viernes, mayo 30, 2008

Indiana Jones, pero menos

Han tenido que pasar casi dos décadas para poder ver de nuevo en pantalla al más famoso arqueólogo del séptimo arte.

Para quien esto escribe, Indiana Jones es un personaje fundamental dentro de su imaginario particular del mismo modo en que lo son Superman y Batman, Darth Vader, Gandalf el gris, Son Goku o Homer Simpson. Siempre han estado ahí, no recuerdo desde cuando, y la vida (mi vida) tal y como es hoy no puede concebirse sin ellos. No recuerdo cuando “experimenté” mi primera película de Indiana Jones (sé que “La última cruzada” la vi en el cine en Ferrol con mi padre y mi hermano cuando tenía 6 años), así que, en lo que a mí respecta, Indy existe desde siempre. Por consiguiente, el estreno de una nueva aventura del personaje era al mismo tiempo motivo de inmensa felicidad y del terror más absoluto. Hacer una cuarta entrega de Indiana Jones suponía arriesgarse a destruir el mito forjado en una trilogía sencillamente intachable, más aún si tenemos en cuenta que, al conocerlas desde siempre, uno nunca se ha parado a juzgarlas de una forma crítica y objetiva: son la trilogía de Indy y NO SE TOCAN, capito?

Pues bueno: para locura de fans, frikis y treintañeros (o de todo junto a la vez), George Lucas, Steven Spielberg y Harrison Ford han vuelto a la carga con “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal”, presentando a un Indy sexagenario que vive en la Norteamérica de 1957. Ergo, los enemigos ya no son los nazis sino los rusos y las reliquias místico-religiosas que tanto preocupaban al Führer han dado paso al género estrella del pulp de la década de los 50: la ciencia-ficción (y, más concretamente, la ufología).

Esto parece haber molestado a algunos espectadores (“Indy no pega con la temática ovni”, alegan), pero a mí honestamente me parece un giro adecuado y coherente con el momento histórico (al fin y al cabo si algo ha sido Indiana Jones en todas sus versiones es una revisitación en clave palomitera de los lugares comunes del pulp).

Otro de los aspectos que más se han criticado de esta nueva cinta son las fantasmadas (y una en concreto, ya en la segunda escena del film). Exacto: como si en “El templo maldito” los protagonistas no se lanzasen en una balsa hinchable desde un avión a punto de chocar, aterrizasen en un río y lo descendiesen a todo trapo sorteando rápidos mortales (qué pronto ataca la amnesia cuando se trata de criticar…) ¿Que hay fantasmadas? Claro, no te jode, esto es “Indiana Jones”, no “Tierras de penumbra”.

Dicho lo cual, me lanzo sin más a hacer un breve repaso de las virtudes de la película:

El casting de “El reino de la calavera de cristal” es, a priori, excelente: Shia Labeouf es un buen actor (pese a quien pese; lo demostró en “Transfomers”, lo demostró una vez más en “Memorias de Queens” y también en “Disturbia”); el personaje de Marion requería (inevitablemente) el regreso a la franquicia de Karen Allen; Cate Blanchett es una de las mejores actrices del mundo en la actualidad; John Hurt se sale y Harrison Ford sencillamente demuestra que Indy no hay más que uno (para desgracia de las legiones de imitadores surgidas desde “En busca del arca perdida”) y hace de nuevo suyo un personaje que nunca fue de nadie más (seguro que Tom Selleck está otra vez planteándose el hacerse el hara-kiri al ver las cifras de recaudación).

Además, los efectos especiales, las escenas de acción, el diseño de producción y la fotografía son todo lo que uno podría esperar de los responsables de la película (cuatro reveladores nombres: Light & Magic, Steven Spielberg, George Lucas y Janus Kaminsky).

Entonces, os preguntaréis, ¿a qué viene el título de esta entrada, amenazando decepción?
Queridos lectores, amigos y amigas, hermanos todos: Spielberg y Lucas han violado el primer mandamiento de la creación cinematográfica, aquel que el sabio John Lasseter siempre nos recuerda en las campañas promocionales de sus films: “las tres cosas más importantes en una película son el guión, el guión y el guión”.

