jueves, enero 26, 2012

Libros

Esta mañana se presentó en mi casa el cartero con un paquete bajo el brazo. Era un regalo procedente del otro lado del océano: un libro. Me lo envió alguien a quien no tengo el placer de conocer personalmente, pero que inevitablemente llamo amigo porque creo que todo aquél que te regala un libro es, de un modo u otro, lo sepa esa persona o no, un amigo. Este libro regalado por un amigo tiene, como debe ser, una dedicatoria escrita en su primera página. Y es una de las buenas.

Todavía hoy me arrepiento de los libros que he regalado sin dedicar.


Me gustan los libros. Como objeto. Supongo que los e-books, esas maquinitas tan compactas, transportables y seguramente ecológicas (por eso de no contribuir con su fabricación a la deforestación del Amazonas), ofrecen innumerables ventajas respecto a la palabra impresa sobre el papel, pero yo por ahora no consigo pasar por alto el presentimiento de que el día en que dé el salto a la literatura digital (y ese día, me temo, llegará más tarde o más temprano) algo se morirá en mi alma de lector.

Me gustan los libros como objeto porque tienen un formato y unas dimensiones específicas, porque son fruto de un trabajo de diseño y maquetación, porque presentan encuadernaciones pegadas o cosidas, ediciones en rústica o tapas duras. Porque lucen en la contraportada o en las solapas de la camisa esas fotos tan ridículamente solemnes (casi siempre) del autor, acompañadas de una biografía redactada ad hoc que pretende (casi siempre también) que todos parezcan genios de talento inagotable. Me gustan porque huelen. Porque velan por ti desde la mesilla de noche cuando apagas la luz antes de dormirte, derrotado por la última página leída o cabreado por no poder trasnochar para leer la siguiente (¡las 100 siguientes!). Porque los que todavía aguardan a ser leídos en la estantería de la casa de mi abuela me permitirán pasar el dedo sobre los mismos renglones amarilleados por el tiempo que ella subrayó con su índice hace 20, 40 ó 60 años. Porque no sé cómo demonios se dedica un pdf.

Pensaba, minutos después de desempaquetar mi regalo, en estas y otras cosas relacionadas con el placer de tener un libro entre las manos cuando otro amigo (una amiga en este caso, una a la que hace mucho que no tengo el placer de ver en persona) me descubría vía Facebook un cortometraje de animación que vino, de un modo casi providencial, a darme rotundamente la razón. Se titula “The fantastic flying books of Mr. Morris Lessmore” y es uno de los nominados al Oscar de Hollywood en su categoría. Podéis verlo pinchando en la siguiente imagen:


Estoy seguro de que a la persona que me ha regalado el libro le gustará este corto tanto como a mí.

Lo nuevo de Foxy Shazam: ¡con la Iglesia hemos topado!

En la primavera de 2010, un grupo prácticamente desconocido en nuestro país llamado Foxy Shazam publicó el que será, vaticino, uno de los álbumes más injustamente infravalorados de la actual década. Aquel disco homónimo, tercero en la trayectoria de la banda, lo tenía prácticamente todo para hacer historia: creatividad, sentido del humor, espíritu épico y unas canciones prodigiosas. Como poner en una coctelera a los Queen de “Jazz” y al Meat Loaf de “Bat out of Hell”, agitarlos al ritmo de aquellos Sweet desatados de "Ballroom Blitz" y servirlos en vaso largo con una decorativa rodaja de Tenacious D.

Dos años después, su esperada continuación (esperada por mí y por el otro fan español conocido del grupo) se estrena esta semana con el beneplácito de la revista Rolling Stone cargando con unas expectativas considerables y la esperanza (por mi parte) de convertirse por méritos propios, junto a lo próximo de Muse, en uno de los álbumes imprescindibles del 2012.

El cantante Eric Sean Nally se ha convertido en la imagen oficial de Foxy Shazam.

Por desgracia mis oraciones no han sido escuchadas: “The Church of Rock and Roll” es una decepción en toda regla. Un truño, un pufo, un bajuno.

El disco comienza concatenando los tres adelantos conocidos desde antes de su publicación. “Welcome to the Church of Rock and Roll” es una introducción correcta que promete un recital de hard rock que lleve la bravura y la velocidad esgrimidas en el LP anterior a nuevas cotas de dureza. “I like it”, primer single oficial, incide en esa misma línea casi heavy con un potente riff de guitarra, unos coros Queen-style la mar de sugerentes y un divertido estribillo de versos ingenuamente picantones. Será, a la postre, el mejor corte del disco. Le sigue “Holy touch”, una canción sencilla que se engalana de forma resultona con más coros alla Queen y otro estribillo pegadizo, y que termina siendo la penúltima alegría con la que voy a encontrarme a lo largo del álbum.

Cuando "glam" es sinónimo de "pintas".

