miércoles, enero 30, 2013

Los renglones torcidos del diablo

(…)
Build my fear of what's out there
Cannot breathe the open air
Whisper things into my brain
Assuring me that I'm insane
They think our heads are in their hands
But violent use brings violent plans
Keep him tied, it makes him well
He's getting better, can't you tell?
(…)



“American Horror Story” se estrenó en 2011 con una primera temporada autoconclusiva que comenzaba de forma prometedora y se desinflaba progresivamente a medida que los clichés y homenajes al género de terror se acumulaban hasta perder su capacidad de sorpresa. Servidor la siguió primero con interés, luego con indiferencia y finalmente con un poco de vergüenza ajena, y el balance global no fue (obviamente) positivo. Con todo, el anuncio de una segunda temporada argumentalmente desvinculada de la primera y ambientada en una institución mental en los años 60 me convenció para darle una oportunidad a “American Horror Story: Asylum”. Algo de lo que, una vez terminada esta nueva tanda de episodios, no me arrepiento en absoluto.


“Asylum”, al igual que la primera “American Horror Story”, es un batido indiscriminado de referencias al cine de espanto perfectamente reconocibles, que van de “El exorcista” (y las historias de posesiones demoníacas en general) a la ufología de “Fuego en el cielo”, pasando por Ed Gein y “La matanza de Texas”, “Los niños del Brasil”, “La parada de los monstruos” o la reciente “Shutter Island”, de la que toma prestada la malsana atmósfera que impregna cada pasillo del manicomio Briarcliff.


Regresan en “Asylum” el humor negro (negrísimo), la vocación transgresiva y el barroquismo audiovisual. El montaje videoclipero, los retorcidos (y larguísimos) movimientos de cámara y las ópticas aberrantes se acumulan plano tras plano en una oda al exceso salpicada por una cuidada banda sonora y encabezada por unos títulos de crédito que vuelven a poner los pelos de punta. La fórmula sigue siendo la misma (gore, sexo perverso y un encadenamiento constante de golpes de efecto), pero elevada a una potencia superior. Y dado que uno no puede tomarse demasiado en serio este grand guignol abarrotado de monjas en celo y psycho-killers (qu'est-ce que c'est?), es una suerte que la propia serie no acuse un exceso de gravedad y se transforme a rachas en una autoparodia perfectamente consciente de su condición.


Repiten también la mayoría de intérpretes de la primera temporada, reubicados aquí en nuevos roles que poco o nada tienen que ver con los anteriores. Sarah Paulson gana protagonismo como Lana Winters, periodista en apuros por perseguir con demasiado ahínco la exclusiva; Evan Peters se convierte en Kit Walker, arquetipo rockabilly abducido por criaturas del espacio exterior; Zachary Quinto da vida a un psiquiatra poco convencional, el Dr. Oliver Thredson, y Lily Rabe irradia inocencia como la joven monja Mary Eunice. Dylan McDermott y Frances Conroy regresan en papeles insólitos de los que no conviene desvelar demasiado, y nuevos fichajes como Chloë Sevigny, Joseph Fiennes, Ian McShane y James Cromwell elevan sustancialmente el prestigio interpretativo del elenco principal.


Y luego está Jessica Lange, claro. Si hay algo que celebrar en esta nueva “American Horror Story” es que la veterana actriz haya superado el elevado listón autoimpuesto en la primera temporada adueñándose, más aún, de cada segundo de metraje en el que asoma su rostro de ¿villana?. Más allá de la violencia y el delirio que son ya seña de identidad de la serie, la fascinante interpretación de Lange como la hermana Jude es el pilar maestro sobre el que se sostiene la inestable arquitectura de este “Asylum”.


Porque no todo son parabienes, me temo. Mucho se ha mejorado respecto a la entrega anterior, pero persisten todavía algunos de sus defectos estructurales. Una vez más, la intensidad de la narración comienza a diluirse a mitad de temporada y deja en el espectador la sensación de que algunas tramas hubieran merecido una mayor atención. A la postre, la línea argumental protagonizada por el slasher Bloody Face (trasunto indisimulado del texano Leatherface) termina por adueñarse casi por completo de la función, convirtiendo lo paranormal en algo anecdótico o, cuanto menos, accesorio. Además, el horror genuino de sus primeros compases acaba con el paso de los episodios convirtiéndose en algo habitual, a lo que uno se termina acostumbrando sin sentir ya la excitación propia del género: a mitad de temporada, “Asylum” deja de dar mal rollo y se torna en un thriller plagado de sexo, violencia gratuita y chispazos de genialidad (¡ese número musical!). Lo cual no está nada mal, pero dista bastante de la adictiva brillantez enfermiza de sus cinco primeros capítulos.


Por suerte, una de las grandes mejoras de “Asylum” respecto a su hermana mayor es el acertado tratamiento dramático de los caracteres principales. Mientras la familia Harmon de la primera temporada era una pandilla de pijos insufribles con poca o nula empatía con el espectador, los pacientes de Briarcliff generan una cercanía mucho mayor, logrando que sus destinos importen e incluso conmuevan. Lo poco de estrictamente terrorífico que tiene el último capítulo de “Asylum” se compensa con la satisfactoria sensación conclusiva que la temporada ofrece a sus personajes protagonistas.


Quienes hayan sentido su curiosidad picada por el gusano de “American Horror Story” harán bien en ignorar su primera entrega y aventurarse directamente en esta “Asylum” que recicla y afianza las virtudes de su predecesora eludiendo muchas de (aunque no todas) sus carencias. Con la esperanza, además, de que, si sus responsables continúan con esta progresión ascendente, la tercera puede ser la vencida.

sábado, enero 26, 2013

La caza del hombre

El título original de la última película de Kathryn Bigelow, “Zero Dark Thirty”, es un código militar que significa “30 minutos después de medianoche”. La cinta, que en España ha sido traducida como “La noche más oscura”, narra los esfuerzos realizados por la inteligencia norteamericana para capturar a Osama Bin Laden durante los diez años transcurridos desde los atentados del World Trade Center hasta la muerte (según la versión oficial) del enemigo público número uno. Oh, perdón: spoiler.


