sábado, abril 28, 2012

Los Héroes Más Poderosos de la Tierra

Y entonces llegó un día, un día diferente a cualquier otro, en el que los Héroes Más Poderosos de la Tierra se unieron contra una amenaza común... Para luchar contra un enemigo que ningún héroe podría vencer solo. Ese día nacieron Los Vengadores”.


Assembled

En 2008, la división cinematográfica de Marvel Comics dio el pistoletazo de salida a un ambicioso proyecto de traslación de su universo de ficción a la gran pantalla con el estreno de “Iron Man”. La cinta dirigida por Jon Favreau sentó el tono narrativo y el aspecto estético de lo que finalmente acabaría convirtiéndose en toda una saga de adaptaciones de los super-héroes de la Casa de las Ideas al Séptimo Negocio (Arte, perdón, Arte). A ese primer peldaño de lo que los propios protagonistas del film denominaban “Iniciativa Vengadores” le siguieron otras superproducciones protagonizadas por el increíble Hulk, el poderoso Thor y el Capitán América, así como una segunda entrega de las aventuras del enlatado Tony Stark. Todas ellas, cintas más o menos acertadas o discutibles que apostaban por el entretenimiento camp antes que por las aspiraciones dramáticas de otros super-héroes de celuloide coetáneos, estaban contextualizadas en un universo común, con continuas menciones en unas a los acontecimientos sucedidos en las otras. El objetivo último era sentar las bases para una franquicia que alcanza ahora sus consecuencias definitivas (o ultimate, si se prefiere) con el estreno de “Los Vengadores”, la película en la que todos los héroes presentados anteriormente se reúnen para, como reza la mítica leyenda impresa en los tebeos, hacer frente a un enemigo que ninguno de ellos podría vencer solo.


Tanto es así que, al tener por fin una visión de conjunto del plan cinematográfico marvelita, resulta inevitable percibir las aventuras individuales de estos héroes en pijama casi como un único bloque narrativo, al modo de una primera temporada televisiva que deriva en una season finale, “Los Vengadores”, que llega para cerrar un gran arco argumental y establecer un nuevo punto y aparte en las correrías de sus personajes principales. Las cintas anteriores funcionaban como capítulos piloto para cada uno de sus respectivos protagonistas, pero la auténtica chicha la pone la película que ayer llegaba a las pantallas españolas. Se deduce de todo esto, claro, que afrontar “Los Vengadores” sin tener conocimiento de los films precedentes llevará a más de uno a no situar debidamente caracteres e hilos argumentales y a perderse en las numerosas referencias a hechos pasados que adquieren ahora una absoluta relevancia.



Ultimate Whedon

El encargado de engarzar todas las tramas individuales en un único y mastodóntico crossover es el director y guionista Joss Whedon, conocido entre el fandom por ser el creador de “Buffy Cazavampiros” y “Firefly”, amén de haber realizado un trabajo sobresaliente a los mandos de la cabecera “Astonishing X-Men” (una de las mejores etapas que los mutantes de la Marvel hayan vivido en décadas). Whedon, que también tiene en su currículum el fabuloso libreto de la primera “Toy Story” de Pixar (ahí es nada) y la tronchante serie para internet “Dr. Horrible's Sing-Along Blog”, opta junto a su co-guionista Zak Penn por la solución más obvia, pero también la más lógica, para lograr un equilibrio entre las aportaciones de cada personaje protagonista a la acción y ofrecer el mayor espectáculo pirotécnico jamás visto en un film de super-héroes hasta la fecha: traducir a imagen real las dos sagas de “The Ultimates” con las que Mark Millar y Bryan Hitch establecieron una versión actual e intencionadamente cinematográfica de los Vengadores clásicos.


El trabajo de adaptación por parte de Whedon y Penn resulta modélico. Pese a que la estructura del relato beba directamente del tebeo de Millar y Hitch, “Los Vengadores” contiene tantas referencias a la continuidad ultimate de Marvel como a la tradicional, y aspectos tan icónicos como el pasado villanesco de Ojo de Halcón (Jeremy Renner, molando bastante) o el dudoso juego de lealtades de la Viuda Negra (Scarlett Johansson, luciendo palmito) son reinterpretados en el film de un modo tan original como respetuoso. El hecho de que Loki (Tom Hiddleston, más entonado que en su anterior encarnación del personaje), el malvado hermano de Thor (Chris Hemsworth, rubio, supervitaminado y cumplidor), sea el encargado de poner en jaque a la organización liderada por Nick Furia (Samuel L. Jackson haciendo de Samuel L. Jackson) y obligue a éste a reunir a un grupo capitaneado por el supersoldado extemporáneo Steve Rogers (Chris Evans, correcto como el inocente boy scout de las barras y estrellas) y al genio, filántropo, playboy y héroe trash Tony Stark (Robert Downey Jr., perfecto una vez más) es también un evidente reflejo de aquel número 1 de “Los Vengadores” escrito por Stan Lee y dibujado por Jack Kirby en el que la primera formación de los Héroes Más Poderosos de la Tierra se juntaba para soplarle los mocos al dios de las mentiras asgardiano. Esta sensación de ser una película para fans y hecha por fans alcanza sus cotas máximas en una escena post-créditos que dejará absolutamente indiferentes a los espectadores ajenos al material viñetístico original, pero que hará aullar de placer geek al marvelita de pro. Al menos ésa es la intención.