Luego el camino se tuerce hacia el sonido blandurrio y la tosquedad compositiva, intercalando baladas mediocres con intentos descafeinados de pop buenrollista a los que siguen más baladas mediocres, todo ello sobre-saturado de coros y más coros (es la cuarta vez que uso la palabra “coros” en esta entrada, por algo será), y yo desconecto de lo que estoy escuchando y me pongo a comprobar mi correo, actualizar mi estado de Facebook o googlear fotos de la becaria de Masuka (en la sexta temporada “Dexter”) ligerita de ropa. Las "canciones prodigiosas" antes mentadas, aquéllas que hacían de “Foxy Shazam” un disco sorprendente y perdurable, brillan aquí por su ausencia. Esto es más aburrido que oir misa en latín.

Incluso la portada de su álbum homónimo molaba bastante más.

Sólo “The streets”, que suena a descarte del disco anterior (y ni siquiera: el disco anterior se dejó en el tintero composiciones muy superiores), consigue recuperar momentánemente mi atención, pero me temo que ya es demasiado tarde. El sentimiento de decepción ya se ha instalado definitivamente en mi ánimo. Si el tercer LP de Foxy Shazam se merecía mi más respetuosa genuflexión, “The Church of Rock and Roll” se ha ganado a pulso una sonora hostia a mano cambiada.

martes, enero 24, 2012

Un! Deux! Trois! Dis: Miroir Noir!

"(…)
The black mirror knows no reflection
It knows not pride or vanity
It cares not about your dreams
It cares not for your pyramid schemes
Their names are never spoken
The curse is never broken
Un! Deux! Trois! Dis: Miroir Noir!
(...)”

[“Black Mirror”, primer corte del disco "Neon Bible" de Arcade Fire.]


Hace unos años, cuando un servidor todavía albergaba ciertos prejuicios infundados hacia la ficción televisiva británica, vino a tirarme del caballo de mi tozudez, camino de Damasco, una serie programada por el canal E4 (el mismo que ahora emite “Misfits”) llamada “Dead Set”. Dicha producción proponía un improbable crossover entre el reality “Gran Hermano” y el cine de zombies, y se trataba de una serie inteligente, divertida y cargada de mala baba, que denunciaba entre risas y chorretones de sangriento gore cómo la caja tonta podía hacer estragos en la materia gris del espectador cual plaga apocalíptica de George A. Romero. Su creador, Charlie Brooker, volvió a finales de 2011 a la carga con un título que retoma las virtudes técnicas e intenciones críticas de aquella tele-carnicería zombie y las eleva a un nuevo estadio de excelencia.


“Black Mirror” es una mini-serie de tres episodios autoconclusivos e independientes entre sí que orbitan alrededor de una temática común: la tecnología y los medios de comunicación (televisión, internet, redes sociales) como agentes de la progresiva deshumanización de nuestra especie. Su objetivo está claro: denunciar la pasividad del hombre de la calle, zángano despersonalizado en una civilización tecnófila cuyos valores se desdibujan según lo dictado por empresas de hardware, productores de ocio y gigantes de la comunicación. Y es que si el gurú norteamericano de la televisión inteligente, David Simon, desprecia profundamente al espectador medio, su homólogo británico, Brooker, directamente lo odia.


El primer episodio de “Black Mirror”, “The National Anthem”, abre la función con un puñetazo directo a la boca del estómago: ante el secuestro de la princesa de Inglaterra, el Primer Ministro británico debe tomar la decisión más importante y polémica de su carrera política (y de su vida, ya puestos). No digo más porque incurriría en un imperdonable spoiler, pero tampoco será necesario: basta con ver los cinco primeros minutos de esta inquietante fábula sobre terrorismo catódico en la era de Twitter y YouTube para quedarse embobado frente a la pantalla conteniendo la respiración junto a ese pueblo de Albión que no sabe cómo reaccionar ante la encrucijada personal de su líder político, magníficamente encarnado por el actor Rory Kinnear.


“15 millions of merits” nos sitúa en un orwelliano futuro donde la cultura multimedia le ha ganado la partida a las experiencias sensoriales reales. Aprisionadas en habitáculos cuyas paredes son pantallas gigantes y condenadas a pedalear sobre bicicletas estáticas como hamsters en una ratonera, las personas alimentan sus esperanzas en una vida mejor a base de pornografía y tele-realidad: el único camino para ascender al siguiente nivel del escalafón social es triunfar en un programa del tipo “Tú sí que vales” (o “Tienes talento” o como demonios se llame) y convertirse en una de las celebridades que habitan al otro lado del LCD. 60 opresivos minutos cargados de desesperanza que riman en asonante con el “Fitter happier” de Radiohead y que consiguen que uno se sienta como una auténtica mierda al acomodarse después frente al ordenador para actualizar su cuenta de Tuenti.