Para estructurar esta investigación sobre el paradero de Bin Laden, Bigelow y su guionista Mark Boal se sirven de un personaje central, Maya, magníficamente interpretado por Jessica “hasta en la sopa” Chastain. Su función dentro del relato es utilitaria (estar donde la historia lo requiere para así poder mostrársela desde su perspectiva al espectador) y metafórica: la joven agente es un instrumento de la CIA carente de personalidad y definido únicamente por su objetivo. Maya no es la perseguidora de Bin Laden, sino la persecución hecha carne. Y a cualquier precio, sobre todo moral.


Polémica desde su concepción, “Zero Dark Thirty” arranca reconociendo abiertamente los brutales métodos de tortura empleados por la CIA para interrogar a los presos (supuestamente) relacionados con la red terrorista de Al Qaeda, lo que no deja de ser un punto a favor de la imparcialidad del film. Bigelow y Boal no juzgan las prácticas de la inteligencia estadounidense; no las encubren ni las defienden. Prefieren que sea el espectador quien saque sus propias conclusiones. Por supuesto, el hecho de que la caza de Bin Laden sea finalmente fructífera añade matices profundamente maquiavélicos al asunto: sería muy fácil criticar los métodos de tortura si con ellos no se hubiera llegado a ningún lado, pero ¿merece la pena emplear la violencia de un modo tan monstruoso si eso conlleva la consecución de un objetivo ansiado por trescientos millones de estadounidenses?


Con el fin de salvaguardar esta pretensión de objetividad, Bigelow minimiza las florituras narrativas y adopta un tono casi documental, dejando que sea el sobresaliente ejercicio de montaje el que articule la narración e imprima ritmo al relato. “Zero Dark Thirty” es todo lo fría y aséptica que las circunstancias requieren, lo cual por momentos la convierte en una película hermética. Desde luego, es uno de los films de espías con menos glamour que un servidor recuerde, y también posiblemente por ello sea el más creíble. Su clímax llega con la presentación casi en tiempo real de la operación nocturna de infiltración en la casa/fortaleza donde se esconde Osama: una larga escena de acción en modo “Call of Duty” narrada con precisión quirúrjica y que logra que uno contenga la respiración hasta prácticamente el final de la cinta.


Son méritos más que suficientes para reconocer en Bigelow a esa directora valiente y talentosa que gran parte de la crítica consideraba merecida candidata a la estatuilla en la próxima ceremonia de los Oscar. A “Zero Dark Thirty” yo sólo puedo hacerle un reproche; el mismo, curiosamente, que ya empañaba mi valoración del anterior film de la ex de James Cameron, “The hurt locker (En tierra hostil)”: su cine es un subidón de adrenalina técnicamente impecable, pero carente de corazón. Con el tiempo, esta película quedará en el recuerdo como un ejercicio de estilo sobresaliente, pero difícilmente tendré ganas de revisarla para sentir lo mismo que la primera vez. Porque sentir, lo que se dice sentir, zero.

miércoles, enero 23, 2013

El Método Palahniuk para ligar en grandes superficies

Paseando hace unos meses por la librería de la FNAC de Callao fui testigo involuntario de una conversación que llamó mi atención. Un chico y una chica de unos veinte años1 hojeaban novelas de bolsillo mientras él intentaba impresionarla: “¿No has leído a Chuck Palahniuk? Es mi escritor preferido. He construido toda mi personalidad a partir de su obra”. Supongo que es una suerte que en ese momento yo no estuviese tomando algún tipo de bebida, porque posiblemente habría escupido un torrente de líquido sobre las obras completas de Vete-Tú-a-Saber-Quién que tenía entre las manos2.

No tengo nada particular en contra de Chuck Palahniuk, salvo el hecho de que me parece uno de los escritores más sobrevalorados de los últimos veinte años. Vale, igual eso sí es tener algo contra él.

El tipo saltó a la fama cuando David Fincher convirtió en película de culto su primera novela, “El club de la lucha”, demostrando de paso que la máxima “el libro era mejor” tiene sus honrosas excepciones3. Aunque no he leído (ni lo pretendo) todos los títulos de su bibliografía, sí he podido comprobar gracias a sus obras “Monstruos invisibles” y “Asfixia” (además de la mentada "El club de la lucha") que el bueno de Chuck es obstinado a la hora de autoplagiarse y dar vueltas incansablemente sobre los mismos temas: sexo duro, terrorismo social y la hipocresía del modo de vida estadounidense.


Perdido el interés por su producción tiempo atrás, a finales del pasado año me encontré en la biblioteca pública compostelana una novela suya que no conocía, la penúltima publicada en castellano por Mondadori en nuestro país, titulada “Pigmeo”. El libro captó mi interés por dos razones: la primera es que me apetecía comprobar si las obsesiones y el estilo literario de Palahniuk habían evolucionado en los ocho años que separaban la publicación de “Asfixia” y “Pigmeo”. La segunda, su bizarra sinopsis, que reproduzco a continuación: Pigmeo forma parte de un grupo de terroristas adolescentes enviados a Estados Unidos para cometer un atentado masivo. Camuflado como estudiante de intercambio, el agente 67 deberá convivir con la típica familia americana mientras planifica el ataque. Para conseguir su objetivo cuenta con unos conocimientos avanzados de química y el dominio de las artes marciales. Está entrenado para detonar un artefacto mortífero en el momento preciso, si consigue, eso sí, controlar sus inoportunas erecciones.”