Que cada uno de los héroes tenga su momento de gloria en este circo de seis pistas y que ninguno acabe por adueñarse totalmente de la película es otro de los grandes méritos del guión escrito a cuatro manos por Whedon y Penn. Al menos hasta la gran traca final, en la que un enorme tipo verde vestido con unos ridículos pantalones morados se gana al respetable a base de risas y hostias como panes.


Dr. Banner or how I learned to love the Hulk

Quizás el mayor handicap al que debía hacer frente esta “Los Vengadores” era la traición de Edward Norton, que había protagonizado en 2008 “El increíble Hulk” para posteriormente renegar del film y dejar a Marvel sin su Bruce Banner de carne y hueso. Su sustitución, asignada finalmente al intérprete Mark Ruffalo, era uno de los aspectos que más chirriaban en el conjunto del proyecto Vengadores. La suerte no es que Ruffalo defienda con profesionalidad un personaje cuya mitología siempre ha resultado un poco simple para las necesidades dramáticas de la gran pantalla (de ahí que Ang Lee tuviera que retorcer tanto el concepto original para otorgarle una inesperada ¿e indeseada? profundidad a su adaptación del personaje en 2003), sino que la elección del actor que dé vida a Banner sea, a fin de cuentas, irrelevante. El goliat esmeralda, una portentosa creación CGI que se dedica a destruir todo cuanto encuentra a su paso, no precisa de un trasfondo psicológico especialmente trabajado siempre y cuando su presencia en pantalla esté tan contenida y calculada como en la presente “Los Vengadores”. Reservarse a Hulk para los frenéticos 40 minutos finales del film es quizás el mayor acierto del Whedon guionista en toda la película, pues es el monstruo gamma quien protagoniza las escenas que sin duda más darán que hablar (y regodearse) al público cuando éste abandone la sala.


Si bien hasta el momento la película resulta un derroche de ritmo y precisión narrativa, es en ese último acto, el de la épica y la destrucción masiva, donde el Whedon director ofrece también lo mejor de sí mismo. El cineasta no sólo planifica cuidadosamente la acción para que uno nunca se pierda en medio de una bacanal de brillantes explosiones, coreografías imposibles y líneas de diálogo que ponen a prueba la escala Farnsworth de molonidad, sino que factura además algunos planos de arrolladora potencia visual (como esa magnífica secuencia sin cortes que recorre Manhattan uniendo todos los focos de interés de la contienda gracias a un hábil trucaje digital) que dejan a Michael Bay en el lugar que merece dentro del gremio de artesanos de blockbusters: el lodo. Es francamente meritorio que Whedon haya resuelto así de bien su segunda incursión en la gran pantalla (tras su debut en "Serenity", el largometraje que ponía punto y final a su space-western catódico "Firefly"), más aún si hablamos de un proyecto tan desorbitadamente caro y con tanto hype a sus espaldas como éste.



"Los Vengadores" es, por tanto, una película honesta en su falta de pretensiones dramáticas, gloriosa en su propuesta exclusivamente lúdica y definitivamente incontestable como producto destinado al fanboy que sabe de qué va la cosa. Sería inexacto decir que el film se habría convertido en un claro favorito si lo hubiese visto cuando tenía 15 años, porque disfrutándolo en la enorme pantalla de una sala oscura, con un gran bol de palomitas de maíz regado con generosas dosis de agua carbonatada y edulcorante con sabor a cola, he vuelto a sentirme como si aún tuviera 10.


'Nuff said!

jueves, abril 26, 2012

White on White

John Anthony Gillis es un tipo inquieto. Tras años dedicado al negocio de la tapicería, probó suerte en el mundillo musical como baterista, aunque finalmente sería reconocido por sus habilidades al micro y la guitarra como parte del dúo White Stripes. Casado con la percusionista Meg White, de la que obtendría su ahora célebre apellido, Jack desarrolló una carrera fuertemente influenciada por el blues alla Led Zeppelin en la formación con la que firmó gitazos como “Fell in love with a girl”, “My doorbell” o la archiconocida “Seven nation army” (de la que tantas y tantas versiones hemos escuchado hasta la fecha). A lo largo de la década 2k, The White Stripes se hicieron mundialmente famosos, vendieron discos a cascoporro y lograron ese ansiado cameo en "Los Simpson" que lo acredita a uno como celebridad de pata negra. El divorcio no pareció ser un impedimento para seguir creando música juntos (según se ve, Jack es un tipo que se toma los divorcios con mucha filosofía), y aunque la pareja se había disuelto sentimentalmente en el año 2000, la ruptura que realmente inquietó a sus seguidores fue la que Jack y Meg anunciaron en febrero de 2011: los White Stripes desaparecían como banda de rock. Pese a la existencia de varios proyectos desarrollados en paralelo a sus trabajos junto a su ex (The Racounters por un lado, The Dead Weather por otro, amén de puntuales colaboraciones con otros artistas), los pasos de Jack White parecían inevitablemente encaminados desde entonces hacia una carrera en solitario que cristaliza ahora con “Blunderbuss”.