“The entire history of you” es la tercera distopía en discordia, ambientada en un mundo muy próximo al nuestro que deriva de una reinterpretación tecnológica del memorioso Funes de Borges. Gracias a un dispositivo subcutáneo alojado tras la oreja derecha, los seres humanos pueden almacenar y recordar sin intromisiones de la traicionera imaginación todas las experiencias de su vida, rebobinándolas y reproduciéndolas como si de un DVD se tratase. Intensamente protagonizada por el rock'n'rolla Toby Kebbell y por la actriz principal de la fantasía adolescente “Attack the block”, Jodie Whittaker, se trata de otra píldora de amargura y desasosiego, prima-hermana de los “Días extraños” de Kathryn Bigelow y del “Eternal sunshine of a spotless mind” (que no, carajo, que no la voy a llamar “¡Olvídate de mí!”) de Michel Gondry.


Tras experimentar estos tres asaltos a la conciencia del televidente, uno se queda momentáneamente expuesto, con toda su i-Pocresía multimedia al descubierto. En mayor o menor medida, se ha sentido representado en esos relatos no-tan-fantasiosos y se ha visto obligado a reflexionar sobre su propio papel en la actual sociedad de consumo masivo y relaciones virtuales, de twits y megustas y whatsapps y avatares, de shares y ratings y votaciones por sms, de smartphones y video-cámaras de vigilancia y de cotillear el muro de Facebook de tu ex para saber qué ha dicho, cuándo y a quién.


“Black Mirror” es incómoda porque denuncia tu propia y alegremente asumida falta de intimidad, porque pone de manifiesto lo superficial de tus relaciones interpersonales, porque te descubre como parte de la masa, del vulgo, del pueblo aborregado, a la que siempre has mirado por encima del hombro, resistiéndote a reconocer como tus iguales.

Porque es todo lo que su título advierte: brillante, oscura y especular.

domingo, enero 22, 2012

Capitanes intrépidos y primates oscuros. O viceversa

Si sois estudiantes de musicología o conocéis a alguien que lo sea, desde este modesto púlpito quiero haceros llegar una petición: escribid una tesis doctoral sobre “el segundo disco”. Como concepto. Yo lo haría, porque me parece un tema interesantísimo, pero mi tiempo y mis conocimientos no dan para mucho más que esta entrada...

El segundo disco, para que nos entendamos, es una putada: el Rubicón del artista pop, el partido de vuelta en los play-off del músico profesional, la gloria o la vergüenza. El segundo disco es la diferencia entre Alex Kapranos y Kele Okereke, entre Adele y Duffy. Del hype al flop de la noche a la mañana, como quien dice. Es cierto que superado el reto del segundo disco la popularidad de un solista o una banda se dispara de forma exponencial respecto a su debut, pero también que enfrentarse a las expectativas de la platea (siempre desmedidas, que para eso los fans son fans) es como meterse en la caja de Schrödinger y rezar para que, cuando el público la abra, el artista siga maullando en este plano de existencia. Seguro que Florence Welch se pasó la mitad de 2011 atenazada por el miedo. También los chavales de Vetusta Morla. ¿The XX? No salen de casa.

"Miracle Kicker": fascinante debut de Dark Captain Light Captain

El segundo disco al que un servidor tenía muchas ganas era el de Dark Captain Light Captain. Los londinenses irrumpieron en mi vida en 2008 con el álbum “Miracle Kicker”, un LP de ¿post-folk? preciosista y sosegado que se escucha del tirón con una sonrisa en la cara y que genera un brote inesperado de paz espiritual en el interior del oyente. Sus canciones me recuerdan a la sensación de limpieza que uno experimenta cuando se mete en una cama a la que acaban de cambiarle la ropa y las sábanas nuevas están inmaculadas y huelen (sólo ligeramente, sin empalagar) a un buen suavizante. Sinestesias mías.

Sin embargo los meses pasaban y Dark Captain Light Captain no daban señales de vida. Recuerdo haber llevado a cabo barridos regulares por internet googleando el nombre del grupo en busca de alguna pista sobre cuándo podría escuchar material nuevo (cosas como “Dark Captain Light Captain entran en el estudio de grabación” y tal). Sin resultados, me temo.

"Dead Legs & Alibis": el tan temido segundo disco

¿Y no va el otro día el YouTube y me planta ante las narices, en esa columna de recomendaciones sin sentido que tiene en la parte derecha del navegador, un tema de un grupo llamado (escuetamente) Dark Captain? Tate: ¡los muy cabritos se cambiaron de nombre! Vale que Dark Captain Light Captain era un apelativo muy largo para un grupo de música (de hecho, la primera vez que vi la portada de su debut pensé que la banda se llamaba “Miracle Kicker” y que lo otro era el título del álbum), pero flaco favor le hacen a todos los que, como yo, apenas tenemos más referencia sobre su vida y milagros que, precisamente, un nombre. Porque no os vayáis a creer que se ha hablado mucho de Dark Captain Light Captain en los medios especializados en los últimos años...

(Con todo, al hipster que vive en mí todo esto le viene bien. ¿Que por qué?)

INTERLUDIO EN UN ACTO

(Escena: de copas por Madrid un fin de semana, hablando de música con gente tan moderna y enterada como yo.)

Interlocutor/a: Acabo de descubrir un grupo genial, se llama Dark Captain.