Justo en aquellos días acababa de finiquitar un ladrillo considerable, las más de 1.700 (maravillosas) páginas de “Los Miserables” de Victor Hugo, y me apetecía leer algo breve y fácil de digerir, así que me lo llevé en préstamo. La gratuidad de las (benditas) bibliotecas favorece que uno le preste atención a libros y tebeos que jamás habría pagado por leer, y a veces eso es motivo de sorpresas tan positivas como inesperadas. Lamentablemente éste no fue el caso, pues en “Pigmeo” me reencontré con el mismo escritor autoconvencido de su condición de enfant terrible, fascinado por el sexo duro, el terrorismo social y la hipocresía del modo de vida estadounidense, repitiendo incansablemente sus autocomplacientes tics estilísticos.

Palahniuk, una suerte de aspirante a Bret Easton Ellis o Kurt-Vonnegut-wannabe4, tiene de transgresor lo mismo que los últimos trabajos de Garth Ennis y Mark Millar, guionistas afincados desde hace años en el caca-culo-pedo-pis y la violencia disparatada que presumen de escribir tebeos “sólo para adultos” que sin embargo ponen cachondos a niños y adolescentes5. Además, “Pigmeo” es la cuarta novela de Palahniuk que leo y la cuarta que termina peor que cómo empieza porque su autor no tiene los redaños suficientes para dejarse llevar por el delirio y tirar la casa por la ventana. Mucho ruido y pocas nueces, Chuck. Fincher lo entendió a la perfección cuando vislumbraba su adaptación de “El club de la lucha” y subió las apuestas hasta hacer saltar la banca (por los aires, literalmente). Por eso su película todavía será recordada cuando las novelas de Palahniuk no tengan más prestigio que los westerns miniaturizados de Marcial Lafuente Estefanía.

Hasta que ese día llegue, el novelista estadounidense seguirá escribiendo fantasías adolescentes para que miles de varones con ganas de arrimar la cebolleta puedan construirse personalidades cool con las que seducir a sus ingenuas compañeras de facultad. ¿Puede haber algo más mainstream y convencional que eso?



1: Tal vez más o tal vez menos. Me cuesta mucho reconocer si una chica es mayor o menor de edad, lo cual a veces acarrea problemas. Por otro lado, me importa un bledo la edad legal que puedan tener los chicos, así que en su caso tiendo naturalmente a no esforzarme demasiado en mis intentos de datación.

2: No pongáis esa cara. Sí, lo sé: yo también dije tonterías en su momento creyendo que me harían parecer más interesante. Yo también fui joven e inocente. De hecho, maldita sea, aún lo soy.

3: Tal vez conozcáis a algún primate gafapasta que afirma haber leído “El club de la lucha” antes de que se estrenase su adaptación cinematográfica. Si el simio en cuestión es una especie autóctona lo más probable es que mienta, porque la novela de Palahniuk no se publicó en España hasta 1999, el mismo año en que la película de Fincher aterrizaba en las salas.

4: Igual aquí patino, porque no he leído ninguna novela de Ellis posterior a “American Psycho”, y de Vonnegut sólo conozco la excelente "Matadero 5". Pero ¡qué demonios! Sin riesgo no hay gloria.

5: A cuento de las obras para adultos, recomiendo la lectura de esta entrada en el blog vecino Safari Nocturno. De una forma totalmente egocéntrica, además, porque hay un par de comentarios míos en el libro de visitas.

lunes, enero 21, 2013

Sic semper Spielberg

Tuve en la facultad un profesor de Teoría de la Imagen que decía que si él no cortaba el plano como Spielberg era sencillamente porque no le daba la gana. Lógicamente, algunos de sus alumnos nos preguntamos ojipláticos cómo alguien podría ser tan estúpido para, pudiendo hacerlo, no querer encuadrar como el maldito Steven Spielberg. El otro día viendo “Lincoln”, último largometraje del director de “Tiburón”, “En busca del arca perdida” y “Salvar al soldado Ryan” , me acordé varias veces de aquel presuntuoso profesor y casi no pude reprimir un par de carcajadas.


Al igual que otros compañeros de generación como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, Steven Spielberg es una leyenda del Séptimo Arte. Independientemente de que algunas de sus películas puedan aburrirme o causarme cierto bochorno, el padre de “E.T.” me parece uno de los narradores más talentosos, técnicamente hablando, en toda la historia del medio. A este respecto, “Lincoln” no es más que la última y sobresaliente manifestación de ese innegable talento: la obra de un titán del cine que ya lo ha logrado prácticamente todo a lo largo de su exitosa carrera, y que ha sublimado su caligrafía audiovisual hasta abrazar la perfección.


Apoyado en la música de su compositor de confianza John Williams y en el glorioso trabajo de fotografía de Janusz Kaminski (colaborador habitual del director desde los tiempos de “La lista de Schindler”), Spielberg traiciona las expectativas más obvias y rechaza convertir “Lincoln” en un biopic al uso. En realidad la cinta se desarrolla íntegramente en los últimos meses de la Guerra Civil, en los que el decimosexto presidente de EE.UU. impulsó una enmienda constitucional contra la esclavitud con todos los medios a su alcance (medios ilegítimos, incluso, si atendemos a lo que nos cuenta la película).


El propio Spielberg definió esta “Lincoln” como su película más europea, expresión que un servidor interpreta como un intento de enunciar la sobriedad, contención y ¿rigor? con que ha abordado el material histórico que inspira el film. Apenas veremos una breve escena bélica, ajena a cualquier épica, en los primeros compases de la cinta. El resto de la Guerra Civil transcurrirá fuera de campo, muy lejos de los despachos de Washington donde se decidirá el resultado de esa 13ª enmienda que obsesiona al Jordi Pujol estadounidense (no lo digo yo, lo dice el Google translator). “Lincoln” es una película de espacios interiores; de densas charlas de gabinete, airados debates en el Congreso y fantasmagóricas luces proyectadas a través de los ventanales de la Casa Blanca sobre el rostro estriado de un Daniel Day Lewis más allá de la caracterización o la interpretación. Day Lewis no actúa: como Darkseid en el Cuarto Mundo de Kirby, simplemente es.


