras los primeros no consigan dotar a sus películas de auténtica entidad cinematográfica, de un alma propia más allá de los cuatro guiños/homenajes de turno (y que en el caso de Pixar también existen, pero siempre como complemento del argumento, nunca como eje central).

Al final, “Monstruos contra alienígenas” se queda en un correcto pasatiempo que divertirá a los más pequeños y que hará que los adultos esbocen alguna sonrisa cómplice al contemplar la superficial demostración de conocimientos frikis de los guionistas. La conclusión obvia, al llegar los créditos, es que para eso mejor hubiera sido ahorrarse el gasto y quedarse en casa viendo el último capítulo de “The Big Bang Theory” (con guiño al multiverso DC incluido).


Reconozco que me da un poco de rabia: después del buen sabor de boca que me había dejado “Kung Fu Panda” pensé que Dreamworks Animation había encontrado el camino a seguir...

miércoles, abril 22, 2009

El buen pirata

En mi ruta mañanera de webs, blogs y demás espacios virtuales habituales, me he encontrado con un interesantísimo artículo firmado por Hernán Casciari para su vitácora “Espoiler” (un lugar estupendo donde enterarse de qué se cuece en el mundo televisivo). El artículo en cuestión reflexiona sobre la polémica levantada por las declaraciones de la nueva ministra de cultura, Ángeles González-Sinde, acerca de la piratería informática (nada que ver con esos señores somalíes que atacan barcos en alta mar). Personalmente el término “piratería” no me gusta demasiado, creo que Tote King dejó muy claras sus connotaciones en un corte (hablado por David Bravo) de su disco “Un tipo cualquiera”, que suscribo al 100%. Podéis escucharlo aquí.

Pero en fin, iré al grano.

Se hace difícil juzgar las intenciones del texto, porque el blog de Casciari está alojado en ElPais.com, medio de comunicación de gran afinidad (siendo delicados) con el partido que gobierna España, y porque por mucho que en el artículo de marras critique la emisión de contenidos sin subtítulos (o con subtítulos de dudosa calidad) de Digital +, su autor firma todos los meses algún artículo publicado en la revista para socios de dicha plataforma de televisión por satélite (y asumo, por tanto, que su crítica no es más que una de cal para suavizar el texto y pretender equiparar al autor con el “hombre/internauta de la calle”). Digital +, por cierto, pertenece al mismo grupo mediático que el diario “El País”, con lo que ya veis que todo queda en casa.

No obstante, eso no es óbice para que el analista televisivo no tenga parte de razón en lo que dice. Al menos en lo que se refiere a la remuneración del trabajo bien hecho a sus autores. Descargar artículos de ocio de forma indiscriminada me parece, en cierta medida, inmoral.

(Ahora es cuando soltáis a los perros, lo sé, pero prometo no echar a correr antes de explicarme).

Existen tantas opiniones sobre este asunto como usuarios, así que me veo irremediablemente obligado a personalizar. En mi caso, no puedo negar que hago un gran uso de las descargas de archivos, ya sea con servidores estilo Rapidshare o Megaupload como con programas P2P como eMule, pero intento respetar una suerte de código ético que, al menos, me hace dormir mejor por las noches. Este código ético (que algunos podréis tachar de inocentón y simplista), se concreta en los siguientes tres puntos:


1- Nunca veo una película bajada de internet (independientemente de la calidad de la copia) si puedo verla en cine. Por un lado, porque la experiencia no es comparable a ningún nivel. Por el otro, porque ir al cine una vez a la semana no es un derroche tan exagerado para según qué personas (entre las que me incluyo), teniendo en cuenta que existen infinidad de cosas intelectualmente menos enriquecedoras y mucho más caras en las que a veces gastamos tontamente nuestro dinero (por ejemplo, aunque no exclusivamente, las copas que uno se mete en el cuerpo cuando sale de marcha). Esta primera norma de mi dudoso código ético pretende que, al menos en lo que a mí respecta, los exhibidores de cine no se arruinen y dentro de 20 años sigamos pudiendo ver estupendas películas en pantalla grande y, al mismo tiempo, que un servidor no se sienta culpable por descargarse cintas como la muy reciente “Déjame entrar”, que en el momento de su estreno en salas no ha contado con ninguna mísera copia en toda la comunidad autónoma gallega (y es que, reconozcámoslo, algunas distribuidoras sencillamente se lo buscan).