Lo que diferencia a “El reino de la calavera de cristal” de la trilogía original es, sin lugar a dudas, el guión. ¿Dónde están esas réplicas ingeniosas que los personajes se soltaban unos a otros cada medio minuto? (por citar un par de la trilogía original: “No son los años, querida, es el rodaje” o “-Sabía que era usted. Tiene los ojos de su padre. – Y las orejas de mi madre. El resto es todo suyo”). ¿Dónde los gags visuales? (la engañosa percha del sádico Arnold Toht, el experto en el uso del sable con el que Indy no pierde el tiempo, la chimenea giratoria en el castillo nazi en el que Elsa tiene secuestrados a los Drs. Jones Senior y Junior). ¿Dónde los enigmas imposibles y las trampas mortales de las que sólo Indy puede escapar (con más suerte que astucia, dicho sea de paso)? No hace falta que os recuerde cierta bola gigante, ¿verdad? Pues sólo hay una escena de éstas (la fantasmada a la que me refería antes, que antecede, al menos para mí, al auténtico clímax de la película, y que tiene lugar a los 15 minutos de empezar…). Y luego si te he visto no me acuerdo.

Esto no significa que “El reino de la calavera de cristal” esté exenta de chispa. Está claro que aún queda algo de la vieja magia Indy (el arranque es puro Indiana Jones de toda la vida; la persecución en moto y la gran escena de acción en la jungla son vibrantes), pero no lo suficiente como para colocar esta nueva entrega a la altura de sus predecesoras. Si a eso le añadimos un total desaprovechamiento de las posibilidades que se advertían en algunos personajes (Marion estorba durante todo el metraje, la malvada Irina Spalko pide a gritos más minutos en pantalla y Mac, interpretado por Ray Winstone, no llega a producir más que una desilusionante indiferencia… total, que resulta inevitable darse cuenta que no hay nadie que pueda llenar el vacío dejado por Marcus, Henry Jones Sr. o incluso Tapón), y que el argumento tiene más agujeros que Tony Montana al final de “Scarface”, obtendremos una versión descafeinada del concepto original.

Se ha rumoreado mucho acerca de quién es el responsable de este agridulce resultado, mencionando las desavenencias de Lucas con aquel primer guión de Frank Darabont (se habla de hasta cinco guiones desechados, madre mía) que al parecer había fascinado a Spielberg y Ford, y que fue sustituido por el definitivo de David Koepp, más cercano al gusto del productor con papada por excelencia. También podría achacarse cierta culpa a la recurrente (y cansina) obsesión de Spielberg por las relaciones paterno-filiales, tema brillantemente abordado en “La última cruzada” y que quizás aquí resta importancia a la aventura más pura (y que es, supongo, lo que todos deseábamos encontrar en esta nueva película de la saga). Intuyo que la clave está en estas dos palabras: “Lawrence” y “Kasdan”; pero mejor paso de hacer cábalas e interrogarme en mis noches insomnes acerca de lo que pudo haber sido y no fue, que para eso ya habrá un montón de geeks sedientos de sangre esperando con antorchas y horcones a la puerta del rancho Skywalker.

“Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” es lo que es: una cinta de aventuras notable, muy por encima de otras super-producciones recientes como la última trilogía de “Star Wars”, las horrendas momias de Stephen Sommers o las disparatadas arrancadas arqueológicas de Nicolas Cage, pero igualmente alejada de los buenos viejos tiempos en los que el Dr. Jones era sinónimo de aventura, emoción, suspense y humor al más alto nivel.

Se encuentra, quizás, algo por encima de unos “Piratas del Caribe”. Pero para Indy eso es muy poco, qué queréis que os diga…

lunes, mayo 26, 2008

"Historias de Galiza"

Bajo este título se presentó el pasado día 20 de Mayo en el CGAC (Centro Galego de Arte Contemporáneo) de Santiago de Compostela el primer libro (de cinco) de una antología de relatos ficticios enmarcados en las diferentes épocas de la historia de Galicia y publicada por la editorial Difusora de Letras, Artes e Ideas en colaboración con la Vicepresidencia da Igualdade e do Benestar de la Xunta de Galicia. Este primer volumen narra cinco historias transcurridas entre los años 4.500 a.C. y 102 d.C.


Los guiones corren a cargo de Carlos Rafael, hombre con un currículum multidisciplinar en el que se incluyen desde historias publicadas con el Frente Comixario hasta canciones para Lamatumbá. Las ilustraciones son de Idoia de Luxán Vázquez, Juan Luis Pérez, Carlos Alfonzo Fernández, Jaime Eizaguirre Santillán y de “aquí un servidor”, así que por esta vez me guardaré mis calificativos sobre el resultado final (no queda bonito que uno haga proselitismo de la obra propia) dejándoos a vosotros, seáis quienes seáis, que lo juzguéis y valoréis como os parezca. El tomo incluye además un apéndice con multitud de datos históricos, cronología y glosario de términos, incrementando así el valor didáctico de la obra.

