viernes, julio 20, 2012

Optimus Alive 2012: parte 1

El pasado fin de semana se celebró en el Paseo Marítimo de Algés, en Oeiras (Lisboa), la edición 2012 del festival Optimus Alive. Poseedor de una entrada desde que se anunciase la presencia de uno de mis grupos favoritos, el abajo firmante llevaba todo el año aguardando el momento de agarrar saco de dormir y tienda de campaña y partir en inmejorable compañía (gracias, P. gracias, F.) hacia el país luso para quitarse al fin la espinita de ver en directo a Thom Yorke, Johnny Greenwood y el resto de radiocabezudos. Ese concierto, no obstante, sería el colofón a un cartel espectacular que durante tres días convertiría a Lisboa en uno de los puntos calientes del panorama musical veraniego, en paralelo con el BBK Live de Bilbao (con el que el festival portugués compartía varios cabezas de cartel).


Como no es mi intención relatar aquí cada pormenor de un viaje que dio muchísimo de sí (también, o quizás sobre todo, en el terreno personal), dejadme que me centre en el aspecto musical de la experiencia con una sola advertencia: fui al Optimus Alive a lo que fui. Ni pensaba tragarme cuanto concierto se me pusiese delante (había que estar frescos y en forma para disfrutar de los grupos realmente interesantes) ni acudí allí con intenciones periodísticas (por mucho que ahora estéis leyendo estas líneas): yo había ido a ver a Radiohead.

Un cartel prometedor.

The Stone Roses
13 de julio, 23:10

Desde que los descubrí (muy tarde, como es mi costumbre) en su espléndido debut homónimo (uno de esos LP's que siempre aparecen en las listas de discos favoritos de los medios británicos), The Stone Roses se convirtieron en una debilidad personal. Además de su buen hacer musical, la banda capitaneada por el vocalista Ian Brown y el guitarrista John Squire estaba envuelta en un halo mítico debido a su prematura disolución: su segundo álbum, “Second coming”, resultó incomprendido e injustamente vilipendiado por muchos de los que cinco años antes alababan su audacia y buen gusto. Envueltos en la clásica espiral decadente de las rock stars (divisiones internas, conciertos para el olvido, etc.), The Stone Roses pusieron punto y final a su trayectoria conjunta en 1996. Hasta ahora.

Sí, están mayores.

Cuando en 2011 se anunció que la banda de Manchester volvía a los escenarios, servidor se sintió ilusionado y reticente a un tiempo. Ilusionado ante la posibilidad de ver en directo a una banda legendaria por la que sentía predilección. Reticente porque a nadie se le escapan los motivos de esta clase de regresos extemporáneos. Pero si a los Héroes del Silencio les salió la jugada redonda (allá por 2007), ¿por qué no darle un voto de confianza a los Stone Roses?

El voto de confianza, como después se demostró, era inmerecido. Del mismo modo en que puedo afirmar que su participación como cabezas de cartel en el Optimus Alive 2012 era uno de los motivos más destacados para decidirme entre este festival y el BBK Live, también puedo decir que el de los Stone Roses no fue solamente el peor concierto al que asistí el pasado fin de semana, sino posiblemente uno de los espectáculos musicales más vergonzosos que recuerdo haber presenciado en mi vida.

Lo que más molaba de Ian Brown era la chaqueta de Etiopía que llevaba.

Poco importó que John Squire ejerciese de guitar hero luciendo músculo rockero en cada solo instrumental: el cantante Ian Brown dio auténtica lástima sobre el escenario. El tipo, un cincuentón enjuto y demacrado (tanto que no te extrañaría cruzártelo en la estación de autobuses de Compostela y que te pidiese un euro para tomar el coche de línea a Betanzos) con pintas de abuelo Gallagher, se dedicó a sabotear el trabajo de sus compañeros desafinando prácticamente en cada verso. Cuando Brown callaba y cedía el protagonismo al resto de la banda, el concierto crecía, la música volvía a captar la atención del público y los fans históricos (centenares de maduritos británicos empuñando vasos de plástico con el logo de Super Bock) asentían satisfechos. Cuando Brown abría la boca, un rictus de espanto y vergüenza ajena reflejaba el ánimo turbado del público presente. Lamentable.