Yo (con gesto de superioridad y tono paternalista): Ah, los conozco. Sacaron hace poco un álbum llamado “Dead Legs & Alibis” (y aquí va la GRAN FRASE):


FIN DEL INTERLUDIO


Y el disco, ¿qué? Una alegría y una decepción a partes iguales. Alegría, porque había ganas de más Dark Captain; de voces dulces y guitarras acústicas alla "Scarborough Fair" que hacen que lo difícil (componer canciones brillantes que huelen a sábanas limpias) parezca fácil. Decepción, porque no hay atisbo de evolución (tampoco involución) en estos diez nuevos temas absolutamente intercambiables con los de su debut. “Dead Legs & Alibis” es un disco muy bueno, sí, pero tan irrelevante en la carrera de Dark Captain como fundamental fue “Miracle Kicker” tres años antes.

lunes, enero 16, 2012

Top 10: mis películas favoritas de 2011

En lo que a mí respecta, 2011 ha sido un año bastante flojo en materia ociopática. Si al hablar de mis discos favoritos de los últimos 12 meses me veía en la necesidad de disculparme por la poca atención prestada por mi parte a la actualidad musical (y las consiguientes ausencias destacadas que eso acarrearía en mi top 10), en el caso del cine la situación es justamente la contraria: debido a mi condición de colaborador con la web Nuestros Comics en calidad de crítico de cine, en 2011 pude ver más títulos en pantalla grande que en cualquier otro año de mi vida. Desgraciadamente, tal cantidad de visitas a las salas no se ha traducido en un sinfín de buenas películas, sino en tibieza y mediocridad generalizadas. Así, el último ha sido un año en el que las grandes películas, las que uno acaba recordando con cariño y admiración con el paso del tiempo, han brillado por su ausencia. En su lugar me he encontrado con muchas propuestas atractivas (con destellos de fascinación, incluso) que por h's o por b's no han sabido rematar la jugada. Títulos como “Melancholia”, “Drive”, “Incendies” o “En un mundo mejor” me parecen interesantes y a todas luces recomendables, pero no han logrado dejarme instalada en el cuerpo esa sensación de plenitud que un servidor aguardaba de ellas (a tenor de las buenas críticas leídas con anterioridad, generalmente). Tampoco las vacas sagradas han estado tan acertadas como algunos sostienen: ni “Midnight in Paris” es un Allen en plenas facultades ni “Un dios salvaje” es la sátira definitiva de Polanski. Tampoco “Valor de ley” es una de las cimas del cine de los Coen (las comparaciones son odiosas, lo sé, pero el western protagonizado por Jeff Bridges palidece en un tête-à-tête con films como “Barton Fink”, “Muerte entre las flores” o “El gran Lebowski”). Sin olvidarnos de nuestro Pedro, que firmó con “La piel que habito” un thriller tan intenso como, me temo, irregular y tendente al ridículo.

Me queda el consuelo, al menos, de que lo que no me ha dado el cine me lo ha dado la HBO...

Con todo, al final he conseguido reunir 10 películas estrenadas en España en 2011 que me han gustado mucho, e incluso he tenido que dejar fuera tres que quizás en otro momento preferiría haber incluido en detrimento de alguna de las seleccionadas. Son “Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio”, “Mientras duermes” y el documental “George Harrison: Living in the material world”. La que también se queda fuera, aunque muy a mi pesar, es “Warrior”, una emotiva cinta deportiva dirigida por Gavin O'Connor que no ha sido estrenada aún en nuestro país y que quizás nunca lo sea (uno más de esos “misterios de las distribuidoras” que en los últimos años nos han privado de ver en pantalla grande títulos como “Synechdoque New York”, “Rabbit hole” o “Hesher”). Para los muy interesados, circula por la red una versión en BR-Rip bastante fácil de localizar (hasta que la Sinde nos alcance, al menos)...

Pero, en fin, no me lío más. Ahí va mi top 10 cinéfilo de 2011:

10- Beginners


La comedia indie del año es también un drama sensible e intimista donde un hijo (Ewan “your-song” McGregor) debe lidiar con la muerte de su padre homosexual (estupendo Christopher “something-good” Plummer, que ayer recibía un Globo de Oro precisamente por este papel) al tiempo que redescubre el amor al conocer a una encantadora actriz francesa (Mélanie “en-t'attendant” Laurent, musa de los bastardos tarantinianos). “Beginners” es uno de esos films de los que sales conmovido y con una gran sonrisa dibujada en la cara.


9- Arrietty y el mundo de los diminutos


Filtradas por la especial sensibilidad del Estudio Ghibli, las aventuras de la borrower Arrietty conforman una película que habla de sentimientos puros (nobleza, generosidad, esperanza) con honestidad y un microscópico sentido de la maravilla. Si es verdad aquello que decía Mies Van der Rohe de que “Dios está en los detalles”, “Arrietty y el mundo de los diminutos” es una película imbuida de gracia divina.