Todo el extenso reparto de “Lincoln” está deslumbrante, aunque sus intervenciones resulten tan anecdóticas como la de mi admirado Joseph Gordon-Levitt, cuya trama se pierde (y jamás se recupera) en medio de una desequilibrada coralidad que termina asfixiada por el crono y eclipsada por la prodigiosa composición del zapatero de Florencia. Sally Field, James Spader, John Hawkes, Jackie Earle Haley, Jared Harris… la confluencia de grandes intérpretes es casi sofocante, y no todos gozan del tiempo en pantalla que su categoría actoral merece. Mención especial para un Tommy Lee Jones cuyo personaje podría haber sido el contrapeso ideal para el maquiavelismo noble (pero maquiavelismo al fin y al cabo) de Abraham Lincoln, pero que se conforma con protagonizar el minuto de oro del film y poco más.


Es ahí donde reside, para mí, la flaqueza del Spielberg reciente. No ya en sus tics y filias habituales (enfrentamientos paterno-filiales, exaltación de la familia, elogio de la infancia), sino en su incapacidad para el arrebato y la locura con que otros realizadores menos talentosos sí han sido bendecidos (lo cual los hace más disfrutables, que a la larga es de lo que va todo esto). Debajo de su indiscutible perfección clasicista, las últimas películas de Spielberg me resultan predecibles y blandas, la corrección política hecha celuloide, y me tengo que conformar con un minuto de oro, un pasaje realmente inspirado, que compense el esfuerzo de permanecer atento a la pantalla durante dos largas horas y media. Ocurría con la estupenda escena de la alambrada en “Caballo de batalla”, una cinta casi tan eterna como empalagosa, y ocurre nuevamente en “Lincoln”, película infinitamente superior, con la última intervención del congresista republicano Thaddeus Stevens. Son ráfagas de gran cine donde el talento narrativo comulga al fin con la lírica más elevada.


El resto es fría perfección artesanal y una amenaza insalvable para cualquier competidor en las categorías técnicas e interpretativas de los próximos Oscars de Hollywood. Lo cual, por supuesto, es bastante más de lo que la mayoría de directores son capaces de ofrecer hoy en día. Mi ex-profesor incluido.

sábado, enero 19, 2013

De esclavitud y de cadenas

Tal y como se esperaba, la nueva película de Quentin Tarantino, “Django desencadenado”, es una odisea anti-esclavista (por mucho que diga Spike Lee) repleta de carismáticos personajes con incontinencia verbal y frecuentes estallidos de violencia casi cartoon.


Leonardo DiCaprio afronta por fin su ansiado papel de villano sin aristas (ya lo había intentado en “American Psycho”, pero Christian Bale parecía más profesional por aquel entonces), y lo cierto es que el niño bonito de Scorsese lo borda, componiendo desde el exceso una de esas sádicas caricaturas que pueblan la filmografía tarantiniana. Sin embargo, son unos inmensos Christoph Waltz y Samuel L. Jackson quienes se adueñan totalmente de la función, mientras Jamie Foxx se queda con el protagonismo pero no con la ovación por su colorida encarnación de “Shaft en el Oeste”. No es que el hermano no cumpla, es que los demás cabezas de cartel trituran el celuloide como si fuera tabaco de mascar.


La cinta, ambientada en los EE.UU. previos a la Guerra Civil, narra el intento de rescatar a Broomhilda (Kerry Washington) de la plantación del terrateniente Calvin Candie (DiCaprio) por parte de su esposo Django (Foxx), un esclavo liberado por el cazarrecompensas King Schultz (Waltz) a cambio de que le ayude en su persecución de unos forajidos a los que sólo él puede identificar.


Por el camino, y porque sencillamente le sale del bálano, Tarantino divaga sobre mitología germana (si hubo un “Orfeo negro”, ¿por qué no un Sigfrido?) y literatura francesa, ridiculiza al Klan (el Ku Klux, nunca el Wu Tang), mantiene la tradición de recuperar a otro actor en horas bajas (Don “Miami Vice” Johnson) y recopila una miscelánea musical a la altura de su leyenda: de 2Pac a Jim Croce pasando por los inevitables Luis Bacalov y Ennio Morricone.


El director de “Pulp Fiction” sigue gozando de una libertad creativa total, algo sólo reservado a los autores con más personalidad y prestigio del circuito cinematográfico actual (tipos como Pedro Almodóvar, David Lynch, Terrence Malick o Wes Anderson), y aunque es cierto que “Django desencadenado” no aporta ninguna novedad relevante al reconocible libro de estilo del realizador, el pastiche funciona en esta ocasión bastante mejor que en “Malditos bastardos”, la anterior cinta de Tarantino y la más próxima de su filmografía en intenciones, temática y puesta en escena a este blaxploitation spaghetti southern. Incluso su libérrima contextualización en un lugar y un momento concretos del siglo XIX norteamericano recuerda a la aproximación que Tarantino hizo al nazismo cuatro años atrás. Es decir, que "Django desencadenado" posee el mismo rigor histórico que un sketch de los Monty Python. Sin embargo, mientras el cruce bastardo (nunca mejor dicho) entre “Doce del patíbulo” y “Ser o no ser” entusiasmaba sólo por momentos (los dos primeros capítulos, básicamente), “Django desencadenado” se percibe más redonda y consistente, beneficiada por un número menor de tramas y personajes y una linealidad inédita en el cine del de Knoxville.


Así, las dos horas y cuarenta y cinco minutos del último film de Tarantino se pasan en un suspiro entre sonrisas cómplices y estruendosas carcajadas, zooms delirantes, homenajes indisimulados a todo y a todos (en “El blog Ausente” han escrito un artículo muy interesante al respecto) y tiroteos salvajes que invitan al espectador a un auténtico frenesí lúdico. “Django desencadenado” es al mismo tiempo una oda al exceso, una lección magistral de arte collage, un genuino ejercicio de cine de autor y una gamberrada adolescente endiabladamente divertida.