2- Si algo me gusta de verdad, acabo pasando por caja. Echando cuentas, puedo afirmar con rotundidad que desde que me descargo ocio por internet compro más que antes. Así, me gusta tener mis DVD’s originales de “Lost”, “Six feet under”, “Futurama”, “Samurai champloo”, “The wire” o “Deadwood” (¿para cuándo las terceras temporadas de estas dos últimas?), buenas ediciones (cargadas de extras, documentales y audiocomentarios) de mis pelis favoritas y, cuando el año va llegando a su fin, no faltan en mi carta de Reyes algunos de los discos de música que más me han entusiasmado a lo largo de los 365 días precedentes (estas Navidades, entre padres, hermanos, padrinos y demás familia me hice con 5 de los 10 que conformaban mi Top 10 2008, otro ya lo tenía desde el día mismo de su lanzamiento y el resto esperaré a adquirirlos cuando los rebajen a la “serie media”... pero eso no es ilegal, ¿no?). A mayores, también es cierto que desde que descargo música he ido a muchísimos más conciertos de grupos que de otro modo no hubiera conocido porque no me habría arriesgado a comprarme sus discos sin haberlos escuchado antes (véase Russian Red o Quique González). No quiere esto decir que el precio de los CD’s de música no sea abusivo, pero lo que está claro es que tampoco aquí es todo blanco o negro. ¿Mi última adquisición? ¡Esta preciosidad! (editada en una elegante caja en blanco y negro):


3- Los libros y los comics no se descargan. Si en el caso del cine la experiencia varía muchísimo de la sala de proyecciones a la pantalla de PC, en el de las lecturas podríamos decir que pierde rotundamente todo su encanto. Aunque sé que hay mucha gente a la que no le molesta en absoluto, yo soy incapaz de leerme un libro en la pantalla del ordenador o incluso impreso en folios en blanco. Me parece, sin ánimo de ofender, una pequeña aberración. Además, si uno realmente quiere leer un libro sin pagarlo siempre tiene la posibilidad de conseguirlo en la biblioteca más cercana (que en España hay muchas, y algunas especialmente bien surtidas). Y si no, tampoco creo yo que los libros sean los bienes de consumo más caros, teniendo en cuenta que una edición de bolsillo de “1984”, “El retrato de Dorian Gray” o “Rayuela” no va a pasar de los 12-15 € y te va a dar muchas horas de buena literatura. En cuanto al comic, leer en una pantalla de ordenador un tebeo previamente escaneado desvirtúa totalmente el concepto de composición de página (intentad leeros el “Promethea” de Moore y Williams III o el “Jimmy Corrigan” de Ware en vuestro portátil y ya me contaréis qué tal).


Debo reconocer que yo he descargado algún comic por P2P, pero en mi defensa añadiré que se trataba de obras totalmente descatalogadas e imposibles de conseguir en nuestro país (e incluso en el extranjero por problemas de derechos), como el “Miracleman” de Alan Moore y Neil Gaiman, el “Daredevil” de Ann Nocenti o las historias cortas de Shintaro Kago (que ni siquiera existen en lengua castellana). De hecho, me resisto a bajarme el “Flex Mentallo” de Grant Morrison y Frank Quitely por si sucede el milagro y alguien tiene la bondad de publicarlo en nuestro país (si se ha podido con “Cerebus”, impossible is nothing).


Enunciados mis “3 mandamientos del buen pirata”, supongo que a algunos les parecerá que busco justificarme (como si eso me importase un rábano, visto el panorama), y a otros que estas medidas éticas no cambiarán nada y que por tanto es inútil adoptarlas. Tampoco yo quiero insinuar que mi comportamiento sea el correcto, tan sólo hacer entender que considero necesario que cada uno reflexione acerca de la mal llamada “piratería” y sus posibles repercusiones y obre en consecuencia, en lugar de simplemente disfrutar del pillaje sin plantearse que tal vez el día de mañana sea su propio trabajo el que no esté recibiendo el merecido beneficio económico (así como un cierto respeto artístico) mientras todo el mundo lo disfruta de forma indiscriminada.

Probablemente el soporte físico del cine y la música haya muerto y él aún no lo sepa (o se está haciendo el sueco), y quizás el futuro del tebeo pase por los webcomics y el de los libros por los lectores de e-books, pero está claro que o bien volvemos al trueque o bien la gratuidad del ocio acabará por pasarle factura a los autores, esas personas que con sus ideas, textos, imágenes y melodías nos hacen la vida un poco más agradable...

(Y dicho esto... ¡a correr!)

domingo, abril 19, 2009

De terrores espaciales y otros asuntos videojueguiles

De pequeño me flipaban los videojuegos.