8- El topo


“El topo” presenta una gélida trama de espionaje, totalmente desprovista de glamour, que se beneficia de un director detallista y preciso, Tomas Alfredson, que confirma que lo de “Déjame entrar” no fue una serendipia, y de un reparto (encabezado por Gary Oldman) que destila talento y clase. Difícil y críptica, “El topo” es una lección de mesura: un problema matemático que hace de la sobriedad y la contención el sentido último de su ecuación. Abstenerse todos aquellos que piensen que el cine de espías se acaba en James Bond, Jason Bourne o Ethan Hunt.


7- Cisne negro


Efectista y con vocación claramente epatante, el último largo de Darren Aronofsky funciona en su primer visionado como un oscuro y delirante descenso a los infiernos protagonizado por una Natalie Portman arrebatadora y escalofriante. Y aunque es verdad que quizás el día en que la vuelva a ver se me caiga a pedazos minuto a minuto, la sensación de mal rollo que me dejó en el cuerpo cuando la descubrí en el cine sigue pareciéndome impagable.


6- El árbol de la vida


La última marcianada de Terrence Malick es una megalomaníaca y pretenciosa elegía al espíritu, a la materia y a la vida que puede, según el paciente, tener efectos secundarios tan diversos como somnolencia, mareos y depresión o epifanía, amor y comunión con el universo. En caso de duda, antes de su visionado consulte con su farmacéutico. O, ya puestos, con su sacerdote de confianza.


5- The Artist


Nostálgico y romántico regreso a los usos y costumbres del cine mudo, el multipremiado (y lo que vendrá) largometraje con el que Michel Hazanavicius está haciendo felices a los cinéfilos de medio mundo es una de las citas ineludibles de la cartelera actual. Si ya te gusta el cine silente, porque disfrutarás como un enano reconociendo mil y un guiños y homenajes a los grandes cineastas de principios del siglo XX. Si no, porque te abrirá los ojos a todo lo bueno que te estabas perdiendo.


4- No habrá paz para los malvados


Además de ser, de largo, la película española del año, “No habrá paz para los malvados” es también la confirmación de tres verdades difícilmente rebatibles: 1) que Enrique Urbizu es uno de los directores más talentosos de nuestra cinematografía; 2) que José Coronado no sólo hace bien de vientre, sino que actúa incluso mejor, y 3) que el cine español cuando quiere (y le dejan), puede. El thriller cañí es (y debe ser) esto.


3- El hombre de al lado


De tapadillo y sin ningún tipo de apoyo publicitario (probablemente porque en él no actúa Ricardo Darín), el film argentino “El hombre de al lado” se estrenó en nuestro país con dos años de retraso y tuvo, qué remedio, un paso fugaz por nuestras carteleras. Y es una absoluta pena, porque se trata de una de las cintas más inteligentes, reflexivas y divertidamente oscuras que recuerdo haber visto en pantalla grande en mucho tiempo. Si la firman un Polanski o un Haneke, los críticos se la comen a besos.


2- Un método peligroso


Hablaba más arriba de lo poco resolutivos que han estado los grandes apóstoles del Séptimo Arte en este 2011. He aquí la excepción: lo nuevo de David Cronenberg no es solamente tan rotundo, complejo, impactante y delicioso como su producción de la última década ya nos tiene acostumbrados, sino que además hace gala de una sutileza y un refinamiento narrativo que la convierten, posiblemente, en la mejor película (en términos objetivos) que un servidor haya podido ver en los últimos 12 meses. Entonces, ¿por qué está en segundo lugar?


1- Super 8


Porque, ay, me ha podido la nostalgia. Y es que “Super 8”, la peli de Spielberg y Abrams (tanto monta, monta tanto), es todo lo que el niño de diez años que aún vive en mí (el que todavía sueña con dinosaurios y transformers, con aliens incomprendidos y películas caseras de terror) puede desear encontrarse cuando las luces de la sala se apagan y el proyector se pone en marcha. Más allá de sesudas interpretaciones críticas, “Super 8” me ha hecho vibrar, me ha puesto los pelos de punta y un nudo en la garganta y me ha recordado que la infancia sigue siendo la patria de las ilusiones. Soy un sentimental, lo sé.

sábado, enero 14, 2012

Cuando Bendis conoció a Hessel

En términos artísticos, creo que sólo existe una cosa más triste que una obra estúpida: una obra estúpida y pretenciosa.

Brian Michael Bendis es uno de los guionistas estrella de la actual Marvel Comics. Siendo un trabajador hiperactivo y un dialoguista autoindulgente y excesivo (con destellos de auténtico talento), la mediocre calidad media de su bibliografía hasta la fecha no es impedimento para que cabeceras como “Alias”, “Powers” o su larga estancia en “Daredevil” puedan ser disfrutadas plenamente por buena parte del fandom super-heroico. Hasta ahora un servidor tenía la impresión de que los guiones de Bendis eran mejores cuanta mayor libertad creativa tenía el autor para afrontarlos.


En esto que se publican en nuestro país, recopilados por Panini en un bonito tomo de tapas duras, los cinco primeros números de “Scarlet”, su nueva serie de creación propia junto al dibujante que (precisamente) lo había acompañado en “Daredevil”: Alex Maleev.