Candidata inmediata al podio cinematográfico de 2013. Y el año no ha hecho más que comenzar.

jueves, enero 17, 2013

Un siglo de (meta)ficción

Ya lo decía el otro día a cuento de mis tebeos favoritos de 2012: la última entrega de las aventuras de “La Liga de los Extraordinarios Caballeros” de Alan Moore y Kevin O'Neill estaba al caer. Y así ha sido. Desde esta semana puede encontrarse en las librerías españolas, de la mano de Planeta de Agostini, la conclusión de la saga “Century” bajo el subtítulo “2009”.


La lectura de este último volumen requiere, de entrada, la revisión de sus inmediatos predecesores: “1910” y “1969”. Si no, corre uno el riesgo de perderse en el denso mapa de referencias a la ficción británica (literaria, televisiva y cinematográfica) de los últimos cien años, y también de un poco más atrás y un poco más lejos (¿un ex-presidente de EE.UU. apellidado Bartlet?). Al igual que en los episodios precedentes, el guionista de tebeos más importante de todos los tiempos (la obra de Moore puede gustar más o menos, pero su relevancia es absoluta e innegable) se las arregla para introducir cientos (literalmente) de guiños, homenajes, situaciones y personajes de la cultura popular que van desde la última tragedia de Shakespeare (¡en 3D!) hasta James Bond (todos los James Bonds), pasando por el gran icono literario/cinematográfico de la actual Gran Bretaña, auténtico leit motiv de toda la saga (aunque su identidad se hubiese mantenido semi-oculta hasta ahora).


Todas las profecías planteadas en volúmenes anteriores se resuelven aquí de la más satisfactoria de las maneras. Por fin uno entiende, por ejemplo, quién era aquel hippie ocultista que en 1969 decía “Me llamo Tom. Mi segundo nombre es una maravilla, y mi apellido, un acertijo” (ya digo: hay que releer). Por fin se descubre qué era ese Anticristo del que tanto hemos oído hablar, y por fin, también, se lleva a nuestro trío protagonista (Allan Quatermain, Mina Murray y el/la delicioso/a Orlando) al destino dramático que las páginas anteriores venían apuntando.


Con un estilo cada vez más visceral y caricaturesco, Kevin O'Neill entrega unas páginas llenas de fuerza expresiva que no precisan más que una clásica cuadrícula de 3x3 viñetas para desarrollar el aluvión de conceptos propuestos por el guionista de “Watchmen” y “V de Vendetta”. Éste no da puntada sin hilo, y se las arregla (como quien no quiere la cosa) para salpicar su distópica y fantasiosa reconstrucción de la historia londinense con referencias a la crisis económica, la represión policial en los estados supuestamente democráticos, las tensiones en Oriente Medio y las masacres estudiantiles en los institutos. Lo hace, además, divirtiendo, sorprendiendo y dándole un giro inesperado a muchos conceptos que todos tenemos anclados desde muy niños (guiño guiño) en el subconsciente colectivo.


Por todo ello, los tres volúmenes que componen esta “The League of Extraordinary Gentlemen: Century” posiblemente constituyan el comic de super-héroes (por victorianos que sean) con más chicha que un servidor haya leído desde que Warren Ellis y John Cassaday despidieron su monumental (y también meta-ficcional) “Planetary”. Lo cual a estas alturas tampoco debería sorprender a nadie: el caballero barbudo de Northampton juega desde hace décadas en otra liga. Una realmente extraordinaria. La suya propia.


P.D: no terminan aquí las buenas noticias. Tal vez "Century" haya concluido, pero parece que a Moore y O'Neill aún les queda cuerda para rato. Por lo de pronto, ya se ha anunciado para dentro de un mes (en EE.UU.) un spin-off protagonizado por Nemo bajo el título "Heart of ice". Mientras tanto, problemas con los derechos de autor impiden que se publique fuera de las fronteras estadounidenses la auténtica tercera entrega ("Century" sería la cuarta) en la cronología extraordinaria: "The Black Dossier". Qué lástima. Podéis leer un interesante artículo al respecto clickando AQUÍ.

martes, enero 15, 2013

Top 10: mis películas favoritas de 2012

Faltaba el cine, por supuesto.

Este año lo he dejado para el final porque necesitaba tiempo para reflexionar sobre un asunto controvertido (dicho así, suena como si me hubiese pasado los últimos quince días en esta posición, dándole vueltas al tema… y no, tampoco es eso): ¿qué películas entran y cuáles no en la competición (¡ja!) por mis 10 títulos favoritos de 2012? Otros años la cosa estaba clara: cintas estrenadas comercialmente en las salas de nuestro país entre el 1 de enero y el 31 de diciembre. Así de fácil. Pero en 2012 se han dado una serie de circunstancias inéditas en mi experiencia cinéfila que deformaron bastante el rostro audiovisual del pasado año. Así pues, ¿debía incluir los títulos vistos en festivales, aunque no se estrenen/hayan estrenado en España hasta 2013? ¿Y las películas que han ido a parar directamente al DVD o la televisión? ¿O las que se han estrenado online? Lo he rumiado durante días, aprovechando que todavía tenía pendientes de visionado algunos films que parecían serios candidatos a este top 10, y finalmente he decidido que entra todo. Con dos cojones. Si se ha podido ver en España de forma legal, ya sea en un festival de cine, en Canal + o en streaming a través de la web, me vale.

De todos modos, ya sea por falta de tiempo o de dinero, siempre se quedan cosas interesantes en el tintero, así que nadie debería sorprenderse si dentro de unos meses reniego de esta lista y ensalzo cintas que todavía no he visto, como “La parte de los ángeles”, “El caballo de Turín”, "Diamond Flash", “Casa de tolerancia”, “Elefante blanco”, “Argo” o “La vida de Pi”.