No deja de resultar significativo que el single de presentación del proyecto, “Love interruption”, contenga un estribillo que reza “I won't let love disrupt, corrupt or interrupt me”. Como si fuera el título de una obra de Malevich, Jack White quiere hacer de "Blunderbuss" un disco suyo y sólo suyo, sin interferencias creativas de ningún tipo (especialmente aquéllas que lleven bragas y sujetador). Un segundo adelanto aparecido hace semanas, “Sixteen saltines”, engañaba al público potencial vendiendo un agresivo trallazo guitarrero en la línea de su trabajo previo con los White Stripes. La canción es tremenda, pero también un espejismo. “Blunderbuss” ofrece un sonido más limpio y sosegado, con un notable protagonismo del piano y claros ramalazos de country y folk. Nada que uno deba lamentar, dicho sea de paso. Teniendo tal vez en cuenta que su debut en solitario sería analizado con lupa por crítica y público, White ha recopilado 40 minutos de carne magra musical en los que no se percibe atisbo de traspiés o relleno. Lejos de diluir el entusiasmo que miles de melómanos profesan hacia el ex-tapizador de Detroit, “Blunderbuss” supone un ilusionante punto y aparte en su trayectoria musical. Quizás el mejor disco, en el global, que este hijo bastardo y yanki de Robert Plant y Jimmy Page haya firmado hasta la fecha.

El tiempo de luto ha terminado: The White Stripes han muerto; larga vida a Jack White.

jueves, abril 19, 2012

Preestrenos: "Kiseki (Milagro)"

"Kiseki (Milagro)", la última película del realizador japonés Hirokazu Kore-eda, llegará mañana a los cines españoles. Mi condición de colaborador en la web Nuestros Comics me ha permitido verla antes de su estreno y plasmar mis impresiones en esta reseña.


domingo, abril 15, 2012

10 actores de cine actual que ya tienen mi entrada vendida

(Previously on el Abismo: “10 directores de cine actual que ya tienen mi entrada vendida”)

1 - Christian Bale


Camaleónico, entregado y meticuloso hasta la obsesión, Christian Bale es un jodido profesional. Resulta difícil reconocer en el perturbado Patrick Bateman de “American Psycho” (fiel adaptación de la divertida y sangrienta novela de Bret Easton Ellis) al niño atrapado en un campo de concentración japonés que soñaba con aviones de combate en “El imperio del sol”. El pasmo fue total cuando el mismo tipo brindó su imagen más enfermiza y esquelética a “El maquinista” para a continuación enfundarse, apenas unos meses después, unos cuantos kilos de músculo y la negra capa del cruzado de Gotham en “Batman Begins”. Bale repetiría con Christopher Nolan en una de las películas más injustamente infravaloradas de la pasada década, ese magnífico juego de ilusionismo autoconsciente que es “El truco final (El prestigio)”, y en una de las mejores (si no la mejor) películas de super-héroes de todos los tiempos: “El caballero oscuro”. Entre blockbuster y blockbuster, Bale ha encontrado tiempo para ponerse a las órdenes de Terrence Malick en “El nuevo mundo”, para encarnar a Jesucristo en una tv movie llamada “María, la madre de Jesús” y para superar después cualquier cota previa de divinidad dando vida al mismísimo Robert Zimmerman en el poliédrico anti-biopic “I'm not there”. Cristo, Bob Dylan y Batman: a ver quién es el guapo que supera eso.

Lo último: Bale recibió un merecido Oscar por su fabulosa interpretación de Dicky Eklund en el drama pugilístico “The Fighter”. Justo antes había participado en la particular versión postmoderna (cámara en mano y grano digital de nivel primera comunión) que Michael Mann filmó sobre la figura de John Dillinger en “Enemigos públicos” y en el polémico reboot/precuela/secuela de la saga Terminator firmado por McG, cuyos avatares de rodaje le permitieron pronunciar su frase más famosa hasta la fecha.

Lo próximo: todavía pendientes del estreno de “Las flores de la guerra” de Zhang Yimou, un drama inspirado en los terribles hechos acontecidos durante la invasión japonesa de Nanking (los mismos en que se basaba la escalofriante “Ciudad de vida y muerte”), seguramente lo veremos antes en el sonado estreno de la tercera bat-entrega de Nolan, “The dark knight rises”. Posteriormente Bale protagonizará “Out of the furnace”, un drama criminal escrito y dirigido por Scott Cooper (el artífice de “Corazón rebelde”), y tendrá sendos papeles en dos (¡dos!) nuevas películas realizadas por el ¿visionario? Terrence Malick: “Lawless” y “Knight of Cups”.


2 - Michael Fassbender


En apenas unos meses, Michael Fassbender ha pasado de ser un secundario prometedor a convertirse en uno de los protagonistas más apreciados por directores, críticos y (en menor medida) espectadores del mundo entero. No es de extrañar: el tipo tiene clase, físico, mirada y talento más que suficientes para resultar tan aterrador como atormentado, para transmitir alegre frivolidad o abismal profundidad, para ser el galán o el villano, el príncipe o el mendigo, el espartano, el centurión o el bastardo.

Lo último: Fassbender tuvo un 2011 de lo más movidito: encarnó al Sr. Rochester en una notable revisión del clásico de Charlotte Brontë “Jane Eyre”; se puso el casco de Magneto en la estimulante precuela de “X-Men” (“Primera generación”) debida a Matthew Vaughn; se dio de leches con Gina Carano en la mejor escena de “Haywire (Indomable)”, última película de Steven “hago-lo-que-me-sale-de-la-punta” Soderbergh; interpretó formidablemente a Carl Jung en la superlativa aproximación a los padres de la psiquiatría realizada por Cronenberg en “Un método peligroso” y se ganó para siempre mi respeto y devoción con su papel de adicto al sexo en la magistral “Shame”: mi película favorita, hasta la fecha, de cuantas he visto en pantalla grande a lo largo de 2012.

