sábado, septiembre 18, 2010

Amor al medio

Dentro de cada autor de comics debiera habitar, además, un apasionado lector (al menos en teoría, que luego viene Alan Moore a decirnos que ya sólo lee libros muy serios y muy sesudos, no como las tonterías que se hacen ahora en tebeo, y nos fastidia el mito en menos que canta un gallo). El amor al medio es, quizás, uno de los requisitos fundamentales de cara a convertirse en parte integrante del mismo por derecho propio. O, lo que es lo mismo: no se pueden hacer buenos tebeos si no se aman los tebeos, al igual que no se puede escribir buena literatura si no se ama la literatura o hacer buen cine si no se ama el cine. Ésa es, al menos, la tesis que maneja Dylan Horrocks en su tebeo "Hicksville”, auténtica declaración de amor al Noveno Arte que he tenido la fortuna de leer recientemente.


Reeditado en castellano por Astiberri (antes había sido publicado por De Ponent y Ediciones Balboa), el tomo recopilatorio de “Hicksville” se abre con una introducción en viñetas (realizada con posterioridad a la primera edición) en la que Horrocks deja bien clara su simbiosis espiritual con el medio tebeístico, que condicionó su existencia desde prácticamente su nacimiento. Ya desde esas primeras páginas, en las que es fácil reconocerse como lector, me resultó imposible no verme emocionalmente involucrado y, así, ganado rotundamente para la causa.

La narración que compone el auténtico corpus de la obra profundiza en ese Amor al Comic a través, en primer lugar, del personaje de Leonard Batts, un crítico de comic que intenta desentrañar el pasado del dibujante más exitoso del actual panorama mainstream norteamericano, Dick Burger. Burger (trasunto de Todd McFarlane que a su vez menosprecia al McFarlane real) proviene de un pequeño pueblo situado en las costas de Nueva Zelanda (el Hicksville del título) donde Leonard descubrirá, para su sopresa, que todo el mundo parece ser un auténtico entendido en tebeos. Imaginaos: un pueblo de apenas unos cientos de habitantes donde cualquiera, ya sea médico, pescador o carnicero, tiene los conocimientos tebeísticos de Álvaro Pons, Pepo Pérez o el Tío Berni. Pura fantasía, vamos. Sin embargo, algo parece no encajar cuando Batts no logra que ninguno de los locales suelte prenda sobre la vida en el pueblo de Burger, surgiendo entonces la sospecha de que su marcha de Hicksville no se produjo, quizás, de la más pacífica de las maneras.

No es “Hicksville” un tebeo redondo. Horrocks parece descubrir los resortes narrativos del medio al mismo tiempo que produce una página tras otra, logrando que el tramo final mejore con mucho las impresiones que su estilo gráfico y sus capacidades literarias pudieran producir a priori en el lector. Pareciera también que el autor comenzó a trazar su obra con apenas un esbozo inicial en mente y que luego, absorto tal vez en un dulce frenesí creativo, decidiese ir enriqueciendo el conjunto con detalles que se van dejando caer aquí y allá.


De no ser por ello y por ciertas limitaciones técnicas en el dibujo (el propio Horrocks se define como “no virtuoso”), “Hicksville” bien podría ocupar un lugar de importancia en el Olimpo de los Tebeos. En última instancia, sus posibles defectos quedan reducidos a la anécdota gracias a la frescura en el desarrollo de personajes y la originalidad de la propuesta argumental, que alcanza su clímax emocional en un final para enmarcar, de los que casi consigue mover al llanto a un duro lector de comics como yo. Posiblemente no tendrá el mismo impacto en quien no haya vivido gran parte de su existencia apegado a las viñetas, personajes y bocadillos que unos pocos hemos devorado incansablemente desde nuestra más tierna infancia.

Pero eso será, por supuesto, porque “Hicksville” es un tebeo hecho por un apasionado lector de tebeos para el disfrute de otros lectores igual de apasionados.

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