Pero hasta entonces, éstas son mis 10 películas preferidas de 2012:


10 - Looper


Estuve a punto de dejarla fuera en favor de la excelente “En la casa”, pero luego me percaté de que eso supondría una ausencia total del actor Joseph Gordon-Levitt entre mis favoritas del año. Y por ahí no paso. “Looper” no es sólo la cinta de ciencia-ficción más entretenida desde “Inception” (también salía Gordon-Levitt, claro), sino que además contiene una clase de humanidad y honestidad (es tan honesta que hasta reconoce a viva voz sus propias contradicciones narrativas) que la convierte en referente inmediato dentro del género. Un film a imitar por futuros artesanos del cine fantástico con corazón.


9 - Los idus de marzo


Mientras medio mundo se deshacía en halagos hacia la labor interpretativa de George Clooney en la mediocre “Los descendientes”, el galán de la Nespresso entregaba otro trabajo de dirección mayúsculo en este drama político que contaba, además, con un estupendo reparto encabezado por Ryan Gosling (que aquí, yo creo, está mejor que en la puede-que-sobrevalorada “Drive”). Maquiavélica en el sentido más estricto de la palabra, “Los idus de marzo” es una propuesta tan clásica (en el cómo) como contundente (en el qué). Cine atemporal para temas (la ambición, la mentira, la corrupción) atemporales. Y con el gran Philip Seymour Hoffman.


8 - Moonrise Kingdom


Wes Anderson entregando su película más accesible sin renunciar a ninguno de sus inconfundibles rasgos estilísticos y particulares filias y fobias. Una fábula de feroz romanticismo (porque el romanticismo puede ser feroz cuando incluye niños armados con tijeras) e inteligente sentido del humor en la que los adultos se comportan como críos y los críos como adultos mientras la cámara hace zooms pasados de moda y gira incansablemente sobre su propio eje. Alérgicos a lo indie/hipster/vintage, abstenerse.


7 - La invención de Hugo


La carta de amor que Martin Scorsese dedica al Séptimo Arte es también uno de los ejercicios de dirección y puesta en escena más deslumbrantes del pasado año. La historia de Hugo Cabret, el niño que vivía en la estación de tren de Montparnasse, es un cuento para grandes y pequeños que reflexiona sobre la vida, la muerte y el arte rehuyendo cualquier atisbo de cursilería y sin caer en el tremendismo. Charles Dickens meets George Méliès. Y en 3D del bueno.


6 - La cabaña en el bosque


Escrita a cuatro manos por Joss “búscame en el puesto siguiente” Whedon y Drew “nada que ver con Jean-Luc” Goddard y dirigida por este último, “La cabaña en el bosque” es la sublimación/deconstrucción definitiva del cine de terror; el “Love actually” de lo slasher, lo zombie, lo lovecraftiano, lo clivebarkeriano (porque Clive Barker también tiene derecho a un deonomástico) y la casquería en general. Pese a no haber sido comercializada oficialmente en España (al parecer saldrá directamente en DVD a lo largo de 2013), esta joyita de serie B hecha por fans y para fans pudo verse en nuestro país en los festivales de Sitges y Cineuropa.


5 - Los Vengadores


La última entrega de la primera fase del proyecto cinematográfico de la Casa de las Ideas es todo lo que un marvelita podría desear: batallas monumentales, humor naïf y socarrón, auténtica sensación de un universo compartido, el Hulk más divertido de la historia y, por supuesto, Robert Downey Jr. Poco importa que al final todo se reduzca a la cantinela de siempre (una melé de Bien vs. Mal) protagonizada por unos personajes unidimensionales si la carga lúdica es tan arrolladora como en la cinta firmada por Joss “ya os dije que andaría por aquí” Whedon. ¿El blockbuster total?


4 - Warrior


Estrenada directamente en Canal + con más de un año de retraso (sin pasar por salas o DVD), el intenso drama pugilístico que enfrenta a los hipertrofiados hermanos encarnados por Tom Hardy y Joel Edgerton es una de las películas deportivas con más pegada dramática que un servidor recuerde. Tan predecible como emocionante y con unas escenas de lucha impecables, “Warrior” es la mezcla definitiva entre “Rocky”, “The fighter” y “Contacto sangriento” (sí, la de Van Damme): por algo lo llaman artes marciales mixtas.


3 - Los Miserables


Si las dos anteriores eran cintas que apelaban a lo visceral antes que a la excelencia cinematográfica, el oscarizado Tom Hooper eleva en “Los Miserables” esa contradicción entre forma y fondo hasta el paroxismo. Con todos los peros estrictamente narrativos que se le puedan poner a la adaptación del célebre musical, la odisea cantada de Jean Valjean remueve (centrifuga, más bien) de tal manera el caldo de las emociones que uno sólo puede ponerse en pie y aplaudir ante un reparto en estado de gracia (Hugh Jackman está espléndido, pero lo de Anne Hathaway se sale de las escalas) y una explosión de sentimiento puro sin parangón. Advertidos quedan los espectadores de lágrima fácil.


2 - Shame


El segundo largometraje de Steve McQueen (realizador negro y británico; nada que ver con “Bullitt”) nos brinda la mejor interpretación de Michael Fassverguer Fassbigger Fassbender hasta la fecha: la de Brandon, un adicto al sexo cuya rutina diaria de excesos se verá amenazada por el inesperado regreso de su díscola hermana bipolar (brillantemente interpretada, también, por Carey Mulligan). Amarga y turbadora, “Shame” no es la clásica película morbosa sobre sexo, sino un estudio sobre la soledad y la incapacidad de comunicación de una persona emocionalmente lisiada.


1 - Amour


Estrenada comercialmente en España hace apenas unos días, servidor tuvo la suerte (y la desgracia) de ver la última propuesta de ese demiurgo cruel llamado Michael Haneke allá por noviembre, en la más reciente edición del festival compostelano Cineuropa. La desoladora historia de un anciano matrimonio al borde del abismo es una película soberbia y agotadora cuyas imágenes se quedan contigo durante semanas, recordándote de forma lacerante que todo lo que amas morirá algún día y que, como decía Nietzsche, todo lo que se hace por amor se hace más allá del bien y del mal”. Haneke will tear us apart.