Lo próximo: dos colaboraciones con Ridley Scott: la inminente, hypeada y muy prometedora (jaja, ¿lo pilláis?) “Prometheus” y la aún en pre-producción “The Counselor”, con un guión escrito ex profeso para la pantalla por Cormac McCarthy. Fassbender estará también en lo próximo de Steve McQueen (el director negro e inglés con el que ya trabajó en “Hunger” y “Shame”, no el fallecido icono rubio estadounidense): “Ten years a slave”.


3 - Joseph Gordon-Levitt


El viejo general marciano atrapado en el cuerpo de un niño en la serie “3rd rock from the Sun” (televisada en España bajo el originalísimo título “Cosas de marcianos”) dio paso al brillante actor juvenil que encarnaba a un Philip Marlowe de secundaria en la estupenda “Brick” y, finalmente, al carismático intérprete adulto que se enamoraba hasta el tuétano en “(500) days of Summer”, mi comedia sentimental preferida desde “Alta fidelidad”. Por el camino quedaron también la conocida chorrada adolescente “10 razones para odiarte” (en la que el gran público descubrió el rostro de otro dotado actor de su generación, el tristemente fallecido Heath Ledger), el fracaso de crítica y público de Spike Lee “Milagro en Santa Ana” y un inapropiado escarceo con el cine palomitero más estruendoso: “G.I.Joe”. Pese a los altibajos en su trayectoria profesional, Gordon-Levitt es hoy por hoy uno de los actores más pujantes del panorama internacional y, lo que es más importante, una absoluta debilidad personal.

Lo último: una versión metalera y extravagante de Mary Poppins titulada “Hesher” y una divertida y emotiva comedia sobre el cáncer, “50/50”. Por motivos que se me escapan, ninguna llegó a estrenarse en España. Ah, y “Origen”, claro.

Lo próximo: repetir a las órdenes de Christopher Nolan en “The Dark Knight Rises”, salvar el día como repartidor de envíos urgentes en bicicleta en “Premium Rush”, perseguirse a sí mismo (a Bruce Willis, en realidad) en una trama de paradojas temporales titulada “Looper” (en la que repetirá con el director de “Brick”) e interpretar al hijo de Abraham Lincoln en el biopic que prepara Steven Spielberg sobre el presidente estadounidense. Por si todo esto pareciese poco, 2013 será el año en que Gordon-Levitt realizará, tras varios cortometrajes, su debut como director de largos en “Don Jon's Addiction”, en la que también tendrá un papel protagonista junto a Scarlett Johansson y Julianne Moore.


4 - Ryan Gosling


El joven Hércules” abandonó la televisión en el año 2000 para debutar en pantalla grande con el edulcorado drama deportivo “Titanes. Hicieron historia”, en el que compartía plano con Denzel “King-Kong-ain't-got-shit-on-me” Washington. A partir de ahí, su carrera estaría marcada por la elección de títulos de discreta comercialidad (“Half Nelson”, “Lars y una chica de verdad”, “Blue Valentine”) que sin embargo acabarían certificando su buen olfato para los papeles dramáticamente estimulantes y su preferencia por el cine con trasfondo. Con todo, no fue hasta los últimos meses que Gosling pasó de ser un rostro apenas conocido a convertirse en un actor de culto.

Lo último: 2011 fue el “año Gosling” casi tanto como el “año Fassbender”. El canadiense estrenó tres cintas muy distintas en las que demostraba rotundamente su versátil talento: la divertidísima (aunque finalmente fallida) comedia “Crazy, stupid love”, el potente drama retro-neo-noir “Drive” y el sobrio thriller político “Los idus de marzo”.

Lo próximo: mogollón de cosas: trabajar una vez más con Derek Cienfrance (el tipo que lo dirigió en “Blue Valentine”) en “The place beyond the pines”; protagonizar lo nuevo de Nicolas Winding Refn (en la cresta de la ola gracias a “Drive”), “Only God forgives” (¡toma título!); reunirse con Emma Stone (su partenaire en “Crazy, stupid love”) en “Gangster squad”, una recreación criminal de los años 40 a cargo del director de “Zombieland” (Ruben Fleischer), y participar en una de las próximas películas de Terrence Malick: “Lawless”.


5 - Viggo Mortensen


Lejos de sufrir el “síndrome de Mark Hamill”, la popularidad obtenida al interpretar a Aragorn en la trilogía de “El señor de los anillos” sirvió a Viggo Mortensen para convertirse en un cotizado actor capaz de seleccionar sus siguientes trabajos movido únicamente (es un decir) por sus inquietudes artísticas. Su excelente conexión con el director David Cronenberg en “Una historia de violencia” hizo de Mortensen el nuevo actor fetiche del cineasta canadiense, con el que repetiría poco después en la igualmente magnífica “Promesas del este”. Pese a todo, en España se le identifica más con su voluntariosa (aunque fallida) encarnación de ese Capitán Alatriste trasladado al celuloide, desde las novelas de Arturo Pérez-Reverte, por Agustín Díaz-Yanes.