Desde los 9 años, momento en que me trajeron los Reyes la Super Nintendo con el “Street Fighter II”, el “Super Mario World” y el “Super Castlevania IV” (uno de mis juegos favoritos de todos los tiempos), hasta que entré en la carrera, una parte importante de mi ocio estaba directamente relacionada con los videojuegos. En todo tipo de plataformas, además. Recuerdo con gran cariño las horas pasadas con la mencionada Super Nintendo (a los anteriores debería añadir otros títulos de los que guardo un grato recuerdo como “Mortal Kombat”, “Megaman X”, “Illusion of Time”, “Yoshii’s Island” o el indispensable “Super Mario Kart”), con la Game Boy (donde el “Tetris” era el rey, aunque también tenía un “Castlevania” estupendo) y también con la posterior PlayStation de Sony (imposible no mencionar los dos primeros “Resident Evil”, el primer “Tomb Raider”, el revolucionario “Metal Gear Solid”, un nuevo “Castlevania” subtitulado “Symphony of the Night” o, por encima de todos, “Final Fantasy VII”, sino el mejor al menos sí el juego que más me ha hecho disfrutar en toda mi vida). También me lo pasé como un enano con algunos juegazos de ordenador como “The Curse of Monkey Island” (el único de la saga que conseguí terminar), “Commandos”, “Grim Fandango” o “StarCraft” (del que, por cierto, ahora se anuncia una secuela que pinta estupendamente).

Pero, una vez en la universidad, poco a poco vi como mi interés por los juegos decrecía y otras cosas iban ocupando su lugar (curiosamente no los comics ni el cine, que ya eran desde hacía años mi mayor motivo de alegrías). No le saqué mucho partido a la PlayStation 2, más allá de las indeludibles partidas al “Pro Evolution Soccer” de turno (el único juego al que he seguido jugando sin descanso y de forma casi diaria en todas las consolas que he tenido) y el muy puntual “God of War” (impresionante, eso sí), último videojuego con historia de fondo que había jugado íntegramente hasta esta semana.


Puedo decir sin miedo a equivocarme que en los últimos 7 años no he prestado casi ninguna atención al mercado consolero, y las pocas noticias de que tenía constancia provenían de amigos que estaban mucho más interesados que yo y, principalmente, de mi hermano. Éste se compró hace un tiempo una X-Box 360, la consola de Microsoft que parece estar ganándole la partida a la PlayStation 3 de Sony gracias a un catálogo de juegos más variado y competitivo (hablo sólo por referencias, así que si me equivoco sois libres de corregirme). He visto a mi hermano pasar sus buenas horas delante de juegos con un aspecto espectacular como “Gears of War”, “Bioshock” o “Assassin’s Creed”, pero debo reconocer que, por muy buena pinta que éstos tuviesen y por muy divertidos que mi hermano jurase que eran, ninguno conseguía acaparar mi atención durante más de unos minutos. He echado también algunas partidas francamente divertidas con la Wii de mi madre, pero ahí influye un componente de actividad colectiva que impide ese vicio compulsivo que sí te atrapa cuando estás enganchado a una aventura con argumento (ya sea un shooter, un RPG o un plataformas). Por lo que a mí respecta, jugar solo a la Wii es como hacerlo al “Parchís” o al “Scrabble”: poco recomendable.


Ese desdén hacia el asunto videojueguil desapareció con la llegada de “Dead Space”. Desde que mi hermano me enseñó las primeras imágenes en movimiento sentí el pálpito de que ése podía ser el videojuego que me atrajera de nuevo al redil (o al lado oscuro, si lo preferís).

Para los que no estén muy al tanto del mundo consolero, aclararé que “Dead Space” es un survival horror (de terror, vamos) ambientado en algún momento distante del futuro de la humanidad. El protagonista es Isaac Clarke (cuyo nombre homenajea a los escritores de ciencia-ficción Isaac Asimov y Arthur C. Clarke), un ingeniero enviado a una misión de rescate en el espacio: la nave USG Ishimura, destinada a una lejana colonia, ha perdido todo contacto con la civilización y alguien debe acudir a dilucidar lo sucedido. Tras un ajetreado aterrizaje en el interior del mastodóntico navío interestelar, Clarke y sus compañeros de misión se encontrarán con una extraña plaga que ha convertido a los pasajeros de la Ishimura en monstruosas (y peligrosísimas) formas de vida no humanas (y de ahí, claro, el terror que emana todo el asunto).