“Historias de Galiza” estará próximamente en las librerías (de libros, no sólo de comics) de toda Galicia, así que no debería ser difícil de encontrar.

Por mi parte añadiré únicamente las dos cosas que en su momento dije en la presentación:


1- Que es una suerte poder participar en una iniciativa de este tipo, pensada para dar a conocer a autores jóvenes con ganas de trabajar, en un mundillo en que salir de tu casa y enseñar al público tus dibujos no es nada fácil. Es por tanto menester dar las gracias y la enhorabuena a la editorial y a los estamentos políticos implicados por su iniciativa;

y

2- que para un autor gallego es todo un privilegio que su primera publicación profesional sea precisamente un libro sobre la historia de Galicia.

Y ahora, dos paginillas de mi colaboración en el libro:



Por cierto, para quien no haya relacionado la caricatura de mi perfil de blogger con alguno de los personajillos que aparecen en la foto, que sepa que servidor es el de la derecha del todo. Hacia la izquierda: Idoia, Rubén Cela (director general de Xuventude e Solidariedade), Benito Losada (coordinador editorial) y Carlos Rafael.

Vetusta Morla

(…)
Cuadrar el círculo de esta obsesión.
No, no.
Asumir que rendirse no es una opción.
No, no.
Saber que no os puedo aniquilar
no es suficiente para firmar
La Paz, Bolivia.
Quito es Ecuador.
Lima está en Perú.
Buenos Aires, Argentina
no llores por mí más.
(…)


[Repaso de capitales sudamericanas en “La cuadratura del círculo” (el sonido del vídeo es malillo, se siente), uno de los muchos temazos que incluye el disco “Un día en el mundo” de Vetusta Morla, otro descubrimiento musical que agradecerle a Creep (y ya van…). Todo el disco merece la pena, de la primera a la última canción. Llevo un par de días enganchado sin remedio. Pero claro, un grupo cuyo nombre está sacado de “La historia interminable” no podía ser malo. Por cierto: Vetusta Morla estará en el Cultura Quente de Caldas de Reis junto a grupos como The Sunday Drivers, Niño y Pistola o Deluxe. ¡Y gratis! Habrá que acercarse a verlos, ¿no?]

El otro Dexter

“Era inútil hacerse más preguntas. No sabía nada del amor y nunca lo sabría. No me parecía una terrible carencia, pero dificulta la comprensión de la música moderna”

Dexter Morgan

Ya he hablado antes de “Dexter” (concretamente aquí y aquí). Es la serie de moda (con permiso de “Mad men”): polémica y brillante, dos características que hacen de cualquier producto un éxito instantáneo. Como ya di buena cuenta de sus dos temporadas (en espera de una tercera en el último trimestre de 2008) y estoy más que convencido de que muchos ya estaréis al tanto de las virtudes de esta serie televisiva, hoy toca hablar del Dexter menos conocido: el literario.

Uno de los (varios) regalos que mi hermano me hizo estas últimas navidades fueron las novelas escritas por Jeff Lindsay en las que se inspiró la serie de Showtime (ambas publicadas en nuestro país por la editorial Umbriel): “Darkly dreaming Dexter” (aquí titulada, a saber por qué, “El oscuro pasajero”) y “Dearly devoted Dexter” (renombrada en castellano, con algo más de acierto, “Querido Dexter”).

Lo primero que llama la atención al comenzar a leer “Darkly dreaming Dexter” es comprobar lo mucho que el estilo de autores como Bret Easton Ellis o Chuck Palahniuk ha influido en los escritores americanos surgidos en los últimos diez o quince años: narraciones en primera persona de personajes cínicos y descreídos con pinceladas de humor negro, incorrección política y cierta crítica social inofensiva y algo simplista que da al conjunto un aire “cool” y modernillo. Lindsay no escapa a esta clasificación, sirviéndonos una novelita mediocre que debe todo su atractivo a una idea muy llamativa (el asesino en serie que mata a otros asesinos en serie) que se desarrolla en una trama difícilmente creíble y con un final un tanto confuso y atropellado. Curiosamente, la primera temporada de la serie de televisión es bastante fiel al desarrollo de la novela y, sin embargo, funciona mucho mejor que ésta a todos los niveles (aunque también es cierto que en la serie se optó sabiamente por cambiar el final de modo radical e introducir unas cuantas subtramas como la del marido de Rita o el novio de Deb que enriquecieron mucho el conjunto).