Lo último: una adaptación formidable de la novela de Cormac McCarthy “La carretera” y una interpretación de lujo, encarnando al padre del psicoanálisis Sigmund Freud, en el último film (al menos hasta que se estrene “Cosmopolis”) de Cronenberg, “Un método peligroso”.

Lo próximo: Mortensen participa en la traslación a la gran pantalla del manifiesto por excelencia del movimiento beat, “En la carretera” de Jack Kerouac, que prepara Walter Salles (“Diarios de motocicleta”) y protagonizará el drama criminal “Todos tenemos un plan” escrito y dirigido por la argentina Ana Piterbarg.


6 - Daniel Day-Lewis


Semi-retirado en Florencia (?), a donde se dice que acudió para aprender los secretos de la zapatería (??), el pie izquierdo del último mohicano sólo camina por la senda del cine cuando la intensidad del papel ofrecido consigue estimular su punto G interpretativo. Day-Lewis apenas ha participado en nueve películas desde 1990; más que suficientes, sin embargo, para afianzar su estatus de actor versátil e involucrado al 110% en cada proyecto. Desde su descomunal actuación en “Gangs of New York”, en la que se proclamaba amo y señor de cada plano por el que asomaba su desencajado careto tuerto, parece haberle cogido gustillo al exceso tanto en el lenguaje corporal como en la expresión verbal.

Lo último: un Oscar por su torrencial y sobreactuada interpretación de Daniel Plainview en la kubrickiana (y maravillosa, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión) “There will be blood” (a.k.a. “Pozos de ambición”, a.k.a. “que el título en castellano lo elija el becario”) y un esfuerzo notable, pese al muy discreto resultado final, en el musical-remake-tontería del “8 y ½” de Fellini: “Nine”.

Lo próximo: Day-Lewis será Abraham Lincoln en el cacareado biopic firmado por Spielberg (hay otra versión de la vida del presidente estadounidense, algo menos rigurosa y a cargo de Timur “balas-con-efecto” Benkmambetov, pendiente también de estreno). A continuación se pondrá a las órdenes de Martin Scorsese para encarnar a un sacerdote jesuita en el Japón del siglo XVII en “Silence”.


7 - Leonardo DiCaprio


De forro de carpeta de quinceañeras a heredero de Robert de Niro. De guapo estomagante con cara de angelote a intérprete volcado en papeles torturados. De protagonista del mega-éxito comercial de James Cameron “Titanic” (estos días repuesto en 3-D en las carteleras de medio mundo) a niño bonito de Martin Scorsese. Qué lejanos parecen los días de bodrios como “La playa” o “Rápida y mortal”: el Leonardo DiCaprio que quedará para los anales es el de “Atrápame si puedes”, “Gangs of New York”, “El aviador”, “Infiltrados” y “Revolutionary Road”.

Lo último: la infravalorada o sobrevalorada (según uno vea el vaso, o el cine, o a Scorsese) “Shutter Island”, la sobrevalorada o justamente reconocida (según uno vea a Christopher Nolan, o la “Paprika” de Satoshi Kon, o los tebeos de “Patoaventuras”) “Origen (Inception)” y la excelentemente interpretada e inexplicablemente soporífera “J. Edgar” (a Clint Eastwood siempre lo vemos con buenos ojos, incluso cuando mete la pata).

Lo próximo: repetir en “El Gran Gatsby” junto a Baz Luhrmann (el director que le ofreció el papel de Romeo en la versión glam del clásico shakespeariano), estrenarse con el cineasta más reverenciado por la muchachada (¡nui!) en “Django Unchained” y seguir mamando de la teta de Scorsese en “The wolf of Wall Street”.


8 - Ricardo Darín


El secreto de Darín está en sus ojos, claro. Como Paul Newman, pero menos guapo y más porteño, el protagonista de la tierna y descacharrante “El hijo de la novia” es capaz de transmitir cualquier sentimiento con la mirada. Así, resulta igual de convincente como un maquiavélico timador sin escrúpulos (“Nueve reinas”) que como un padre de familia políticamente comprometido (“Kamchatka”). Puestos a elegir una sola de sus películas, la cosa está bien fácil: su última colaboración con Juan José Campanella es una de las cintas más redondas de la pasada década.

Lo último: cagarla a lo grande en el fiasco de Fernando Trueba “El baile de la victoria” y resarcirse algo después a) bordando un difícil registro dramático en “Carancho” y b) haciendo suyo el papel de maniático misántropo alla Jack Nicholson en la divertida y muy humana “Un cuento chino”.

Lo próximo: ponerse de nuevo a las órdenes de Pablo Trapero (director de “Carancho”) en “Elefante blanco” y compartir plano con el estupendo intérprete patrio Eduard Fernández en lo último del cineasta catalán Cesc Gay, “Una pistola en cada mano”.


9 - Javier Bardem


El actor español más querido en Hollywood (con permiso de Antonio Banderas) y más odiado en España (con permiso de Francisco Camps) es uno de los intérpretes más inconformistas, inquietos y (para bien o para mal) honestos del momento. No cabe duda de que fueron sus roles de Reinaldo Arenas y Ramón Sampedro en “Antes que anochezca” y “Mar adentro”, respectivamente, los que le abrieron las puertas de la industria yanki, pero tras rechazar una colaboración con Steven Spielberg en la tramposa “Minority Report” muchos creímos que estaba dando carpetazo a sus posibilidades como actor en las "ligas mayores" (entrecomillo y cursiveo, que la cosa va con sorna). Su estelar y oscarizada aportación a “No es país para viejos” de los Coen lo convirtió sin embargo en uno de los actores con los que todo director actual quiere trabajar. Aún así, para mí su mejor escena en una película todavía sigue siendo ésta.