A grandes rasgos, se puede definir el argumento de “Dead Space” como una violenta historia de terror y ciencia-ficción que bebe directamente de películas como el “Alien” de Ridley Scott, “La cosa” de John Carpenter, “Horizonte final” (única cinta visible del realizador Paul W.S. Anderson y curiosamente bastante maja) y “2001: una Odisea en el Espacio”. La ambientación y la atmósfera son sencillamente increíbles, los gráficos son espectaculares (aunque a estas alturas soy incapaz de juzgar los gráficos de un juego con un criterio fiable, todo lo que veo en las nuevas generaciones me parece la caña) y la tensión que todo el juego transmite es insuperable (en alguna ocasión he estado a punto de cagarme de miedito, y conste que soy un espectador de cine de terror y fantástico bastante curtido). El control del juego es muy bueno y además incorpora algunos detalles como la acción en entornos de atmósfera cero (conseguidísima) o los menús holográficos desplegados en tiempo real que consiguen que siempre te mantengas en estado de alerta. Otro factor positivo es que el juego está totalmente traducido y doblado (bastante bien) al castellano.
Quizás el único pero que pueda ponérsele es que el argumento es algo manido (recurriendo a veces a lugares comunes del género), sobre todo si se conocen las obras en que se inspira. De todos modos, la experiencia es tan absorvente y adictiva que cualquier posible ligereza de guión se le perdona sin dudarlo.

Después de 18 horas de vicio codo con codo (18 horas de juego divididas en muchos días, no 18 horas ininterrumpidas, ¿eh?), ayer mi hermano y yo llegamos al final de “Dead Space” y servidor se sintió como cuando se terminó el primer “Resident Evil”, o “Final Fantasy VII”, o aquel lejano “Super Castlevania IV”: la hostia de satisfecho.

Antes siquiera de que pudiera preguntarme si esto sería un gran final o un nuevo y prometedor comienzo en mi errática trayectoria videojueguil, me vi de forma casi inconsciente diciéndole a mi hermano: “ey, tío, ¿ ha salido ya el “Resident Evil 5”?


Una aclaración y una pregunta retórica

1/ Existen un tebeo y una película de animación que sirven de precuela a lo narrado en el juego “Dead Space”. No he leído el primero (firmado por el a-veces-genial-a-veces-lamentable guionista Warren Ellis), pero la peli es un auténtico truño, sólo apta para cinéfilos coprófagos del máximo nivel.


2/ Para ser la primera reseña de un videojuego en El Abismo no me ha quedado tan mal, ¿verdad? De aquí a “Hobby Consolas” sólo hay un paso, jajaja...

viernes, abril 17, 2009

"...soy basura..."

"(...)
They're selling razor blades and mirrors in the street
I pray that when I'm coming down you'll be asleep
If I ever hurt you your revenge will be so sweet
Because I'm scum, and I'm your son,
I come undone
(...)"



[Musicalmente hablando, no me entusiasma Robbie Williams. Además, me cae mal. Creo que la sinceridad no debiera nunca estar reñida con la buena educación y este hombre es famoso, en parte, porque cada vez que habla sube el pan. Pero eso no quita que el tío tenga algunas canciones buenas como “Feel” o “Radio" y algunas incluso muy buenas como esta “Come undone”. No sé por qué habré vuelto a escucharla con asiduidad estos días, pero lo cierto es que me sigue pareciendo cojonuda. Supongo que es un buen tema para una entrada del Abismo: canciones que me gustan de cantantes y grupos que no soporto. Quizás otro día...]

Morir como mujer

1

Estando de Erasmus conocí a una chica que tenía en los supervivientes de la tragedia aérea que inspiró el film “Viven” (supongo que habréis oído hablar de ellos) a sus máximos referentes vitales. Según ella aquellas personas, que habían conseguido superar las más desalentadoras y amenazantes circunstancias, eran el paradigma del heroísmo. Yo intenté rebatir su afirmación sosteniendo que aquello no tenía nada de heroico. No se me malinterprete: no pretendo restarle méritos a su hazaña, pero siempre he entendido el heroísmo como la capacidad de realizar un gran sacrificio (aún a costa de la propia vida) por otra persona. Los protagonistas de aquella historia de supervivencia extrema demostraron un valor y una tenacidad que quizás muchos no sabríamos encontrar en nuestra peor hora (yo el primero), pero lo hicieron para salvar sus propias vidas.

...

