lunes, mayo 31, 2010

Bastet: work in progress (2)

En vista de que no tengo ni idea de cuándo podré colgar un vídeo con el modelado terminado de mi D.E.F.A.A. (Diosa Egipcia Felina Antropomórfica Andrógina), a modo de teaser (jurl!) adelanto unos renders en absoluto definitivos (si no se ve más es porque lo que no se ve está en proceso de reformas... o sea, que no mola). Aún queda terminar el modelado en Max, luego unwrapear y texturizar, luego retocar en Z-Brush y luego, todavía, decidir si le pongo bermudas o camisa hawaiana... Se aceptan sugerencias :)

viernes, mayo 28, 2010

Tanto dolor para alguien tan joven

(…)
Now the kids are all standing with their arms folded tight
The kids are all standing with their arms folded tight
Now, some things are pure and some things are right
But the kids are still standing with their arms folded tight
I said some things are pure and some things are right
But the anekatips kids are still with their arms folded tight

So young, so young
So much pain for someone so young, well
I know it's heavy, I know it ain't light
But how you gonna lift it with your arms folded tight?
(…)


[Supongo que ya he declarado mi absoluta devoción por los dos discos de Arcade Fire en suficientes ocasiones como para que cualquiera comprenda la ilusión que me hace la salida de un tercero, anunciado hace apenas unas horas para el 2 de agosto. Ese día, contrariamente a lo que suelo hacer con prácticamente cualquier otro grupo (salvo Muse y Radiohead), pasaré gustoso por caja antes incluso de haber escuchado el disco en su totalidad (salvo filtración anticipada, claro, en cuyo caso no habré podido resistir la tentación… que me conozco). El primer adelanto del nuevo álbum es un single doble cara A que incluye los temas “The suburbs” y “Month of may” (parte de cuya letra podéis leer al principio de esta entrada). Ambos me han gustado mucho de primeras, pero supongo que serán las reescuchas (las mismas que elevaron “Funeral” y “Neon bible” hasta el infinito) las que me darán una medida aproximada de su calidad real. Ahora, a contar los días que faltan hasta el 2 de agosto.]

martes, mayo 25, 2010

Epitafio para una Isla

(ACTUALIZADO: Como viene siendo norma en este blog, este texto NO contiene spoilers. Majo que es uno, lo sé. Sin embargo, en los comentarios hemos empezado a tirar del hilo y al final he decidido ser el primero en levantar la liebre del destripe. Si alguien decide leerlos, que sea a sabiendas de que contienen información relevante sobre la season finale y, en general, la trama global de la serie. Advertidos estáis.)

...
..
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A estas alturas pudiera parecer que ya se ha dicho sobre “Lost” todo lo que se podía decir. Si escribo hoy esta entrada es porque habiendo mentado esta serie tantísimas veces en el Abismo, me parecía bastante apropiado (pese a que muchos no tengáis ganas de leer oooootra opinión más sobre el tema) darle una pequeña despedida, por larga que vaya a quedarme.


Escribía a cuento del último arco argumental de “100 Balas” que a veces lo fundamental no es el destino sino el viaje en sí mismo. Lo que uno ha visto y aprendido y disfrutado y sufrido y reído y llorado durante la travesía. Y con “Lost” yo me lo he pasado como un enano.

Ha habido episodios buenos, muy buenos y geniales. Ha habido otros flojillos y también alguno directamente malo (ay, “Across the sea”, ¡cuánto daño has hecho!). Ha habido muchísimas preguntas. Muchas no respondidas, otras mal respondidas y unas pocas respondidas de la más satisfactoria de las maneras. Ha habido personajes mejores y peores, pero casi todos ellos han estado a la altura de las circunstancias y es innegable que a la mayoría les he cogido muchísimo cariño.

Ha habido, sobre todo, aciertos formales. Por encima de todos ellos, un inteligentísimo e incluso innovador uso de los flashbacks y flashforwards (y luego esa cosa que se ha dado en llamar flashsideways cuya justificación me ha parecido pobre y bastante tramposa). Ha habido planos maravillosos, escenas intensísimas e interpretaciones competentes (para lo que nos tiene acostumbrados la televisión).


Ha habido convivencia. Seis años, para algunos, viviendo día a día con el “qué pasará ahora” y el “no pueden dejarme así”. Para mí han sido sólo cuatro, por cierto: empecé a ver “Lost” unos días antes de abrir este blog y me zampé las dos primeras temporadas en apenas un mes, para luego tener que esperar casi un año para poder hincarle el diente a la tercera.

Ha habido decepciones, sí. Escenas mal resueltas, diálogos innecesarios, explicaciones de última hora que daban un poco de vergüenza ajena.