Lo último: Bardem lo bordó en “Biutiful”, el trabajo más reciente del realizador mexicano Alenjandro González Iñarritu. La pena es que el film no estuviese a la altura de la compleja y veraz interpretación protagonista. En el mismo año, 2010, colaboró en un proyecto hollywoodiense de lo más alimenticio y banal titulado “Come, reza, ama” en el que compartía escenas con Julia Roberts.

Lo próximo: estará (sí, él también) en alguna de las dos películas que Terrence Malick pretende estrenar en los próximos meses, aunque poco más ha trascendido de su colaboración con el responsable de “El árbol de la vida”. Antes, posiblemente, lo veremos encarnando al villano del nuevo Bond, “Skyfall”, en la que promete ser una de las cintas más interesantes de la franquicia. Dirige mi admirado Sam Mendes (“American Beauty”, “Camino a la Perdición”, “Revolutionary Road”).


10 - Clint Eastwood


Aunque últimamente nos hayamos acostumbrado a asociar antes su nombre con su faceta como director que con su vocación interpretativa, lo cierto es que Eastwood debe ser considerado por méritos propios uno de los actores de cine más icónicos, carismáticos y venerables de las cinco últimas décadas. ¿Por qué? Porque él ha bebido más cerveza, ha meado más sangre, ha echado más polvos y ha chafado más huevos que todo el resto de intérpretes de esta lista juntos.

Lo último: “Gran Torino”, magistral elegía al personaje típicamente eastwoodiano. En el crepúsculo de su vida, Walt Kowalski es Harry Callahan, el sargento Highway, Frankie Dunn e incluso el imperdonable William Munny, todos en uno.

Lo próximo: “Trouble with the curve”, un drama ambientado en el mundo del béisbol (con reminiscencias de “Moneyball”) donde compartirá pantalla con Amy Adams y Justin Timberlake. A los mandos del proyecto figura su habitual asistente de dirección, Robert Lorenz, así que este abandono del retiro actoral por parte de Eastwood se percibe más como un favor personal que como un interés real en retomar su carrera ante las cámaras. Qué más da: será un placer volver a ver al tito Clint en la gran pantalla.

jueves, abril 12, 2012

¿La Gran Novela Americana del siglo XXI?

Freedom is just another word for nothing left to lose”




En literatura, la obsesión con la Grandeza se traduce habitualmente en la redacción de meticulosos adoquines pensados para impresionar a crítica y público con la plasmación de un fresco histórico, preferiblemente coral y de mucha enjundia socio-política, que capture eso que los entendidos denominan “zeitgeist”. Inexperto como soy en materia literaria, debo confesar que no he leído muchas de esas novelas popularmente consideradas Grandes. De los clásicos rusos, prácticamente nada. Ídem para los franceses. De los americanos aún menos (¿Philip Roth no es el padre de Tim Roth?). Por eso me cuesta tanto confirmar la Grandeza de “Libertad”, última novela escrita por Jonathan Franzen que ha dividido a la crítica entre unos pocos que la califican de mediocre o directamente mala (con John Banville a la cabeza de la liga internacional de haters de Franzen, colectivo que incluye a ociópatas autóctonos como Carlos Boyero) y una inmensa mayoría que se postra ante ella reconociéndola como la primera Gran Novela Americana del siglo XXI.


El ambicioso argumento de este bloque de celulosa de casi 700 páginas sigue a la familia Berglund durante años, moviéndose adelante y atrás en el tiempo, mientras desgrana la situación nacional de los EE.UU. a mediados de la década 2000. Así, la importancia de los atentados del 11-S, las políticas exteriores de la administración W. Bush, el papel desempeñado por el lobby judío en estas mismas políticas, la explotación de las energías no renovables o la fabricación de armamento militar por parte de grandes empresas conectadas con la clase gobernante inciden directamente en las vidas de Walter Berglund (activista ecológico de moral aparentemente intachable), su esposa Patty (antigua estrella del baloncesto universitario que ahora busca su realización personal como perfecta ama de casa e inmejorable vecina), sus hijos Joey y Jessica y el amigo de la familia Richard Katz (músico marginal al que de pronto le sobreviene un inesperado éxito comercial). Las propias aspiraciones literarias de Franzen se ven confirmadas por las alusiones explícitas a “Guerra y paz” de Tolstoi, otro fresco histórico (ya he usado antes esta expresión, sí, pero es que me parece la más precisa para definir la novela) sobre el amor en tiempos revueltos (¿hay algún tiempo que no lo sea?).