La segunda novela, “Dearly devoted Dexter”, no presenta apenas novedades formales (quizás la trama esté mejor presentada y los pensamientos del protagonista no se antojen tan estereotipados) siguiendo con ese estilo “alla Palahniuk” que caracterizaba a la entrega precedente. Hay más humor negro y mucho más gore pero sin duda lo más destacable es el distanciamiento respecto a ella de la segunda temporada de la serie de televisión, que sigue, ya desde el principio, derroteros totalmente distintos (lo cual, debo añadir, consiguió que esta novela me interesase muchísimo más que la primera): aquí no hay terapia, no hay FBI y no hay morena morbosa que ponga patas arriba la pseudovida sentimental del protagonista.

Como conclusión sólo puedo decir que las novelas de Lindsay resultarán una curiosidad para quienes gusten de la serie protagonizada por Michael C. Hall, pero desde un punto de vista literario y juzgadas con total autonomía respecto del producto televisivo, “Darkly dreaming Dexter” y su secuela no son más que un pasatiempo intrascendente y 100% prescindible que posiblemente robe al lector un tiempo valioso que bien podría invertir en novelas de mayor enjundia.

La serie, por su parte, sigue pareciéndome una pasada en todos los aspectos y no pienso cansarme de recomendársela a todo aquel que quiera pasar un rato de verdadera calidad delante de la pantalla del televisor.

lunes, mayo 19, 2008

Go, Speed Racer!

“Menuda mierda de película”.

Seguro que eso pensará la gran mayoría de espectadores adultos que vayan a ver “Speed Racer”, la adaptación del anime homónimo (en España conocido como “Meteoro”) que acaban de estrenar los hermanos Wachowsky, pareja de cineastas irremediablemente unida a la trilogía “The Matrix” durante el resto de sus vidas.

Pero ésa, amigo/a lector/a, sería una conclusión muy precipitada, me temo. Porque “Speed Racer” no es una mierda. Desde luego que no.

“Speed Racer” es, si se quiere, una parida. O un divertimento vacío. O un bizarro experimento visual. Pero no es una mierda.

Para situarnos: la película narra las andanzas de Speed Racer (nombre Speed, apellido Racer; no me lo estoy inventando), piloto de carreras en un mundo con estética chiclosa (de chicle) que vive con su familia, compuesta por papá, mamá, hermano pequeño y chimpancé (tampoco me lo estoy inventando, lo juro). Había un hermano mayor, Rex Racer, pero falleció en un accidente durante una carrera clandestina, marcando para siempre la vida del entonces niño Speed. También pululan por la casa de los Racer el mecánico de confianza de la familia y la novia de Speed (interpretada por una Christina Ricci que parece salida directamente del anime, con ese cabezón y esos ojos tan enormes).

El argumento arranca cuando un mega-millonario empresario de las carreras intenta fichar al prometedor Speed para que corra al amparo de su escudería, competitiva donde las haya. Speed deberá entonces decidir si abandona el equipo familiar y prostituye las enseñanzas de su padre o si decide quedarse donde está y buscar la esquiva gloria con los modestos medios a su alcance. Vale, qué bonito todo, yuju.

Lo realmente importante de la peli no es lo que cuenta, argumento previsible e infantiloide con la exaltación de la familia y la integridad personal como trasfondo, sino cómo lo cuenta. “Speed Racer” es un experimento de narrativa visual. Llegando mucho más lejos que las fallidas intentonas de “Sin City” (que se limitaba a reproducir en pantalla un lenguaje ajeno al cine, cagándola con todo el montante) o “300” (que pese a lo obviamente irreal de su apuesta visual se tomaba a sí misma tan en serio que provocaba la carcajada), “Speed Racer” se impone como la película que más rendimiento narrativo ha sacado (hasta la fecha) a la fusión entre realidad e infografía, no pretendiendo un resultado realista, sino todo lo contrario. Y su gran virtud, lo que consigue que su estética hortera y chirriante y que su guión melindroso y naif (a veces rayando la vergüenza ajena) no hagan tambalearse al conjunto, es lo sanamente que la película pasa de pretender un mínimo de seriedad, situándose en el terreno de la más absoluta desvergüenza. “Speed Racer” es una película ridícula que se sabe ridícula y que se ríe de ello (uno sale de dudas, si es que le quedaba alguna, en cuánto ve al vikingo afroamericano conduciendo un bólido con cadenas y mazas de pinchos acopladas).