Optimusómetro:




Justice
14 de julio, 01:30

La otra gran promesa de la noche del viernes (además del encuentro con las adorables S. y M., que se habían acercado desde Vigo unas horas antes) era la presencia del dúo francés Justice, baluartes de una electrónica agresiva y festiva para todos los públicos (pues su debut es uno de los discos del género más celebrados por los legos en la materia... como un servidor). El concierto ofreció un repaso a los hits del grupo, remezclados para la ocasión en una suerte de sesión non-stop de tralla bailable. La música sonó de lujo, llevando a los miles de asistentes a un trance discotequero de saltos, sudor y beats, pero hubo varios aspectos que convirtieron lo que podría haber sido un recital memorable en (simplemente) una actuación más dentro del cartel del Optimus 2012.

Justice. Petándolo.

Para empezar, no hubo visuales como tal. La puesta en escena del dúo ha permanecido inalterada en los últimos tiempos: una mesa rodeada de amplis, con una gran cruz luminosa como mascarón de proa y acompañada por fogonazos de luz que ciegan al público desde la retaguardia. Una presentación más que atractiva siempre que las pantallas laterales del escenario permitan apreciar de cerca el trabajo en vivo de los artistas. Cosa que no ocurrió, pues dichas pantallas proyectaban una imagen del escenario tomada de frente, más pequeña incluso que el tamaño real de los objetos enfocados, resultando de ello tres imágenes redundantes que no permitían, a partir de cierta distancia, distinguir si aquellas dos figuras situadas tras la mesa eran efectivamente Gaspard Augé y Xavier de Rosnay o dos cualesquiera plantados allí para hacer bulto.

¿Augé y de Rosnay? Pregúntale a los de la primera fila. Yo no pongo la mano en el fuego.

Si a ello le añadimos la frialdad inherente a una actuación donde, literalmente, no existe una fuente orgánica de sonidos (todo estaba pregrabado, así que quiero pensar que se mezclaba en directo), y una escasísima duración para un teórico cabeza de cartel (apenas una hora y sin bises de ningún tipo), el cómputo global revela un concierto tan intenso y enérgico como impersonal y excesivamente breve: un arrebato de sexo salvaje que acaba en coitus interruptus.

Optimusómetro:




Mumford & Sons
14 de julio, 20:45

Tras el decepcionante primer día (y no sólo en el aspecto estrictamente musical; aquella noche tuvimos en apenas tres horas más líos y preocupaciones que en todo el resto del fin de semana), la segunda jornada del Optimus Alive 2012 comenzó de forma inmejorable. Aunque un servidor ya se olía que la banda compuesta por Marcus Mumford (voz y percusión), Ben Lovett (coros, teclado y acordeón), Winston Marshall (coros y banjo) y Ted Dwane (coros, contrabajo, batería y guitarra) tenía un directo prometedor, ni de coña se imaginaba que las canciones de su álbum “Sigh no more” (y algunas de su inminente segundo LP, “Babel”) iban a sonar tan bien en vivo.

Gente entrañable. Si hasta parecen limpios...

Fue un concierto breve porque el grupo todavía no tiene material para más (me faltó en el setlist, por ponerme quisquilloso, el tema titular de su debut), pero esa hora escasa de música contuvo más energía positiva y electricidad emocional que las dos actuaciones que pude ver el día anterior juntas. Y eso que Mumford y sus muchachos no hacen nada particularmente original para ganarse el favor del público: se dedican a tocar lo mejor que saben, a interpretar canciones irresistibles y a sonreír de medio lado con su pose de niños buenos del folk-rock inglés. Sólo con eso les llega y les sobra para tener un directo fantástico.

Optimusómetro:




Florence + the Machine
14 de julio, 22:10

La primera decepción del Optimus Alive llegó un par de días antes de hacer el petate y comernos 600 kilómetros de autopista hasta la capital lusa. A través de un comunicado de prensa bastante estándar, la británica Florence Welch anunciaba la cancelación de su espectáculo y nos dejaba a todos los que venimos siguiéndola desde el estupendo “Lungs” (y a todos los que nos decantamos por el Optimus en lugar del BBK) con un palmo de narices. Los tres viajeros (P., F. y un servidor) hicimos durante días las cábalas más surrealistas (desde Placebo hasta un holograma de El Fari, creo que no nos faltó por citar un solo grupo que no estuviese ya en el cartel del Optimus), pero no fue hasta el mismo día en que el concierto de Florence + the Machine estaba originalmente programado que supimos en quién recaería la responsabilidad de sustituir a la Welch: Morcheeba. Pos bueno, pos fale, pos m'alegro.

"Tengo las cuerdas vocales jod***s"

Momento pues para hacerse con un bocata de frango y un refrigerio en alguno de los baratísimos puestos de comida que había esparcidos por el recinto (baratísimos en relación a cómo se las suelen gastar en los festivales españoles) y de reagruparnos para decidir nuestro próximo movimiento: ¿The Cure o Katy B.?