“Libertad” nos habla de los avatares del matrimonio, de las complicadas relaciones entre padres e hijos, de la naturaleza egoísta de la amistad y del amor (dos ideas muy difíciles de separar, según Franzen), de la envidia hacia nuestros propios seres queridos, del compromiso del ser humano con el medio ambiente, de las distintas doctrinas políticas entre las que se debate la población norteamericana, del sexo, la drogas y el rock'n'roll... De algún modo, abarca todo aquello que viene de serie con el hecho de pertenecer a la case media estadounidense. Pero, sobre todo, “Libertad” habla de cómo la palabra que le da título define las contradicciones del ciudadano acomodado del siglo XXI. Cómo el hecho de poder decidir plenamente hacia dónde encaminar nuestra vidas nos lleva a comprender lo poco que sabemos sobre quiénes somos y quiénes queremos ser. La posibilidad de elegir nos obliga a hacerlo, y sólo nosotros responderemos por esas decisiones cuando llegue la hora de hacer examen de conciencia.

Pese a poner de manifiesto las hipocresías del sector Demócrata, Franzen no oculta en ningún momento su aversión hacia los Republicanos encabezados por Bush Jr. y Cheney. Tampoco se corta al criticar duramente la campaña estadounidense en Irak ni al proclamar por boca del músico Richard Katz (en mi cabeza, un híbrido perfecto entre Ryan Adams y Justin Vernon) su odio a las nuevas tecnologías. Parece incluso que existen en el personaje de Walter Berglund trazas evidentes de la propia biografía del escritor, como su énfasis en la protección de especies de aves en peligro de extinción (Franzen trabaja con la organización sin ánimo de lucro American Bird Conservancy) o sus tajantes ideas acerca de la superpoblación. Y es por la misma razón que un servidor apenas puede contener las arcadas al leer los artículos firmados por Juan Manuel de Prada o Salvador Sostres por lo que respeta tanto la inteligencia cívica de tipos como Manuel Rivas, Javier Marías o, desde ahora, Jonathan Franzen: porque sus textos revelan la personalidad de sus autores. Y Franzen me parece un fulano francamente inteligente.


Sin embargo, nada de esto es realmente trascendente si lo analizamos al margen de la experiencia literaria. La Grandeza no reside en las buenas intenciones de un autor (que se lo digan si no al último Springsteen, muy en la onda de Franzen... y de Barack Obama, ya puestos), sino en su capacidad para construir con ellas una novela susceptible de entretener, conmover y agitar la conciencia del lector. Y ahí es donde Banville y Boyero pueden irse olvidando de mi apoyo, porque ¡cuánto he disfrutado con la lectura de “Libertad”! Hacía tiempo que no devoraba un libro con tanta fruición, con auténtica ansia lectora. Desde la saga fantástica de George R. R. Martin “Canción de hielo y fuego”, creo. Y no será porque no haya leído otras novelas de mi agrado entre ambos títulos. Pero sólo a veces sucede que los libros lo abducen a uno de sus quehaceres cotidianos y lo obligan a regresar a sus letras varias veces al día por pura necesidad de seguir adelante con su disfrute. Cuando comencé a leer “Libertad” no me esperaba, ni por asomo, la facilidad con la que Franzen refleja las emociones humanas (a veces de un modo demasiado preciso, incluso, para una materia tan irracional como son los sentimientos), su habilidad maestra para ir y venir por una línea temporal de treinta años sin que al lector le atosiguen las fechas y el complejo entramado de acontecimientos que ha debido asimilar hasta entonces, la fluidez de los diálogos y la capacidad apabullante de identificación que un servidor ha sentido con uno o varios aspectos de cada uno de sus protagonistas. Es tan fácil entender las motivaciones de Walter, Patty y Richard que inevitablemente, en más de una ocasión, he pensado mientras leía: “yo actuaría así”. O, mejor/peor aún, “de hecho, yo actué así”.

Empecé a leer “Libertad” el sábado 31 de marzo, justo después de subirme al tren que me llevaría de Madrid a Galicia para disfrutar de la Semana Santa en compañía de mis familiares y amigos. Me pasé las 6 horas del trayecto enfrascado en sus páginas y no lo solté hasta que se anunció por megafonía la parada de Santiago de Compostela. Terminé de leer el libro el lunes 9 de abril, en el tren de vuelta a Madrid, y tuve que hacer un esfuerzo importante para que la persona que ocupaba el asiento contiguo al mío no percibiera el brillo lacrimoso que llevaron a mis ojos las palabras de su último capítulo.

Así que si me preguntas si “Libertad” me parece la nueva Gran Novela Americana, la única respuesta posible por mi parte es “y yo qué sé”. Pero eso no quita, claro, que me parezca una novela realmente grande (con mis queridas minúsculas). Tanto, que la obra de Franzen inmediatamente anterior, “Las correcciones”, tiene ya un espacio V.I.P. reservado en mi Torre de Lecturas Pendientes (léase con voz de ultratumba).

miércoles, abril 11, 2012

Preestrenos: "Alps"

El próximo viernes llegará a las carteleras españolas "Alps", el último largometraje hasta la fecha de Giorgos Lanthimos, director de la perturbadora y fascinante "Canino" (que hizo acto de presencia en mi top 10 cinematográfico de 2010).