Tengo además la certeza de que los Wachowsky han hecho la película que querían hacer y que se han quedado más que satisfechos con el resultado.

Personalmente yo paso de recomendársela a nadie, que seguro que luego me echarán la culpa de esos 6 € mal invertidos cuando podían haber ido a ver “Algo pasa en Las Vegas” o “Como locos a por el oro”, ambas materia fecal directa a los multicines que, no obstante, resultarán menos chocantes y más defendibles para una gran mayoría de espectadores.

No obstante, para quien tenga dudas sobre ir o no a verla, aquí va un pequeño incentivo: “Speed Racer” ofrece la posibilidad de ver a Matthew Fox embutido en el traje del misterioso Racer X, el piloto que más mola del mundo mundial. Sí, señoras y señores, Matthew “we-have-to-go-back” Fox. Todo dicho.

With or without Bono

Ya hace muchos años que U2 es una de mis bandas de rock favoritas. Pese a los altibajos sufridos en la década de los 90 (¿alguien ha dicho “Zooropa”?), el grupo liderado por Bono siempre estuvo en mi top 10 musical particular. Pese a ello (y a la reciente reedición de su celebrado disco “The Joshua Tree”), servidor tenía a la banda irlandesa ligeramente olvidada (tampoco es de extrañar; uno no tiene tiempo para escuchar todo lo que “adquiere” vía equina como para además repasar lo que escuchaba años ha).

El caso es que hacía meses que no me paraba a escuchar a U2 con detenimiento cuando Creep me recordó que el día 9 de mayo tocaban en Santiago (en la sala Capitol) los Achtung Babies, quienes se publicitan como “La mejor y más fiel banda tributo del mundo”. Suena exagerado, lo sé, y el precio de la entrada (15 € en venta anticipada, 20 € en taquilla) me lo hizo pensármelo más de una y de dos veces. ¿15 € por ver a unos imitadores?


Fui, claro. A veces el mono de conciertos es más fuerte que la lógica de la economía sumergida (la cual, no obstante, consigue que comas huevos fritos al mediodía y a la noche tres días seguidos… ah, misterios de la vida).

Justo antes del concierto estaba algo decaído y bastante cansado de un día duro y por un momento pensé que había sido una mala idea ir, que debería haberme quedado en casa tomando leche caliente con miel (después de cenar los ya mentados huevos fritos) y viendo una peli cualquiera para pasar el rato.

Pero en cuanto Zeno, Stefano, Lucca y Alex (los imitadores de Bono, Larry Mullen Jr., Adam Clayton y The Edge, respectivamente; y sí, los Achtung Babies son italianos) salieron al escenario y comenzaron a tocar, el cansancio desapareció por completo y dio paso a la siguiente serie de sensaciones/sentimientos:

1) Grima: sí, grima. Es la única palabra que me viene a la cabeza para describir lo que sentí al ver a unos tíos que hablaban como los miembros de U2, tocaban y cantaban como los miembros de U2, utilizaban réplicas exactas de los instrumentos (cambiando según la canción) que tocan los miembros de U2, se movían (hasta el más mínimo gesto, hasta el más imperceptible detalle de lenguaje corporal) como los miembros de U2 y eran, tanto en caracterización como en complexión física, dobles idénticos de los miembros de U2. Era como ver a los hermanos gemelos desconocidos de U2 sobre el escenario. Demonios, era como ver a U2 sobre el escenario. Y por mucho que uno se pellizcase o parpadease con fuerza, no acababa de creerse que no fueran realmente los miembros de U2, sino cuatro italianos enamorados de la banda que se habían pasado media vida aprendiendo a imitar a sus ídolos musicales.

2) Histeria: pasado el shock, a los presentes nos sobrevino esa risa tonta contagiosa e irreprimible de “no me lo creo (mirada al tipo de al lado), ¿tú te lo crees?”, y la necesidad de comprobar que todo el mundo se había dado cuenta de los buenos que eran los Achtung Babies en lo suyo (creedme, nos mirábamos entre nosotros, esperando que alguien nos dijeses: “está pasando, es real”).