Exitoso tándem creativo + Bendis con plenos poderes literarios + sello Max (la división “para adultos” de la Marvel) = ¿qué podría salir mal?

Pues, básicamente, todo.


“Scarlet” narra la historia de una veinteañera de Portland que, tras sufrir una brutal agresión y ver cómo su novio muere a manos de un policía corrupto, experimenta una epifanía anarquista que la lleva a comenzar una venganza que sirva, de paso, para arreglar todo lo que está podrido y corrupto en nuestra sociedad.

Con el tono adecuado y toneladas de suspensión de la incredulidad, quizás “Scarlet” se hubiera quedado en un apañado remake en clave femenina de “The Punisher”. Y así habría sido si Bendis no cometiese la arrogancia de hacer de la serie una reflexión panfletaria anti-sistema que huele como el cadáver de Chuck Palahniuk tras meterse una sobredosis de Stéphane Hessel adulterado con matarratas. Las consignas supuestamente revolucionarias que salen de la boca de la protagonista (la cual, en un ejercicio de postmodernismo cool, rompe la cuarta pared interpelando directamente al lector al más puro estilo Alvy Singer) tienen la profundidad de un cromo de “La pandilla basura” (o menos: algunos cromos de “La pandilla basura” tenían su aquél...). Apoyado en un discurso socio-político más propio de un adolescente cabreado con el mundo que de un hombre adulto con un ideario sólido, el escritor adopta el manto de artista transgresor y concienciado y lo verbaliza absolutamente todo en este ensayo de intenciones agita-conciencias. Para mi desgracia, en lugar de al lúcido Alan Moore de “V de Vendetta” (que además de adoctrinar se preocupaba por construir una buena historia asentada en personajes veraces), a quien realmente me recuerda este Bendis es al Warren Ellis de la inexplicablemente sobrevalorada “Transmetropolitan”, en la que el guionista inglés pretendía hacernos creer que “periodista” y “terrorista” son sinónimos siempre que las cosas se digan con humor. Ya.


La parte visual de “Scarlet” tampoco ayuda a mejorar la frustración que supone su lectura. Maleev abusa de la rotoscopia (una técnica muy efectiva cuando es empleada de forma inteligente; no es el caso) hasta convertir las páginas del tebeo en una suerte de fotonovela estática y despersonalizada. Al emplear el diálogo como herramienta casi exclusiva para el avance de la trama, la mitad de las viñetas cumplen únicamente la función de identificar al orador de turno, y sólo en momentos muy puntuales existe una auténtica sensación de “narrativa gráfica” más o menos elaborada.

En términos de composición visual, lo que menos me ha disgustado del tomo han sido los fugaces recorridos por la trayectoria vital de un personaje en cuadrículas de 3 x 3 viñetas. No es un recurso excesivamente original (Bendis ya había hecho cosas muy parecidas en “Alias” y “Powers”) pero podría haber funcionado bien. La pena es que el esfuerzo se vaya a pique al caer en todos los clichés coyunturales sobre “jóvenes urbanitas y modernos”. ¿De verdad era necesario encajar con calzador esa mención a Arcade Fire?


Intento encontrar una razón por la que merezca la pena echarle un vistazo a este “Scarlet” y, honestamente, no se me ocurre ninguna. La serie prosigue más allá del quinto capítulo incluido en este tomo, así que es de esperar que en unos meses Panini publique un segundo recopilatorio en el que la trama continuará por los mismos derroteros.

viernes, enero 13, 2012

Maynard James Keenan y la mayonesa casera

Se ha convertido en hábito que apenas unos días después de publicar en El Abismo el tradicional top 10 con mis discos favoritos del año que acaba de concluir, servidor descubra ese álbum que debería haber estado en aquella lista pero que, por supuesto, no está. No falla: a principios de 2010 Fanfarlo deslegitimó descaradamente la selección de mis LP's preferidos de los doce meses anteriores reclutándome para su causa desde la primera escucha del imprescindible “Reservoir”; en enero de 2011 sucedió algo similar con el "American Slang" de The Gaslight Anthem, feliz ejercicio de punk amable que homenajeaba a los Springsteen, Morrison y U2 más icónicos, y hoy la historia se repite con un álbum muy diferente pero igualmente recomendable, “Conditions of my parole” de Puscifer.


Maynard James Keenan, la voz cantante de Tool (ese grupo de metal progresivo que hace historia con cada nuevo lanzamiento discográfico) y A Perfect Circle (formación que también alberga a antiguos miembros de Nine Inch Nails y Smashing Pumpkins), puso en marcha su proyecto en solitario Puscifer con la publicación en 2007 de un primer disco, “V is for Vagina”, que estaba más emparentado con la electrónica oscura y pastosa de Trent Reznor que con los delirios cósmico-matemáticos de “Lateralus” o “10.000 days”. Más allá de la curiosidad por comprobar cómo Keenan se desenvolvía en territorio desconocido, “V is for Vagina” no pasaba de trabajo (muy) menor en la trayectoria del compositor estadounidense.