2

Tal vez no os hayáis dado cuenta, pero no vivimos en el mejor de los mundos. Las estructuras sociales humanas han sido cruelmente discriminatorias desde que el hombre pisó la faz de la Tierra hace eones: en el sistema de castas de la India (y de forma análoga en otros países como Bangladesh o Yemen) existe un grupo conocido como dalits o intocables a los que, como su nombre indica, está prohibido siquiera tocar, y que han sido despojados por el conjunto de la sociedad de cualquier tipo de dignidad y derechos fundamentales. Pero también, a un nivel diferente, en el patio del colegio los otros niños se ríen del alumno gordo que no sabe jugar al fútbol. En el instituto, el chaval amanerado es blanco de las burlas de sus compañeros más "machotes" y el gafotas que saca las mejores notas recibe las collejas del matón de turno que paga con él sus complejos y problemas personales (a veces un hogar roto, a veces simplemente una estupidez galopante que de tan grande apenas le cabe en el cuerpo). En la edad adulta, las minorías étnicas, las clases desfavorecidas y las personas con conductas transgresoras son quienes se llevan la peor parte.

“Transgredir”, por cierto, es una palabra hermosa con un significado totalmente necesario en cualquier sistema de valores oxidado y estático. Transgredir es, por ejemplo, reclamar el voto para las mujeres, combatir por la libertad de expresión en un estado totalitario o que un tío le plante un beso en los morros a su novio porque sí, porque lo quiere, en plena Plaza del Sol.

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Hasta hace bien poco, mi tía vivía encerrada en un cuerpo equivocado. Había nacido con el cerebro, los instintos y el sentir de una mujer en el cuerpo de un varón. Durante años, la mujer en su interior luchó una dura batalla contra ese cuerpo y todo lo que estaba fuera de él. Pero mi tía acaba de dar una cuchillada al status quo de nuestro tejido social. La pasada semana, merced a una costosa y complicada operación quirúrgica, dio un paso definitivo (el más definitivo de todos) en el difícil camino de la transexualidad. Ahora, por fin, su cuerpo le da la razón a su cerebro, a sus instintos y a su forma de sentir la vida.

No soy tan ingenuo como para creer que la sociedad va a recibir esta cuchillada, este acto de transgresión, con los brazos abiertos y la mayor de las sonrisas. Probablemente mi tía vivirá muchos años (eso espero) y la mayoría los pasará siendo tratada de forma prejuiciosa, grosera e incluso agresiva por un porcentaje de la población (no me atrevo a hacer estimaciones pero serán, seguro, muchos más de los que podría llegar a imaginar en mis predicciones más pesimistas) que se sentirá “agredido” o “indignado” por su mera presencia.

Esa gente debe desaparecer. Rezo (a quien quiera escucharme) para que lo haga pronto, y que con ellos se vayan al infierno sus gobiernos y sus iglesias, sus guerras santas, sus foros de la familia y sus ligas de la moralidad. Porque debéis saber que ellos rezan a sus dioses para que no haya más personas como mi tía, personas que puedan elegir libremente la vida que esos mismos dioses, caso de que existieran, han situado en la más desfavorable de las situaciones.

Pero los propios dioses no existen más allá de los cuentos para niños y los libros de Asimov, y sólo el hombre puede corregir las injusticias que contra él se cometen cada día.

Mi tía, como los supervivientes de “Viven”, no ha hecho nada heroico. Nació en circunstancias desalentadoras y amenazantes y luchó por su vida con valor y tenacidad. No lo hizo por nadie más que ella misma. Su lucha no ha terminado, seguirá estando presente cada día del resto de su vida, y a veces le hará sentir desaliento y otras le dará motivos para estar orgullosa. Pero, al contrario que aquellos tripulantes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, la lucha de mi tía tendrá un eco en el resto de la sociedad y quizás, aunque sólo afecte a unos pocos (a sus seres más cercanos), constituirá un ejemplo manifiesto de que hay luchas que se ganan porque, a pesar de los retrógrados, los fundamentalistas y los prejuiciosos, pueden ser ganadas.

Ella ya ha conseguido una victoria fundamental. Hace un tiempo dijo: “prefiero morir como mujer a seguir viviendo como hombre”. Y aunque esos retrógrados y fundamentalistas consiguiesen desprestigiarla, excluirla y encerrarla en un ghetto (por encima de mi cadáver), hay algo que hoy ya es seguro y que nadie nunca podrá arrebatarle: morirá siendo mujer.




Una (pequeñísima) aclaración

Isaac Asimov era manifiestamente ateo y la religión es a menudo abordada de forma crítica a lo largo y ancho de su bibliografía, pero reconoceréis que la mención, teniendo en cuenta lo redondo de la frase, resultaba cuando menos apetecible. Perdonadme pues esta contradictoria licencia, puramente estética.

domingo, abril 12, 2009

Iglús

"Uno de los enigmas de la historia del ser humano es saber por qué los mal llamados esquimales, un nombre ofensivo que significa "comedores de carne cruda" (ellos se llaman a sí mismos inuit, la gente) se quedaron a vivir en el ártico, la zona más inhabitable del planeta. Entiendo cómo pudieron llegar hasta allí: empujados por la necesidad, por la violencia, huyendo de pueblos más guerreros. Pero, ¿quedarse? ¿Perseverar en un desierto hiperbóreo sin nada más que un frío letal e infinitos hielos?