3) Identificación total: transcurridas dos canciones, mentalmente empecé a referirme al cantante como Bono, olvidándome de que, de hecho, no era Bono. Pero para mí lo era. Aquel tipo era la materialización de mi definición mental de Bono; un fulano (el Bono real), al que nunca conoceré de forma personal y que, hasta donde yo sé, bien podría ser un holograma, un actor que hace playback o, quién sabe, un skrull. Así que, a todos los efectos y en lo que a mí respecta, aquel era Bono. Al menos, tan Bono como el Bono que sale en la tele (y en Muchachada Nui).

4) Euforia: porque estaba viendo a U2 en una sala de fiestas con unas mil personas, habiendo pagado una cuarta o quinta parte del precio habitual de una de sus entradas, y porque además estaban tocando un set-list acojonante: no faltó casi ninguna de sus grandes canciones, desde “I will follow” hasta “Vertigo” pasando por las inevitables “One”, “With or without you” o “Sunday Bloody Sunday” (con discurso pacifista y bis incluidos).

5) Gratitud: al terminar, se quedó instalado en mi corazoncito un sentimiento de agradecimiento a esos cuatro spaghetti colgados que habían conseguido hacerme olvidar mis problemas y cansancios y me habían regalado, como quien no quiere la cosa, la experiencia de saber cómo es un concierto de U2 en la intimidad, para unos pocos privilegiados.

Está claro, si vuelven a Santiago (o a Galicia), servidor repite con gusto, porque ahora estoy convencido de que pagar 15 € por esta experiencia es una oferta que no se puede rechazar.

Larga vida a los Achtung Babies (y a U2, por supuesto).

Me olvidaba:

6) Afonía, a la mañana siguiente…

jueves, mayo 08, 2008

B.B.V. (Bichejo Bélico Volador)

Nuevos dibujos realizados por servidor de ustedes. Esta vez se trata de unos diseños de personajes para una historia corta que en mi cabeza tiene el aspecto de un cruce sin pedigrí entre “Cartas desde Iwo Jima” y el “Panzer Dragoon” de Sega Saturn. Sí, ya sé que tiene un cierto tufillo al “Arrowsmith” de Busiek y Pacheco, pero espero que, una vez termine el comic, el parecido no sea más que circunstancial.


Mis dibujantes favoritos 2: Frank Quitely

A medio camino entre Moebius y Geof Darrow se encuentra un escocés lento y detallista que narra como los ángeles y que, dicen sus detractores, dibuja a las mujeres como si fueran transexuales. En breve veremos por estos lares su increíble trabajo en “All-Star Superman”, pero ya hemos podido disfrutar de su arte en obras como “JLA: Tierra 2”, “The Authority”, “2020 Visions”, “We3”, “Sandman: Noches Eternas”, “New X-Men” o las portadas de “Los libros de la magia: Vida en tiempos de guerra” y ”American Virgin”, así como sus tres inspiradoras páginas para el número 31 USA de “Transmetropolitan”.



miércoles, mayo 07, 2008

Giraluna

“Escuchadme, girasoles,
habla vuestro rey.
Conocéis perfectamente
nuestra antigua ley:
Por la noche hay que bajar
la cabeza sin hablar.

Cortaré el maldito tallo
al audaz traidor
que alzó su flor a oscuras
antes del albor.
Pronto lo descubriré:
he citado al comité.

El giraluna
dormía de día huyendo del sol.
El giraluna
giraba y miraba de frente a la luna.
El giraluna,
con pétalos blancos, un día escapó.

La más alta recompensa,
palabra de honor,
al que encuentre sus semillas
negras de impostor.
Una nota nos dejó:
“Acabaréis en un jarrón”.

El giraluna,
con pétalos blancos, un día escapó.

Bellos y sin vida son,
girasoles de Van Gogh.

El giraluna
dormía de día huyendo del sol.
El giraluna
giraba y miraba de frente a la luna.
El giraluna,
con pétalos blancos, un día escapó.”


[Tremendo temazo de los catalanes Sidonie, que sirve de broche de excepción para un disco excelente, “Costa azul”. Ultra-recomendables también la canción que da nombre al disco y, sobre todo, “Los olvidados”, con una letra pasteloso-grotesca que dice mucho más de lo que cuenta. Descubrí esta banda gracias a Creep, que ejerce conmigo de Doraemon musical: cada vez que paso más de diez minutos a su lado empieza a sacarse de su bolsillo mágico un montón de grupos y canciones cojonudos que inevitablemente se convierten en mis nuevos referentes musicales…]