Fiel a su compromiso con la web Nuestros Comics, un servidor os ofrece una breve crítica de la película clickando en este enlace.

miércoles, abril 04, 2012

Mi nombre es gladiador

En Semana Santa las parrillas televisivas se llenan de kilométricas pelis de romanos que a veces poco o nada tienen que ver con el significado religioso de estas fechas. Pese a ser una persona de convicciones cristianas, a mi abuela el peplum que le llevaba la vida era “Gladiator”, la cinta de Ridley Scott por la que Russell Crowe ganó un Oscar como mejor actor en marzo de 2001. Por un inesperado beneficio colateral del alzheimer, mi abuela pudo ver “Gladiator” por primera vez en innumerables ocasiones. Ella recordaba vagamente lo mucho que le había gustado el film, pero cada vez que lo revisábamos juntos redescubría la venganza de Máximo Décimo Meridio y se emocionaba con cada giro de guión y con cada escena de batalla como si nunca antes la hubiera visto. No sé cuántas veces disfruté de “Gladiator” con mi abuela; sé que a ella se le humedecieron los ojos en todas las ocasiones.

De algún modo, “Gladiator” se convirtió con el tiempo en una de esas cosas que mi abuela y yo teníamos en común. Igual que hacer todos los días, durante mis años de educación secundaria, el crucigrama de “La Voz de Galicia” (y reírnos siempre con la fórmula “-Juguete de niño -Aro”, que recitábamos casi como un gag de pareja cómica al estilo Tip y Coll). Igual que debatir el domingo al mediodía acerca del último artículo de Pérez-Reverte leído unas horas antes en la revista dominical que venía con el periódico. Sí, mi abuela era una jodida groupie de Arturo Pérez-Reverte.

Esta Semana Santa se cumplen 9 años de su muerte. La de mi abuela, digo, no la de Pérez-Reverte (ése aún sigue dando guerra, para desgracia de los ministros de exteriores españoles). Vivía, desde mucho antes de que yo naciera, en el mismo edificio en que nos criamos mi hermano y yo, justo en el piso superior a la vivienda de mis padres en Pontedeume, pero se puso gravemente enferma durante un viaje a Ponferrada, a casa de una de mis tías, y allí pasó sus últimos días. Cuando recibí la noticia de su delicado estado de salud yo estaba en Pontevedra compartiendo unos días de relajación académica con mis compañeros de la universidad. Fue entonces cuando se firmó el contrato de amistad irrevocable que aún me une con dos de mis mejores amigos. Recuerdo cómo él consiguió hacer mudar mis lágrimas en una risotada catárquica formulando uno de los chistes más tontos que he oído nunca sobre el Equipo A, y cómo ella no soltó mi mano durante el largo rato que tardé en recomponerme en el umbral del restaurante donde nuestro grupo de colegas se había reunido para cenar antes de irnos a casa por vacaciones. Es curioso cómo en el momento de darle a alguien el pésame solemos utilizar fórmulas más o menos establecidas, como ésa que dice “aquí me tienes para lo que haga falta”. Aquella noche ellos estuvieron ahí para lo que hizo falta de verdad. No sé qué habría sido de mí en ese momento si no los hubiera tenido a mi lado, y sólo espero poder estar a la altura de las circunstancias siempre que ellos me necesiten “para lo que haga falta”.

Un par de días después fui con mis padres y mi hermano a Ponferrada a visitar a mi abuela, que estaba ingresada en el hospital. Como no había ninguna esperanza de recuperación por su parte, parecía natural asumir que aquello era una despedida en toda regla, un último adiós antes de dejarla marchar. Cuando entré en la habitación donde yacía tumbada en una cama, le cogí la mano y le di un beso y vi cómo abría los ojos para posar su mirada en mi rostro. A veces me pregunto si fue el efecto de todos los sedantes que recorrían su cuerpo en aquellos instantes, o el delirio pre-comatoso que confundía sus pensamientos, lo que la llevó a decir las siguientes palabras, que cualquiera podría haber interpretado como los desvaríos de una anciana moribunda, pero en mi fuero interno sospecho que eran en realidad un síntoma de la más asombrosa lucidez.

“Mi gladiator”, dijo sonriente.

El espantoso vacío que su fallecimiento instaló en el ánimo de sus familiares durante los meses posteriores fue convirtiéndose con el paso de los años en una mina de buenos recuerdos. El auténtico vacío habría sido olvidar los momentos que pasamos juntos. Por suerte sus hijos, sus nietos y desde hace un tiempo también sus bisnietos podemos recordarla contando anécdotas (“anécoras”, las llamaba ella empleando el mismo sentido del humor y el mismo gusto por el jugueteo con el lenguaje que la llevaban, octogenaria ya, a afirmar que “no todo el monte es orgasmo”) como aquélla del desconocido que carraspeó rudamente a su lado cuando se la cruzaba por la calle y ella, por no llevar el audífono puesto, confundió el gutural sonido con un saludo y respondió: “disculpe, no le había visto, muy buenos días”.

Hace 9 años que no resuelvo un crucigrama. Tampoco voy nunca a visitar su tumba. Tal vez porque no creo en la vida ultraterrena. Tal vez porque la lápida con su nombre inscrito no me recuerda los estupendos años que compartimos (mis 19 primeros, sus 19 últimos), sino los tristes días inmediatamente posteriores a su muerte. Sin duda me siento más cerca de ella cada vez que reponen “Gladiator” en televisión.

lunes, abril 02, 2012

Preestrenos: "Take shelter"

Últimamente he tenido un poco descuidada mi plaza como colaborador (en menesteres cinematográficos) en la web Nuestros Comics. El inminente estreno de "Take shelter", un drama psicológico al borde del misterio sobrenatural, ha propiciado una nueva reseña firmada por un servidor y publicada en aquellos pagos.


Para conocer mi opinión sobre el film no tenéis más que clickar en este enlace.