Ahora voy a hacer una cabriola metafórica. Comí el otro día con una amiga que, tras una vida amorosa un tanto agitada, lleva 20 años con el mismo hombre, y le pregunté por qué con éste sí se había quedado. No supo decirme. Y de pronto me puse a pensar en los inuits, y en que quizá la lenta, compleja y difícil construcción de una vida en pareja se parezca mucho a ese logro titánico esquimal que consiste en hacerse un hogar donde no hay nada. O peor, donde sí hay algo: vientos huracanados y tormentas colosales en el círculo polar, intereses divergentes y feroces broncas en las parejas. Como en el caso de los inuits, está claro por qué llega uno a una historia amorosa: por necesidad de afecto, por soledad animal, por urgencia genética. Pero después hay que quedarse.

Para mantener una pareja, como es obvio, no hay que aguantarlo todo; pero desde luego siempre es necesario aguantar bastante. Tal vez por eso ahora haya tantas separaciones: porque nos flaquea la tenacidad. ¿Y por qué se queda uno? Puedes darte razones y hablar de los hijos, por ejemplo, pero en realidad esa perseverancia es un misterio. Y así van pasando los años y los enfados, los encuentros y los desencuentros, y de pronto un día descubres que habéis creado un espacio, un modesto y cálido refugio para dos, un iglú protector en el mar de los hielos".


(Lo escribía Rosa Montero en el diario "El país" del 24 de marzo. Yo me he permitido el gusto de añadirle banda sonora, pinchando en el enlace.)

Nada es lo que parece en la ciudad de los sueños

“(...)
Sit and wonder at the sky,
Watch the river flowing by,
Now it ends and we're here at the start,
Nothin's quite what it seems in the city of dreams,

You say it's not the real world,
Though it seems so real to me,
And i know that we're never turning back,
Can you see what i see,

I had a vision,
Of festive day's,
She's like an eagle,
In the misted haze,

Oh break my chains girl,
Show me to the land,
Where people live together,
Try to understand”


[Llevo muchos días irremediablemente enganchado a esta canción, “Where eagles have been”, mi absoluta favorita del disco debut de los australianos Wolfmother, publicado en 2006 y titulado simplemente “Wolfmother”, un brillante álbum de rock puro y duro al estilo Led Zeppelín (o Jethro Tull, obviamente homenajeados en “Witchcraft”). El grupo lanzará en breve su segundo trabajo, aunque de los componentes originales solamente se mantiene el guitarrista y cantante Andrew Stockdale. Veremos qué nos depara...]

[Por cierto, los miembros originales del grupo son los que veis en el vídeo de "Witchcraft", los del otro vídeo son unos chavales de instituto que hicieron un montaje... aunque supongo que ya os habríais dado cuenta...]

Mis dibujantes favoritos 4: Frederik Peeters

Lo de Peeters es de otro planeta. Tanto tiene lo que haga, el tío siempre lo borda. Narrativamente es uno de los mejores dibujantes europeos del momento. Como ilustrador, su estilo parece adaptarse como un guante a los requisitos de la historia que esté desarrollando, sea ésta un relato policiaco, un slice of life o una space opera. En blanco y negro, con tintas planas, con acuarelas o color digital, los dibujos de Peeters siempre lucen perfectos en su aparente sencillez. El tío hace que lo más difícil parezca fácil, chupado.




Además, es capaz de trabajar igual de bien con historias ajenas (“Koma”, con Pierre Wazem; “R.G.” con Pierre Dragon) como con las suyas propias (imposible contar algo más íntimo y personal que lo que el autor nos desvela en “Píldoras azules”, uno de los tebeos más bonitos y asequibles para cualquier público, lector o no de comics, de los que tengo constancia); maneja con la misma comodidad el ritmo y los resortes tanto de un relato corto (“Constellation”) como de una narración de varios cientos de páginas (“Lupus”), y siempre consigue que los personajes, con sus inquietudes y emociones, se alcen del papel y se queden dibujados en nuestros surcos cerebrales con tinta indeleble.