Sin embargo, el año pasado Puscifer volvió a la carga con “Conditions of my parole”, un segundo asalto que amplía el espectro musical explorado por su antecesor y ofrece 50 minutos de pura creatividad en los que se combinan el rock industrial de bases sintéticas, ritmos propios del trip-hop y apuntes de metal con el sonido de banjos, mandolinas e instrumentos orientales en un todo tan ecléctico como sorprendentemente coherente. Como no podía ser de otro modo, las habituales jeremiadas depresivas de Keenan se adueñan una vez más de la faceta lírica en números intimistas que hablan de incomprensión y soledad, describiendo al músico de Ohio como un tipo que dista leguas de ser la alegría de la huerta, precisamente.


Ninguna de las canciones de “Conditions of my parole” es en sí misma un hit inmediato (de hecho prácticamente todas son medios tiempos de cadencia repetitiva e hipnótica), pero de la concatenación de estos doce cortes surge un LP que tarda varias escuchas en calar pero de cuyo poder de atracción después resulta imposible zafarse.

Y así, desde el rincón más inesperado de la discografía de un artista impredecible me asalta a mediados de enero, como manda la tradición, ese álbum que debió tener (y no tuvo) un lugar en mi top 10 de discos favoritos del 2011.

¡Ah, las listas! Pasatiempo ridículamente solemne cuya validez es más perecedera que la mayonesa casera...

martes, enero 03, 2012

Preestrenos: "Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres"

Han querido los hados que la entrada número 900 del Abismo coincida con mi reseña en Nuestros Comics de una de las películas más esperadas del año que comienza: la adaptación llevada a cabo por David "la-primera-regla-del-club-de-la-lucha-es-que-no-se-habla-del-club-de-la-lucha" Fincher del best-seller de Stieg Larsson "Los hombres que no amaban a las mujeres" (o lo que es lo mismo: la incendiaria Lisbeth Salander observada a través del prisma del responsable de "El curioso caso de Benjamin Button" y "La red social").


Si quieres conocer mi opinión sobre (y única y exclusivamente) la última película de Fincher, no tienes más que seguir este enlace.

P.D.: efectivamente, el póster de ahí arriba es ese tan polémico en el que se ven un par de pezones. Si es que soy un radical...

domingo, enero 01, 2012

Top 10: mis discos favoritos de 2011

Siendo honesto, debo confesar que durante el pasado 2011 no he estado demasiado pendiente de la actualidad musical. La pereza le ha ganado la partida a la curiosidad en más ocasiones de las que puedo recordar y no he llegado a interesarme ni un ápice por muchos de los álbumes y artistas mejor valorados por las "grandes cabeceras" (entrecomillo y "cursiveo", conste) del periodismo musical (James Blake, The Horrors, Fleet Foxes…). Entiéndase por tanto la siguiente lista como una ordenación hecha con toda la buena intención de que soy capaz, pero obviamente lastrada por mis filias y fobias, mis prejuicios y mi apatía a la hora de forzar un poco el oído y darle una oportunidad a LP’s que, con algunas escuchas más de las concedidas, quizás se habrían ganado un hueco, merecidamente, en este humilde top 10. Considérese además (y valga también esta regla para los inminentes listados sobre cine y tebeos) que, como en años anteriores, sólo he tenido en cuenta los lanzamientos acontecidos estrictamente entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2011 y que las reediciones no entran en ningún caso a concurso. Y una última aclaración: en esta ocasión el orden de los títulos mentados es más caprichoso y circunstancial que nunca. Ni ha habido un destacado ganador entre mi preferencias musicales del 2011 ni considero que el segundo título de este top 10 sea claramente superior al tercero o el primero al cuarto. Al final han sido las simpatías personales y el pie con el que me levanté esta mañana de la cama quienes han decidido la alineación final.

Dicho lo cual, empezamos el repaso a mis discos favoritos del pasado año:

10- Florence + the Machine – Ceremonials


Si el segundo LP es la prueba de fuego a la que todo artista emergente debe enfrentarse para consolidar su posición o hundirse en el actual maremágnum musical, no me cabe la menor duda de que Florence Welch ha logrado con este “Ceremonials” revalidar aquella fama bien ganada con su debut “Lungs”. Un disco enérgico y barroco que raya constantemente el exceso, sí, pero también la excelencia en incontables momentos.


9- PJ Harvey – Let England shake


Tras reinventarse como artista en el etéreo “White chalk”, el torbellino rockero anteriormente conocido como PJ Harvey se convierte con este desconcertante álbum de crecimiento imparable en la cantautora con ínfulas historiográficas llamada (claro) PJ Harvey. Si el célebre dicho “renovarse o morir” sigue tan vigente en el convulso presente de la satisfacción inmediata a un click de distancia como en los viejos días del Imperio Británico, “Let England shake” es un disco repleto de ambición y de vida.


