lunes, noviembre 14, 2011

El apocalipsis según San Lars

Polémico. Artista. Bocazas. Profundo. Pedante. Transgresor. Aburrido. Arrogante. Genio. Cretino. Idolatrado. Denostado. Lars. Von. Trier.


Parte 1: Lars y dos chicas de verdad

El cineasta danés Lars Von Trier siempre ha manifestado un especial interés por los personajes femeninos llevados psicológica y emocionalmente al límite, así que no sorprende encontrarnos en “Melancolia”, su último largometraje hasta la fecha, con la circunstancia de que dos mujeres acarrean todo el peso dramático del relato. El film nos presenta a Justine, una joven bipolar sumida en una profunda depresión, y a su hermana Claire, cabal, responsable y profundamente organizada. También es la historia de un planeta azulado cuya extraña trayectoria cósmica lo llevará a colisionar con la Tierra, erradicando toda forma de vida.


La cinta se divide en dos partes, precedidas por un prólogo que supone uno de los mayores logros estéticos de Von Trier en toda su filmografía. Los diez primeros minutos de “Melancolía” están conformados por bellísimas imágenes a cámara lenta (metafóricas o literales, eso deberá decidirlo el espectador al terminar de ver la película), acompañadas por una sublime composición musical de Richard Wagner, que nos ponen inmediatamente en situación: Von Trier no conoce el significado de la palabra “humildad”. También contribuyen estos compases iniciales a generar el primer déjà vu con que seremos sorprendidos a lo largo del film: teniendo “El árbol de la vida” tan fresca en la memoria, resulta de lo más llamativo que otro de los directores más amados/odiados del actual panorama cinematográfico internacional haya decidido estrenar precisamente ahora un drama que interrelaciona lo cósmico con lo íntimo a ritmo de música clásica y fastuosas imágenes galácticas.


Las dos partes en que se divide “Melancolía” casi parecen películas diferentes. La primera mitad pasa de puntillas sobre el tema planetario y relata los acontecimientos que tienen lugar el día de la boda de Justine (soberbia Kirsten Dunst) con su prometido Michael (un Alexander Skarsgard muy alejado del televisivo vampiro Eric al que el actor da vida en “True blood”). Encontramos aquí a un Von Trier que mete el dedo en la llaga de las relaciones familiares disfuncionales, evocando poderosamente a “Celebración”, aquel corrosivo film inaugural del movimiento Dogma dirigido por su amigo Thomas Vinterberg. El plantel actoral que pulula por el lujoso castillo donde se celebra el enlace es muy ilustrativo del prestigio que el danés ha cosechado entre los profesionales de la interpretación. Nombres como Stellan Skarsgard (padre de Alexander en la vida real, aunque amigo en la ficción), John Hurt (el cual interpreta al progenitor de las protagonistas), Kiefer Sutherland (que da vida al marido de Claire) o Charlotte Rampling (desencantada madre de ambas hermanas) elevan hasta la estratosfera el nivel dramático del convite.


Se ocupa esta sección del film de presentar al complejo personaje de Justine y de oponerlo a su racional hermana, encarnada por la no-excesivamente-guapa-pero-terriblemente-atractiva Charlotte Gainsbourg, quien ya había colaborado con Von Trier en su film previo “Anticristo” y que aquí vuelve a estar tan maravillosa y natural como en cada interpretación suya que yo haya podido ver hasta la fecha. Divertido a ratos, incómodo en su mayor parte y casi siempre sorprendente, el primer capítulo de “Melancolía” resulta apasionante tanto desde el punto de vista técnico como desde una perspectiva puramente argumental.


No obstante, “Melancolía” va de más a menos.