Y ojo, que aún es muy joven: el tío tiene sólo 34 años. Teniendo en cuenta que un autor de comics puede seguir en la brecha hasta el día de su muerte (Will Eisner no dejó de dibujar al más alto nivel hasta que pasó a mejor vida, a los 88 tacos), no es descabellado afirmar que Frederik Peeters puede llegar a convertirse en uno de los dibujantes de tebeos más importantes del siglo XXI.


Ahí es nada.

martes, abril 07, 2009

El viejo Clint

Ayer vi por fin “Gran Torino”. En una sala de cine, por supuesto. Estuve a punto de verla en una copia bajada de internet, vulnerando todos mis principios fundamentales sobre el respeto al ARTE (con mayúsculas) y lo apropiado de la piratería en según qué casos, pero no lo hice. Convencí a mi madre para que me acompañase al cine a verla, y allá nos fuimos (también con mi padre, que ya la había visto pero al que no le importó en absoluto repetir), muletas en mano(s), al cine más cercano.

“Gran Torino” puede parecer engañosa. Tiene aspecto de obra menor en la filmografía de Clint Eastwood. No poseee el despliegue de medios de su díptico sobre Iwo Jima (“Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima”), ni la recreación minuciosa de una época pretérita de “El intercambio” o “Sin perdón”. El reparto no presenta rostros conocidos (más allá del suyo propio), al contrario que en “Un mundo perfecto” o “Mystic river”. La historia que relata es pequeña, casi anecdótica: un anciano que vive solo tras el fallecimiento de su esposa se resiste a adaptarse al sino de los tiempos, personificado en una comunidad multirracial cuyo trato rehuye y una juventud post-MTV cuyos valores no comprende. Pero esta apariencia de película pequeña e intrascendente esconde unas cuantas lecciones que convendría no pasar por alto.


Por un lado, lecciones de carácter humano que nos llevan a palabras grandilocuentes normalmente utilizadas de forma demagógica como “tolerancia”, “respeto” o “comunicación”; palabras que el viejo Clint comprende a la perfección y en cuyas manos no se presentan artificiosas y vacías, sino rebosantes de su sentido más pleno y espontáneo. Hay en “Gran Torino” , además, otras palabras propias del lenguaje del Eastwood director como “violencia”, “remordimientos” y “amor” (al fin y al cabo hablamos del realizador de “Los puentes de Madison” y “Million dollar baby”, un tipo que te golpea en la boca del estómago y te acaricia la mejilla con los nudillos y la palma de la misma mano), que no sorprenderán, en un principio, a quien conozca su obra precedente, pero que aquí aparecen reformuladas en una nueva solución, anticlimática y brillante, que convierte a este “Gran Torino” en un hermano mellizo (hijo de los mismos padres, pero gestado en un cigoto distinto) de “Sin perdón”. Ambas configuran una suerte de ying-yang sobre los pecados pasados y la posibilidad de redención (o condenación) de un hombre, proponiendo dos formas distintas de entender la vida que, no obstante, están tan sólo separadas por una fina línea moral (que bien pudiera parecer un abismo).



Por el otro lado, decía, nos encontramos con las lecciones de carácter cinematográfico, ésas que el viejo Clint se tiene tan bien aprendidas. “Gran Torino” exuda gran cine en cada plano, por muy pequeños que sean los decorados donde la acción se ha filmado. Con una fotografía maravillosa (obra de Tom Stern, colaborador fijo de Eastwood desde “Deuda de sangre”), la escenas en que se descompone esta delicada pieza de artesanía se caracterizan por la claridad expositiva y la renuncia total a cualquier forma de artificios y manierismos innecesarios. En el cine comercial de hoy en día, que se dedica a premiar empalagosos pastiches video-cliperos como “Slumdog millionaire”, un director de corte clásico tan sólido y rotundo como Clint sigue pareciéndome un pequeño milagro a deshora.



Añadámosle a estas virtudes una interpretación principal memorable, tal vez la última, a cargo del propio Eastwood (cada uno de sus gruñidos conseguía que el público de la sala soltase una risilla de hilaridad y emoción contenida) rodeada de un elenco estupendo de secundarios (ridiculizados, me temo, por un doblaje al castellano lamentable); una música minimalista cargada de sentimiento, y un guión que conjuga sin estridencias el drama, el humor (estupenda la escena de la peluquería), la crítica social (¿alguien se acuerda de los aliados de EE.UU. en Vietnam?) y el western (porque la penúltima escena está sacada de un western, ¿no?) y descubriremos que estamos ante una película inmensa, que da mucho (muchísimo) más de lo que en un principio parece prometer, y que confirma una vez más al viejo Clint como uno de los grandes del cine actual (que no moderno, desde luego) al que todos los posibles reconocimientos (tanto los recibidos como los esquilmados) parecen quedársele cortos.