No me parecería justo que estas diez favoritas ensombreciesen los méritos de otros films que se han quedado a las puertas de la gloria (lo he cursiveado, sí) como “En la casa” (que, como decía más arriba, se ha quedado fuera por micras), “Declaración de guerra”, “Grupo 7”, “Moneyball”, “Miss Bala”, “Martha Marcy May Marlene”, “Tenemos que hablar de Kevin”, “Holy Motors”, “Skyfall” o “El hombre sin pasado”. 2012 ha sido, además, un buen año para la animación, con títulos tan recomendables como “Brave”, “Arrugas”, “ParaNorman” (me parece un despropósito que aquí la hayan titulado “El alucinante mundo de Norman”) y “Frankenweenie”. Me llegan también buenas referencias de “¡Rompe Ralph!”, pero aún no he podido verla.

Entre las decepciones, son especialmente llamativas las de “El caballero oscuro: la leyenda renace” (no porque sea realmente una mala película, sino porque había muchas esperanzas puestas en ella; y sí, otra traducción de traca), “El Hobbit: un viaje inesperado” y la polémica “Prometheus”. “Cosmopolis”, “Luces rojas”, “Caballo de batalla”, “J. Edgar” y “Sombras tenebrosas” también se han quedado muy por debajo de lo esperado, dadas las credenciales de sus responsables, pero sin duda el premio al bodrio del año es para “MS1: Máxima seguridad”: lo peor que he visto en una sala de proyecciones en mucho (pero mucho) tiempo.

Y, como ya viene siendo habitual, me gustaría constatar que otro año más el mejor cine ha venido también de la mano de las series de televisión. Producciones como “Boardwalk Empire”, “Mad Men” o “Breaking Bad” (a las que se han sumado nuevos títulos como “Girls” o “The Newsroom”) han vuelto a demostrar que las diferencias entre la pequeña y la gran pantalla sólo son una cuestión de pulgadas. A veces, pese a que suene a tópico manoseado, el tamaño no importa.

jueves, enero 10, 2013

Top 10: mis tebeos favoritos de 2012

Turno ahora de hacer balance de los comics publicados en España (y leídos por un servidor, obviamente) a lo largo del pasado año.

2012 ha estado repleto de títulos a priori muy interesantes, pero si ya habitualmente leo menos tebeos de los que me gustaría, este año las vacas flacas me han impedido hacerme con muchas obras que en otras circunstancias serían una compra segura. Por suerte, la bendita biblioteca pública ha sido mi mejor aliada durante el último trimestre, y gracias a ella he podido disfrutar de un montón de lecturas que de otro modo no habrían estado a mi alcance. Aún así, se me han pasado por alto algunos comics con muy buena pinta o muy buena prensa (que no siempre es lo mismo) y que espero no tarden demasiado en caer en mis manos, como los volúmenes de historias cortas de Shintaro Kago publicados por EDT, el “Pudridero” de Johnny Ryan, “Cenizas” de Álvaro Ortiz, “Pepe” de Carlos Giménez, “Quai d'Orsay” de Lanzac y Blain o “Frank vol.2: Filigranas del clima” de Jim Woodring, que en vista de la honda impresión que me causó su primer recopilatorio, sería un candidato casi seguro a ocupar algún puesto de este ranking.

Acerca del listado en sí, conviene aclarar también que, además de las reglas que ya se aplicaban a mis discos favoritos del año, en el caso de los tebeos se ha de tener en cuenta que no se incluyen reediciones de material previamente publicado en España, lo cual deja fuera de juego a títulos tan recomendables como “The Dark Knight Returns” de Miller, Janson y Varley, “Batman: Año uno” de Miller y Mazzuchelli, “La Cosa del Pantano” de Moore, Bissette y Totleben, “We3” de Morrison y Quitely, “Jeremiah” de Hermann, “Rosalie Blum” de Camille Jourdy, así como todo el material clásico de la Marvel (“Fantastic Four” de Lee y Kirby, “Amazing Spiderman” de Lee y Romita, “Uncanny X-Men” de Claremont y Byrne... ) que Panini está recopilando en el voluminoso formato OmniGold.

Me dejo muchos más en el tintero, tanto en lo que respecta a apetecibles novedades no leídas como a reediciones imprescindibles, pero confío en que hayáis pillado el concepto. Así pues, al grano:


10 - The League of Extraordinary Gentlemen. Century: 1969


A punto de publicarse en España la tercera y última entrega de “Century” (subtitulada “2009”), resurge con fuerza el recuerdo de su episodio inmediatamente anterior, en el que la Liga de los Extraordinarios Caballeros vivía una psicodélica aventura durante los últimos compases (rockeros y hippiosos) de la década de los 60. De la mano de Alan Moore y Kevin O'Neill, el flower power y el LSD se entrelazan con la mitología lovecraftiana y la chaos magick en un delirio repleto de humor y espanto, diálogos ingeniosos y cientos de referencias literarias, musicales, cinematográficas y tebeísticas.


9 - Los ignorantes


El sorprendente (por honesto y desprovisto de artificios) docucomic firmado por Étienne Davodeau propone un acercamiento, desde un desconocimiento total, al mundo de la viticultura, al tiempo que narra el divertido proceso de aprendizaje viñetístico de un lego en materia de comics. “Los ignorantes” es un ejercicio de divulgación que instruye al tiempo que divierte, y que además de suponer una amena introducción al mundo del vino, permite a los aficionados al Noveno Arte descubrir una parte del proceso creativo (cómo se gesta un comic) y del mundillo editorial (cómo se publica un comic) desde un punto de vista privilegiado.


8 - Parker: el golpe


Tal vez la tercera incursión de Darwyn Cooke en el universo literario de Richard Stark no sea la mejor del lote (“La compañía” puso el listón por las nubes), pero eso no implica que esta nueva entrega de las aventuras de Parker (que pronto asomará otra vez su jeto de tipo duro a la gran pantalla) no sea, una vez más, un magnífico ejemplar de serie negra volcado a viñetas por un narrador en estado de gracia. Por mucho que “Before Watchmen” esté dando que hablar entre el fandom, el Darwyn Cooke al que hay que seguir imperativamente la pista es el que escribe y dibuja esta colección.