En su segunda mitad la película pierde fuelle, quizás porque Von Trier se aleja del agrio retrato familiar que acaba de presentarnos para alzar progresivamente la vista a los cielos y enfrentar a unos personajes muy anclados a nuestra realidad con un contexto fantástico que me ha recordado, en su aproximación intimista a un género tradicionalmente palomitero, tanto al cine de M. Night Shyamalan (no el de la execrable “Airbender: el último guerrero”, sino ese otro que se se marcó en “Señales” una reflexión sobre la fe disfrazándola de serie B con alienígenas verdes) como al Andrei Tarkovsky de “Stalker”, que partía de un concepto de ciencia-ficción (la misteriosa Zona) para acabar hablando de... vaya, ¿de qué demonios iba esa película? La alusión al cineasta ruso no es en absoluto baladí, pues Von Trier ha manifestado en varias ocasiones una profunda admiración hacia su obra, resultando además que el título de este último film del danés remite claramente a la “Nostalgia” de Tarkovsky.


Obviamente Von Trier no es Michael Bay ni Roland Emmerich (por suerte) y el trasfondo apocalíptico de “Melancolía” es un pretexto para indagar en las reacciones del ser humano ante lo inevitable. Justine y Claire representan dos actitudes opuestas ante la inminente desaparición de todos los seres vivos. Precisamente las mismas actitudes que enarbolaron previamente frente a los sinsabores cotidianos de la existencia. Claire se aferra a la necesidad de sentir que las circunstancias están bajo control (aunque sea, pírricamente, en el aspecto puramente estético de la extinción) y es incapaz de asumir que hay situaciones ante las que el ser humano sólo puede resignarse y claudicar. Justine, por su parte, encara la vida y la muerte con idéntico nihilismo depresivo. Para ella, la amenaza de un gigantesco planeta a punto de hacer añicos la Tierra no supone un motivo mayor de desesperanza que levantarse cada mañana de la cama. No es casual, por supuesto, que dicho planeta se llame Melancolía (y a partir de aquí cada uno es libre de extraer una segunda lectura alegórica si lo cree conveniente).


Hay mucho y muy bueno, también, en esta parte del film. Más allá de un incomprensible desliz visual en sus instantes finales (leo por ahí que a otros, sin embargo, les ha parecido un momento especialmente memorable), la cinta continúa siendo un prodigio técnico y un auténtico recital interpretativo. El problema es que la inamovible certeza del desenlace (no spoileo: el destino de la Tierra se conoce desde el prólogo) y lo inútil de cualquier posible reacción humana anulan de algún modo mi implicación emocional en el asunto. Se pierde el suspense, quedando únicamente la experiencia audiovisual (fabulosa, ya digo) y el regodeo en la fatalidad como único estímulo para el espectador. De ahí que el final me haya dejado con una terrible sensación de vacío, de intrascendencia. Algo que, me temo, está totalmente en las antípodas de lo que Von Trier pretendía lograr con su película.


O quizás no, y precisamente esa nada absoluta que tengo instalada en el pecho desde que abandoné la sala era precisamente su objetivo. Con Lars nunca se sabe.

4 comentarios:

Mauricio Milano dijo...

Definitivamente quiero ver esta película. Hace unos días leí una entrevista sumamente interesante con Von Trier publicada en la GQ americana y me llamó mucho la atención. Sus declaraciones no dejan indiferente a nadie. Eso ya es admirable. Lo demás... lo comento cuando vea la película.

Saludos desde Montevideo!

Jero Piñeiro dijo...

Yo al Von Trier orador no le hago demasiado caso, Mauricio. Me parece un petulante egomaníaco con tendencia a la polémica gratuita. Pero su cine (que también tiene bastante de petulante y de egomaníaco, dicho sea de paso) sí me parece sumamente interesante. Espero que te guste la peli ;)

¡Saludos desde Madrid!

el convincente gon dijo...

Estoy con Jero. Lars von Trier tiene mucho de publicista de sí mismo. Y lo que más pereza da de sus pelis es precisamente pararse a pensar qué ha querido contarnos, porque la principal intención de cada una de ellas no es otra que conseguir que el mundo entero le diga que es un genio.

Jero Piñeiro dijo...

Cierto, Gon. El tío está tan pendiente de pasar a la historia que a veces dinamita su propia genialidad (que yo creo que la tiene, aunque no siempre) en aras de la trascendencia. Por suerte a veces, como en "Dogville", la cosa le sale francamente bien.