El viejo Clint, ¡qué tío!

Abecedario personal: R de Ros

Érase una vez un chaval y su gato. O un gato y su chaval...



sábado, abril 04, 2009

Adiós, "amigos"

Hace unos meses me hice una cuenta de Facebook para poder comunicarme con una conocida que vive en el extranjero. En cuestión de minutos descubrí que muchos de mis colegas ya tenían una cuenta y en los días siguientes muchos otros conocidos contactaron conmigo a través de la misma red social. Pero yo jamás le di uso, la verdad, porque me parece bastante poco manejable, muy poco discreta y, sobre todo, un auténtico coñazo que demanda muchísima atención (que no estaba dispuesto a darle).


Poco tiempo después me hice una cuenta de Tuenti para poder comunicarme con otra colega, que vive cerca pero no lo suficiente como para poder verla siempre que me apetece. Al igual que en el primer caso, navegué superficialmente la interfaz y descubrí que aquello era un rollo patatero y que no pensaba perder mi tiempo allí teniendo tanto que decir en, por ejemplo, este blog (ni qué decir tiene que de todo eso que tengo que decir muy poco es ciertamente relevante).

Al final, resultó que ni Facebook ni Tuenti mejoraron la comunicación con ambas chicas. De la primera hace bastante que no sé nada y de la segunda... pues ojalá hiciera menos, la verdad.


Supongo que a otra gente esto de las redes sociales le parecerá lo más de lo más, pero yo si quiero que alguien vea mis fotos, se las mando personalmente al mail. Si quiero conversar, tengo el Messenger o, mejor aún, el teléfono (que sí, cuesta dinero, y ya sé que se me da fatal hablar a través de las ondas porque no consigo superar esa percepción fría y distante de mis propias palabras, pero siempre será mucho mejor que dejar un comentario en un muro). Para tratar con los infinitos desconocidos que pueblan la red prefiero mil veces el blog: yo decido lo que mostrar de mí mismo y hasta dónde, y si quiero hacer una broma privada me aseguro de que sólo la entienda quien yo quiero que la entienda. Por otro lado, por simpáticos que sean quienes contribuyen a mejorar (considerablemente) El Abismo con sus comentarios (mil gracias a todos), tengo muy clara la barrera que separa a los ciber-conocidos de los conocidos “del mundo real” (igual que distingo perfectamente entre el mero conocido del colega y al colega del auténtico amigo). Leer en mi perfil de Facebook o Tuenti que menganito o fulanito me ha enviado una “solicitud de amistad” es algo que siempre hace que se me revuelvan las vísceras y un hedor vilioso emane de mi boca.

¿Solución? Darme de baja, of course. Pero aaaaaah, mis queridos (y escasos) lectores: más fácil sería apostatar de la Iglesia Católica.

En el caso del Tuenti, si se busca y se rebusca uno puede llegar a encontrar una casilla donde, redactando un mensaje destinado a los administradores (?), se te informa de que en breve se dará de baja tu cuenta. Con Facebook la cosa está más complicada. Después de agudizar mis dotes como detective escudriñando todos los menús de mi perfil no encontré ni una sola pista que me orientase hacia la salida de esta pesadilla. Finalmente hice una búsqueda en Google y encontré un misterioso enlace (desde un blog) que me guió hacia la renuncia, prometiéndome que en el plazo de 15 días mi cuenta sería borrada y nadie podría acceder a ella. En un par de semanas comprobaré si se ha cumplido lo prometido, pero he leído en varios foros que sería conveniente mandar un e-mail a los organizadores del cotarro para pedirles que se eliminen definitivamente todos mis datos personales. ¡Fausto lo hubiera tenido más fácil para darle esquinazo a Mefistófeles, maldita sea!

Si esto resulta, voy a plantearme muy en serio lo de abjurar de mi condición de feligrés de la Iglesa de Roma, prometido.



Nunca llegué a picar con el MySpace pero, sólo por el disfrute de hacerlo, al terminar con Tuenti y Facebook cancelé también mi cuenta de Fotolog, que no tocaba desde el año pasado (si vamos a hacer las cosas, vamos a hacerlas bien). A partir de ahora mis vínculos con la red de redes se reducen a mi cuenta de e-mail (de la que, debido a mi situación personal/laboral no puedo prescindir) y a este blog, para el que siempre he tenido un plan concreto y que no pienso dejar que se desmadre.

Os parecerá una tontería, pero me siento como si me hubiera quitado un (virtual) peso de encima...