Taaa naaa tananán, tanatanatana tana tananán…

Yo tenía la intención de escribir un poquito sobre “La familia Savage”, una peli típicamente indie (ya sabéis, ese género que se ha puesto de moda en EE.UU. desde que existe el festival de Sundance y en el que cabe de todo siempre que los personajes citen a Proust o Bretch mientras lloran por su homosexualidad-reprimida/secuelas-de-maltrato-infantil/fragmentación-del-núcleo-familiar/poned-aquí-lo-que-os-apetezca) que me dejó un muy buen sabor de boca: bien escrita, bien dirigida, excelentemente interpretada y con música de Stephen Trask… si además le sumamos un fantástico cartel para su distribución en yankilandia obra de mi admirado Chris Ware (en España, incomprensiblemente, se publicita con una foto de lo más sosa en la que salen los dos personajes protagonista), pues punto y minipunto para el equipo de los pajilleros pedantes.


Como decía, yo tenía la intención de escribir un poquito sobre “La familia Savage”, pero la verdad es que ayer por la tarde fui al cine a ver “Iron man” (la última adaptación de un super-héroe Marvel a la gran pantalla) y se me quitaron de golpe todas las ínfulas de trascendencia.
Ya sabéis lo que pasa: uno, como devorador de comics que es, se ve una de estas pelis que adaptan las aventuras de alguno de sus personajes viñeteros favorito y se retrotrae a los 6 años y a aquellas sesiones de peleas de muñecos articulados en la bañera hasta que el agua estaba fría y se le quedaban los deditos arrugados como a un viejuno; y claro, no puede separar el frikismo y la nostalgia de la capacidad crítica… y luego la gente lee sus reseñas blogueras y se piensa que el pobre es un débil mental que se pone bruto cuando Tobey Maguire o Christian Bale se enfundan unas mallas y se ponen a dar saltitos por un decorado.

Pues bien, no puedo negarlo: me pongo bruto, es la verdad. Me gustan los super-héroes desde que tengo uso de razón y siempre seré compasivo al juzgar estos productos de marketing enlatados (nunca mejor dicho, dado el film que hoy nos ocupa) y listos para que el gran público se lo pase pipa durante dos horitas dejando que las neuronas se tomen un merecido (o inmerecido, según) descanso.

¡Pero es que me lo pasé de puta madre viendo “Iron Man”! No es “El Padrino”, eso por descontado, pero la peli tiene ritmo, el director cumple (vamos, que no la caga y demuestra “oficio”, que es el eufemismo que se usa en el cine para la mediocridad), los efectos especiales están muy bien integrados y el diseño de producción es notable. El argumento se desmenuza en un par de líneas y la (supuestamente) climática batalla final está carente de toda épica y emoción, pero tales errores se perdonan gracias a tres virtudes de las que toda adaptación super-heroica debería aprender:

1-El casting es perfecto, y punto pelota. Robert Downey Jr. es Tony Stark. Es tan Tony Stark que ya era Tony Stark, sin saberlo, antes de que se iniciara siquiera el proyecto de una película sobre el personaje. Juerguista, arrogante, borracho, semental y, sobre todo, brillante, Tony y Robert son uno. Visto ahora, está claro que su elección para encarnar al vengador dorado no sólo era obvia, sino que era la única posible si la película quería llegar a buen puerto. El resto del reparto también cumple con nota, pero es que Downey Jr. se come la pantalla y no deja espacio para fijarse en nadie más (un poco a la manera de Johnny Depp en “Piratas del Caribe”).

2-Aunque el argumento sea lineal y previsible, los diálogos son chispeantes. Al contrario que en otras olvidables adaptaciones Marvel precedentes (véase “Daredevil”, “Fantastic Four” o la muy despreciable “Ghost Rider”), aquí los guionistas se lo han tomado en serio y han hecho salir a flote unas situaciones pasadísimas de rosca imponiendo con muy buen criterio un equilibrio entre el humor (descacharrante en ocasiones, sobre todo en lo que a la actitud de playboy de Tony se refiere) y los momentos serios (sin ponerse nunca excesivamente dramáticos), dotando al film de un aire de aventura intrascendente y un poquito naif (su simplificación de los tejemanejes de la industria armamentística o la reconversión de Tony en abanderado del pacifismo están tratados con tal ingenuidad que no pueden sino entenderse como ramalazos puramente “camp”) que se agradece enormemente.