8- Vetusta Morla – Mapas


Al igual que ocurría con Florence + the Machine, el sexteto de Tres Cantos afrontaba en 2011 el duro reto de revalidar o desacreditar los logros alcanzados con un debut tan inspirado como lo fue en su momento “Un día en el mundo”. Siguiendo la senda del continuismo, Vetusta Morla defiende en “Mapas” la legitimidad de su fulgurante éxito ofreciendo una sucesión milimétricamente calculada de singles pegadizos, medios tiempos mágicos y baladas íntimas que muestran su mejor versión en un directo de ensueño.


7- Kasabian – Velociraptor!


La de Kasabian fue, en lo que a mí respecta, una de las sorpresas más positivas del año. Sus tres primeros discos no habían conectado conmigo en absoluto, por lo que de ningún modo podía imaginarme que este “Velociraptor!” se convertiría desde la primera escucha en una de mis perennes compañías musicales durante el último semestre. Sumando a lo mejor de sus esbozos electrónicos previos un indisimulado gusto por el rock y la psicodelia de los 60’s y 70’s, la banda de Leicestershire ha logrado con su cuarto larga duración colarse por méritos propios en la primera división de mis filias melómanas.


6- The Decemberists – The king is dead


“The king is dead” es la clase de álbum que me recuerda a las tardes de domingo de mi infancia, tirado en el suelo del salón, dibujando dinosaurios mientras mis padres y mi hermano merendaban café con magdalenas. El tipo de música que podría sonar en el tocadiscos de mi viejo hace 20 años y en el mp3 de su coche la semana pasada: esa combinación de pop, country, folk y nostalgia que me hace sentir rematadamente bien.


5- Extremoduro – Material defectuoso


Tras el giro progresivo que supuso su obra maestra “La ley innata”, los extremeños liderados por Robe Iniesta volvieron este año a entregar un álbum que los sitúa en una categoría exclusiva dentro de la música estatal: la suya propia. “Material defectuoso” no hace caso a su título y entrega seis largos cortes de un AOR toxicómano cada vez más alejado del kalimotxerismo de barrio: piezas tan delicadas como rabiosas que tensan los nervios y hacen fluir las emociones.


4- The Black Keys – El Camino


El álbum más enérgico y genuinamente guitarrero de 2011 vino firmado por el tándem Auerbach-Carney, dos amantes del rock de la vieja escuela que han pasado de idolatrar la crudeza low-fi del dios Hendrix a componer junto al productor Danger Mouse auténticos hits bailongos para las nuevas generaciones. Y si no que se lo pregunten a Derrick “estrella-de-YouTube” Tuggle.


3- Girls – Father, Son, Holy Ghost


No contentos con componer mi canción favorita del año, Christopher Owens y Chet “JR” White han decidido acompañarla de otras diez gemas sonoras que van del surf edípico al hard rock desatado pasando por bonitas tonadas con letras emo, redondeando un disco heterogéneo, excesivo y trufado de talento que ha conseguido cautivarme sin remisión desde el primer puchero.


2- Sidonie – El fluido García


Lo venían anunciando con sus últimos trabajos, pero no fue hasta 2011 que Sidonie logró concretar su gran disco, su “Sgt. Pepper’s…”, su “Pet Sounds”. Delirios de psicodelia, guiños autoconscientes a la British Invasion y juegos vocales de un gusto exquisito se combinan en un álbum conceptual que lleva un paso más lejos la sensibilidad musical que hasta ahora había hecho del trío catalán una de las bandas de referencia dentro del (mal llamado) indie español. Con “El fluido García” Sidonie abraza el universo y le pega un monumental beso de tornillo.


1- Tom Waits – Bad as me


…o a la mierda el hype, el moderneo y los grupitos de niñatos compungidos con voces de algodón y caras de no haber roto nunca un plato. Con una extensísima trayectoria musical a sus espaldas y un carisma en el que no hacen mella ni las modas ni los vasos de licor, el cantautor californiano publicó en 2011 otra nueva joya que enmarcar dentro de un itinerario vital único e irrepetible. Al igual que Dylan, Springsteen o Bowie, Waits se ha convertido con el paso del tiempo en algo más que un compositor inagotable o un letrista tocado por el verbo divino: es una actitud, un icono, una leyenda. 40 años después, el viejo pirata Tom sigue siendo la última hoja en el árbol.


Se han quedado fuera, por la mínima, tres discos que quizás habrían entrado en este top 10 si la hora de redactar estas líneas me hubiese pillado de un humor diferente. Me refiero a “Circuital” de My Morning Jacket, “Veronica Falls” de Veronica Falls y “Suck it and see” de “Arctic Monkeys”.

En el terreno de las grandes decepciones, la palma se la llevan mis (habitualmente) idolatrados Radiohead con su insípido “The King of Limbs”, Coldplay con el vacuo y facilón “Mylo Xyloto” y el combo Lou Reed + Metallica con ese engendro musical que responde al nombre de “Lulu”: confieso que aún no he sido capaz de escucharlo al completo ni una sola vez.