Optimusómetro (para Florence + the Machine, a Morcheeba no le prestamos ni la mínima atención):




The Cure
15 de julio, 00:00

Mientras que P. y F. decidieron concederle a Eduardo Manostijeras Robert Smith la escucha de un par de temas antes de moverse al escenario Heineken para disfrutar del recital drum'n'bass de Katy B., yo afiancé mi posición en el palco principal del Optimus junto al estupendo blogger musical (y mejor persona) Tenenbaum y su no menos estupenda hermana, con los que habíamos quedado esa tarde para disfrutar en amor y compañía de lo que restaba de festival.

El novio cadáver.

Llegados a este punto, conviene que sepáis que todo lo que hayáis podido escuchar sobre Robert Smith es rigurosamente cierto. El concierto de The Cure fue una cosa desmesurada (3 horas de éxitos a machete) que posiblemente contribuyó a humedecer la ropa interior de aquellos fieles que jaleaban al proto-emo desde la platea, pero que a mí, pese a sus muchas virtudes, acabó superándome.

Que sí, que estos tíos tocan de maravilla, que Smith mantiene la voz tan en forma como el primer día y que The Cure tienen temazos en su repertorio para dar y tomar, pero a la altura de “Boys don't cry” servidor sentía que allí ya no tenía nada más que ver; que ya estaba todo el pescado vendido. Igual es el precio a pagar cuando uno se planta ante un “dinosaurio del rock” (y lo digo en el sentido más halagador posible) sin tener los deberes hechos: ni The Cure es una de mis bandas de cabecera ni me conozco al dedillo la vida y milagros de su líder. Tal vez si en lugar de Smith y cía. ese mismo concierto lo hubiesen dado U2 o Peter Gabriel, ahora estaría escribiendo esta crónica en términos muy diferentes. Con todo, no puedo negarle a la banda su superlativa profesionalidad y su entrega absoluta sobre el escenario.

Optimusómetro:




El rasta do campismo
15 de julio, ni idea de la hora exacta... pero tarde en la madrugada

Con todo, quizás la sorpresa más inesperada de la velada fue la que nos aguardaba de vuelta al camping, tras una noche bastante productiva de por sí. De camino a nuestras tiendas, a kilómetros de distancia de donde aún se seguían celebrando los conciertos del Optimus, nos encontramos en el bar do campismo (abierto las 24 horas) con un show semi-improvisado a cargo de un alegre cantante y guitarrista rastafari y sus felicísimos compañeros de carretera. Arremolinados en turno a él, ocupando varias docenas de sillas de playa, un puñado de portugueses, alemanes, británicos y españoles bailamos y cantamos los temas más insólitos (desde Oasis hasta Shaggy pasando por Ben E. King) en un ambiente de anuncio veraniego de cerveza imposible de planificar de antemano. Estas cosas ocurren de forma espontánea. Fluyen. Y se quedan en el recuerdo como uno de esos pequeños momentos casi soñados que a veces se presentan sin previo aviso en el transcurso de un viaje más o menos programado.

Optimusómetro:



Nos fuimos al saco muertos de cansancio, pero eufóricos. Por el día vivido, bastante más satisfactorio que el anterior; pero sobre todo por la promesa, a tan sólo unas horas vista, de uno de los conciertos más esperados de nuestras vidas. Al día siguiente tocaba Radiohead...


3 comentarios:

tenenbaum dijo...

Gracias por la bonita mención. Acabamos de llegar del maratón festivalero prácticamente ortopédicos. Ya te contaré del Marés Vivas, macrofestival-verbena sin igual.
A ver que pones sobre Radiohead, aunque me voy haciendo una idea.

PD: te envidio muchísimo por haber creado el optimusómetro.

Seibol dijo...

Qué riquiño! Gracias por lo de adorables :) Muy de acuerdo en casi todo, especialmente en la decepcionaza de Ian Brown :( Espero ansiosa la segunda parte...

Jero Piñeiro dijo...

Tenenbaum: deseando hincarle el diente a tus reseñas tanto del Optimus como del Marés. Lo importante es venir contentos, aunque sea a rastras, jajaja. Por cierto, que igual yo me paso un día por el Paredes de Coura (aún hay que cerrar el plan y ver si es factible, pero la posibilidad está ahí). Y este jueves a pasarlo en grande con Sir Tom Jones. ¡Verano conciertero!

Seibol: ya sabes que soy un blogger fielmente comprometido con la objetividad; si os llamo "adorables" es porque lo sois. La segunda parte de la crónica caerá en breve, descuida ;) Bicos!