3-“Iron man” es, posiblemente, la adaptación más fiel (que no la mejor, ahí se encontraría por debajo de “X-2” y “Spider-man 2”) de un personaje Marvel a la gran pantalla: una película hecha por fans del personaje y, sobre todo, para fans del personaje. Aquellos que nunca hayan leído un tebeo del super-héroe metálico pueden acercarse al film sin miedo a perderse: todo está explicado con una claridad meridiana y está pensado para ser 100% disfrutable sin conocimiento previo de la mitología Marvel. Ahora bien, quienes lo pasarán como auténticos enanos serán aquellos que conozcan la trayectoria del personaje en su medio original, pudiendo reconocer alusiones al Mandarín, Máquina de Guerra, S.H.I.E.L.D. (aquí traducido como “E.S.C.U.D.O.”), la saga “Extremis” (aquellos seis divertidos números guionizados por Warren Ellis y dibujados por el espectacular Andi Granov) o… bueno, me callo, que tampoco quiero joderle a nadie la gran sorpresa de la peli. Simplemente diré que después de los créditos finales hay una última escena que ha hecho que mi tierno corazón friki diera un mortal con triple tirabuzón dentro de la caja torácica.

En fin, que las pelis de super-héroes viven un momento dorado (joder, hoy estoy de un ingenioso que asusto, ¿verdad?), más si atendemos a la buena pinta de los últimos trailers de “The Incredible Hulk” (¡escrita por el propio Edward Norton, eso tengo que verlo!), “Hellboy 2: the Golden Army” o la muy prometedora “The Dark Knight”.

Si son tan divertidas como este “Iron man”, servidor y el niño de dedos arrugados que un día fue se sentirán más que satisfechos.

(Por cierto, si el título de esta entrada os ha parecido indescifrable, aquí encontraréis una pista de a qué carajo me estaba refiriendo).

Las nuevas reinas de Inglaterra

Tras el impresionante éxito de crítica y público de Amy Winehouse, las solistas femeninas con toque Motown se han adueñado de la palestra en Reino Unido y amenazan con atragantarnos con sus voces de mujer fuerte a lo Aretha Franklin y su carácter independiente heredado de Nina Simone (más quisieran ellas, claro).



Mercy”, de la cantante Duffy, es la canción del momento. Seguro que ya estáis más que aburridos de oírla en la radio, en la calle, en anuncios, de fondo en algún programa o serie de televisión, en Internet, en la residencia de ancianos a donde vais a llevar galletitas a los viejos o como marcha fúnebre del último entierro al que hayáis asistido... En unos meses será la canción más amada y odiada del continente a partes iguales, tomando el relevo al “Rehab” de la Winehouse (curiosamente, la frase más celebrada de una es “No, no, no” y la de la otra, “Yeah, yeah, yeah”… ¿serendipia o hábil maniobra discográfica? Qui lo sa!).

Pero tranquilos, que aún queda una dama de la canción por dar el campanazo. Se llama Adele y ya empieza a sonar en las ondas españolas. A mí particularmente me gusta más su disco que el de las dos anteriores (y sospecho que la Tentadora tiene una opinión muy parecida a la mía), aunque reconozco que en el caso de Amy quizás sea porque, aunque la disfruté mucho en su momento, ahora manifiesto cierta aversión hacia su persona debido a la saturación a la que me he visto sometido (hay días en que uno no puede más que sentirse como un extra en la película musical de esta mujer: se despierta por la mañana y escucha “Rehab” en la radio, sale a la calle y en el urbano ponen el video de “Rehab”, come con los anuncios del tono/politono “Rehab” y cuando sale de marcha para desconectar y pasarlo en grande, ¿adivináis lo que suena en los locales?).


Volviendo a Adele, mi recomendación es que se la intente disgregar de esta corriente revival que asola la Pérfida Albión y se la escuche sin prejuicios y disfrutando del paseo. Su álbum “19” tiene temas fabulosos como “Best for last”, “Tired”, “My same”, “First love” o mi favorito absoluto, “Hometown glory” (con un piano con mucha clase que recuerda levemente al “sonido Yann Tiersen”).


Sólo espero que la maquinaria mediática no nos meta su pequeña ración de Adele en cada cucharada de nuestra sopa de cuscús vital, porque sería una pena sufrir otro efecto rebote como el que ya acompaña a la Winehouse o a Duffy, y que ya hizo mella en la imagen que algunos teníamos de Fito y los Fitipaldi, excelente banda de rock patrio a la que muchos ya no pueden ni ver por lo cansino de su presencia adonde quiera que uno vaya.

A veces creo que es una bendición que mis grupos favoritos no suenen en los 40 y la MTV... ¡salvemos Fly Music!