7 - Daredevil: la sonrisa del diablo


Cansado de su gesto tristón y su condición de pupas del Universo Marvel, el diablo guardián de la Cocina del Infierno ha decidido dar un vuelco a su vida para adoptar una actitud desenfadada y optimista, más propia de la Edad de Plata que de los oscuros años 80 (y sus ecos todavía audibles). Falta le hacía, la verdad. Las buenas noticias son que este giro de timón viene servido por un guionista con oficio y conocimiento de la continuidad (Mark Waid), y unos dibujantes (Paolo Rivera y Marcos Martín) sobrados de personalidad gráfica y aptitudes narrativas. El nuevo “Daredevil” es un tebeo de super-héroes fresco, dinámico y divertido, una rara avis dentro de ese estudio cinematográfico que, quién sabe si por tradición o por pura nostalgia, todavía se empeña en publicar cada mes un puñado de tebeos.


6 - Portugal


A lo largo de casi 300 páginas ilustradas con trazo ágil y espectacular uso del color, el antiguo animador Cyril Pedrosa, francés de ascendencia lusa, vertebra un slice of life de exploración genealógica con el que cualquier lector puede sentirse identificado, pese a los evidentes rasgos autobiográficos del material. Porque todos, para bien o para mal, tenemos una familia y unas raíces, y en algún momento de nuestro personal proceso de maduración debemos decidir cómo queremos que éstas se hagan presentes (o no) en nuestras vidas.


5 - La hermandad de la Biblia Perry


Las ingeniosas tiras cómicas de Nicholas Gurewitch son un ejercicio de humor chanante que muta gráficamente en cada entrega y que sorprende al lector con sus ingentes dosis de incorrección política, escatología, violencia y, por qué no, ternura y complicidad. Desde la infancia hasta el genocidio, pasando por la religión, la ciencia-ficción y la cultura pop, nada escapa a la mirada vitriólica de un artista impredecible en lo conceptual y bendecido con una gran sensibilidad artística.


4 - Ardalén


El esperado retorno de Miguelanxo Prado al Noveno Arte tras sus experimentos en el terreno de la animación se concreta en su obra más extensa y (en mi opinión) redonda hasta la fecha. La capacidad poética de “Trazo de tiza” se desviste aquí de cualquier atisbo de afectación y alcanza cotas de lirismo dignas del mejor Hayao Miyazaki en un recital de dibujo y color sólo al alcance de unos pocos maestros de la viñeta. De narrativa clásica aunque milimétrica, “Ardalén” es una obra hermosísima sobre el poder de los recuerdos; un trabajo capaz de generar profundas sinestesias (cantos de ballena, rumor de eucaliptos, olor a sal) al tiempo que desarrolla una historia de realismo mágico que rebosa sentimiento.


3 - Flex Mentallo


Vedada al público desde hace casi 15 años, en 2012 por fin se publicó en castellano la primera obra del tándem formado por el excéntrico guionista Grant Morrison y el fabuloso dibujante Frank Quitely. En consonancia con las filias de sus artífices, “Flex Mentallo” es un atrevido cóctel de psicodelia, drogas, referencias pop y metalenguaje que deconstruye el género super-heroico (y, si me apuráis, el tejido mismo de la realidad) en un viaje alucinante que cambia la percepción que el lector tiene del universo que habita. O no, pero ¿y lo que se divierte uno por el camino?


2 - El Héroe: libro 2


Tras un prometedor primer volumen, el ourensano David Rubín se desmelena y toca el Olimpo de los comics con la conclusión de su arrebatadora reformulación de los mitos griegos. Las enseñanzas de Jack Kirby, Akira Toriyama, Jim Steranko y Frank Miller (ahí es nada) convergen en este visceral, épico y desgarrador relato de super-héroes que trasciende y transgrede géneros y códigos narrativos con una facilidad insultante. Una auténtica pedrada en viñetas, y un candidato idóneo para el próximo Premio Nacional de Comic.


1 - Scalped


Quien conozca un poco los gustos tebeísticos del abajo firmante ya se lo habrá olido hace meses. Medalla de plata en mi top de 2010 y de oro en 2011, lo lógico era que la serie escrita por Jason Aaron y dibujada por R.M. Guéra repitiese podio en 2012 a poco que su conclusión consiguiese mantener el tipo de un modo u otro. Lo sorprendente a estas alturas no es que los dos tomos publicados en España por ECC durante el pasado año (“Preparado para luchar” y “El final de la senda”) supongan el punto álgido, cualitativamente hablando, de una colección que durante 60 números ha sido un carrusel de emociones y un ejemplo sublime de hard boiled con tintes sociales. Lo realmente increíble es que “Scalped” todavía sea una de las joyas más desconocidas e infravaloradas del comic del siglo XXI.


Fuera se han quedado, algunos por más distancia y otros por menos, trabajos tan meritorios como el "Vapor" de Max (dudé hasta el último momento si incluirlo en lugar de "Century: 1969", pero al final mi condición de groupie de Moore se impuso a cualquier otro criterio), "Los muertos vivientes" de Robert Kirkman y Charlie Adlard, "Invencible" de Kirkman (again) y Ryan Ottley, la última entrega de "Criminal" ("El último de los inocentes") a cargo de Ed Brubaker y Sean Phillips y el entretenido "RASL" de Jeff Smith. También me gustaría sumarme al reconocimiento más o menos generalizado hacia el trabajo reciente de Scott Snyder, guionista que en "American Vampire" (junto a Rafael Albuquerque), "Batman" (con Greg Capullo) y "Swamp Thing" (Yannick Paquette) ha supuesto un agradable soplo de aire fresco en el viciado submundo del mainstream norteamericano. Dentro de un orden de cosas, claro.