miércoles, diciembre 25, 2013

Colaboración con ECC Ediciones: "American Vampire #6"

La editorial que regenta los derechos en castellano de DC Comics acaba de hacer públicas las novedades de febrero, mes elegido para el regreso a las librerías españolas de la cabecera del sello Vertigo "American Vampire". El sexto tomo de la colección, con salida anunciada para el próximo 31 de enero, recopila el último episodio del volumen 1 norteamericano y los especiales "De cabeza al infierno", one-shot rockabilly debido a los creadores de la serie, y "Anthology", recopilación de historias cortas firmadas por autores como Jason "Scalped" Aaron, Greg "Gotham Central" Rucka o los hermanos Fabio Moon y Gabriel Bá, artífices del estupendo "Daytripper". Todo esto viene a cuento de que es un servidor quien firma los textos editoriales (interior y contraportada), continuando con su colaboración con ECC Ediciones en general y con la serie de Snyder y Albuquerque en particular.


Además, febrero será el mes en que se publique la segunda edición de "Punk Rock Jesus", volumen que en su día ya había contado con la participación del menda. Podéis ver todos los detalles de éstas y otras novedades tanto en la web oficial de ECC Ediciones como en el PDF con el listado definitivo.

lunes, diciembre 16, 2013

L'amour est bleu

(…)
Fou, fou, l'amour est fou
Fou comme toi et fou comme moi
Bleu, bleu, l'amour est bleu
L'amour est bleu quand je suis à toi”

“L'amour est bleu”, presentada en Eurovision en 1967 por Vicky Leandro. Podéis escuchar una pringosa versión en castellano cantada por Raphael siguiendo este enlace: tararirararai.


Para un servidor hay pocas satisfacciones cinematográficas mayores que encontrarme con una adaptación que supera en méritos a su referente original. Normalmente esta categoría de cintas responde a unas inquietudes muy específicas por parte de un director-autor, la clase de cineasta que sabe lo que le vale y (más importante aún) lo que no del material de partida para hacer la obra que tiene en mente. Los casos son contados y quizás más valiosos, si cabe, por ello. Curiosamente, un terreno que parece abonado a las buenas adaptaciones es el del comic de autor, alejado de los estándares mainstream. No hablo, pues, de los personajes de Marvel y DC, ni de otros exponentes fantásticos o de ciencia-ficción a los que Hollywood recurre cuando a sus productores se les acaban sus limitados recursos creativos (sin desmerecer la validez de algunas de las adaptaciones resultantes), sino de títulos como “Camino a la Perdición”, “Una historia de violencia”, “Old Boy” o la última sensación del cine europeo, “La vida de Adèle”.


Vaya por delante que “El azul es un color cálido”, tebeo galardonado con el Premio del Público del Festival de Angoulême en 2011, me parece una lectura del montón. Su dibujante y guionista, Julie Maroah, retrata el despertar sexual de Clementine, una estudiante de secundaria que sufre un flechazo cuando conoce a Emma, universitaria y bohemia, que vive abiertamente su homosexualidad. La obra se centra fundamentalmente en la confusión y el rechazo que Clementine experimenta hacia sus propios sentimientos y en la aceptación y reivindicación de su lesbianismo por encima de sus propios prejuicios y los de su entorno más próximo. Pese a las buenas intenciones, el dibujo mediocre de Maroah y su tendencia al tremendismo convierten este slice of life de ecos sociales en una tragedia fatalista difícil de digerir.


Es entonces cuando aparece, por suerte, el realizador tunecino Abdellatif Kekiche, tomando el planteamiento inicial de “El azul es un color cálido” para llevarlo lejos, mucho más lejos, en una película que, para empezar, ya no está protagonizada por Clementine sino por Adèle y, más importante aún, ya no está desarrollada a partir de los diarios que Emma lee tras la muerte de la protagonista. Adiós, fatalismo adolescente; hola, retrato veraz de las relaciones de pareja.


Pese a dar cabida a algunas de las escenas clave del comic, Kekiche desviste su guión del tono militante y reivindicativo de la obra de Maroah, ofreciendo una visión universal de sentimientos que no están limitados por la homosexualidad o heterosexualidad de quienes los experimentan. “La vida de Adéle” trasciende el subgénero LGTB y le hace un gran favor al colectivo al mostrar con total naturalidad y sin excesivos dramas de segregación (más allá de un par de escenas en la primera mitad de la cinta) todos aquellos aspectos de la vida en pareja que son comunes a todas las personas, independientemente de su orientación sexual.


El naturalismo con el que Kekiche narra la relación entre Emma y Adèle se intensifica con las dos prodigiosas interpretaciones de las actrices que las encarnan: Léa Seydoux, vista brevemente en “Midnight in Paris” y futura Bella en “La Bella y la Bestia” de Christophe Gans, y la jovencísima y carnal Adèle Exarchopoulos, con una carrera mínima ante las cámaras. Ambas intérpretes se entregan con tal intensidad (física y psicológica) a sus papeles que no es de extrañar que el rodaje haya sido un calvario (tal y como apuntaban las polémicas declaraciones de las actrices que acompañaron al estreno del film en Cannes). Por otro lado, quedarse en el aspecto sexual (explícito y lésbico) del trabajo de Exarchopoulos y Seydoux me parecería un insulto a su labor como actrices.


Hay sexo en la película, sí. Y es importante que lo haya, pues es uno de los elementos que definen en gran medida una relación sentimental entre dos personas. Que una parte del público pueda escandalizarse ante imágenes de alto contenido sexual (20 minutos en total, tal vez, en una cinta que alcanza las 3 horas de duración) sólo demuestra que: a) nos encanta hablar de sexo, ya sea para bendecirlo o demonizarlo, y b) el gran público vive sexualmente reprimido. Que aquello fuese lo más de lo más en los tiempos en que había que cruzar la frontera pirenaica para ver “El último tango en París” era compresible en el contexto de la España del aguilucho, pero en pleno siglo XXI el sexo en pantalla es algo que deberíamos tener totalmente asumido dentro del cine calificado para mayores de 18 años. Igual que en nuestra propia vida, claro. Como dijo Woody Allen: "El sexo sólo es sucio si se hace bien".


Decía, entonces, que el componente erótico de “La vida de Adèle” es sólo una parte del todo. Importante, al menos tanto como pueda serlo en la vida de pareja de cualquiera, pero que no debería ser el árbol con tetas que impidiese ver el bosque de alegrías, descubrimientos, anhelos y decepciones que se describen en el camino vital de sus protagonistas. Como tampoco debería, por supuesto, minimizar la importancia de un apartado técnico mayúsculo, o de una sensibilidad audiovisual que consigue que los 180 minutos de película no se hagan jamás pesados. Más bien al contrario: cuando los créditos finales comienzan a aparecer en pantalla y las luces de la sala se encienden invitándonos a regresar a nuestras vidas, uno se siente de pronto vacío, como si acabase de despedirse de dos buenas amigas a las que no volverá a ver nunca más. Un poco triste. Herido, sin duda.

Y luego la vida sigue, supongo, aunque sea teñida por un nostálgico tono azul.