Tal vez “Lost” no sea la mejor serie de televisión de la década (y sin el “tal vez”: “Los Soprano”, “The Wire” y “Six feet under” se imponen por derecho propio), pero sí ha sido la más importante. Desde un punto de vista social (con el uso de internet como principal herramienta de promoción, debate y retroalimentación), prácticamente nada había sacudido el mundillo catódico como esta producción de J.J. Abrams, Carlton Cuse y Damon Lindelof.

A “Lost” le han salido imitadoras de debajo de las piedras, pero ninguna ha calado. La mayoría han sido una maldita tomadura de pelo. “Lost” es difícil de imitar. Imposible, asumo (para desgracia de sus creadores y de la cadena que la emite), de sustituir.

¿Estuvo el final a la altura de las expectativas? No. Fue muy emotivo (terriblemente sentimental, diría) pero no logró ofrecer esa sensación de completitud que muchos aguardábamos. Quedan cientos de incógnitas sin respuesta y una nada disimulada infravaloración del espectador por parte de los guionistas, que han servido en un hermoso envoltorio una despedida bastante simple y muy poco original. Poco importa que se hayan esforzado en pretender una sensación de armonía circular en sus últimos minutos si toda la serie ha sido fatalmente asimétrica y descompensada (las tres primeras temporadas resultaron de una brillantez que las tres siguientes jamás lograron igualar).


Hay quien dice (lo he leído ya en internet decenas de veces) que lo importante siempre han sido los personajes y que los misterios no eran más que mcguffins sin mayor trascendencia. Y yo digo “ni de coña”. Si estábamos ahí semana tras semana, temporada tras temporada, pendientes del día de emisión en USA y de la publicación de los subtítulos en internet y de los foros que bullían con teorías y contrateorías era precisamente porque se nos había vendido una serie pensada y bien atada desde el principio, donde todas las cuestiones acabarían encontrando una respuesta (gustase ésta más o menos) y nada quedaría al azar.

Azar no sé, pero improvisación ha habido en cantidades industriales.

¿Que era difícil? Claro. ¿Que la inmensa mayoría de nosotros no habríamos sabido por dónde empezar? Ni lo dudo. Pero nos lo habían prometido. Ése era el encanto de “Lost”: la fe que muchos habíamos depositado en sus artífices.


¿Significa eso que me arrepiento de todo el tiempo invertido viendo, hablando de o pensando en esta serie? Ni por asomo. “Lost” me ha dado algunos de los mejores momentos de ocio y evasión en los últimos años, fue mi serie favorita durante (al menos) sus tres primeras temporadas y ha dejado para el recuerdo un buen puñado de personajes y momentos que dudo mucho que pueda olvidar mientras viva.

“Lost” aspiraba a un 13 y se quedó en un 8. Era mucho mejor de lo que acabó siendo, pero al menos fue más de lo que hace 7 años nadie habría soñado imaginar. No lo digo desde una óptica conformista. Ojalá hubiera llegado al 13. O al 11, al menos. Ahora que ya se ha terminado, quizás lo mejor sea pensar que tal vez un día alguien recoja todo lo bueno que “Lost” ha dado a la televisión y consiga reformularlo para ofrecer un producto aún mejor, que sanee sus errores y potencie sus virtudes, del mismo modo en que “Lost” es heredera de muchas otras historias que vinieron antes que ella. Así evoluciona el arte.

Pero no quiero firmar la que muy probablemente sea mi última entrada sobre “Lost” sin hacer una última alabanza: Michael Giacchino, eres un grande. Sin ti, la serie no hubiera sido ni la cuarta parte de lo que fue.

No habrá hoy minuto de silencio para “Lost”. Mucho mejor: 3’40’’ de “Life and death”.

Y ahora sí:

domingo, mayo 23, 2010

10 escenas (y una licencia alienígena) que combinan buen cine con música clásica

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10... +1

Dientes, mentiras y cintas de vídeo

Algunas películas se vuelven valiosas desde su mismo punto de partida. Si éste es original, arriesgado y provocador, es posible que luego el desarrollo no arribe al buen puerto deseado (también es posible que sí lo haga, claro), pero al menos se habrá disfrutado de una buena pregunta, una de ésas a las que siempre merece la pena hacer frente. Y las buenas preguntas escasean.


Viendo el triste panorama de la cartelera actual, plagada de adaptaciones oportunistas y remakes innecesarios, encontrarse en los cines con una película como “Canino” siempre es motivo de alegría. El film de Giorgos Lanthimos es una película especial, difícilmente recomendable. Carente de música extradiegética y con un ritmo considerablemente lento, desde luego no es una gran apuesta como cine de evasión. Su éxito (cualitativo) reside, como decía al principio, en su concepto más básico: ¿qué pasaría si toda nuestra educación estuviese basada en mentiras?


Una pareja de clase alta decide criar a sus tres hijos (un varón y dos mujeres) sin permitirles salir nunca, en sus treinta años de vida, del chalet en el que habitan. Desde su nacimiento les cuentan toda clase de sinsentidos para que teman lo que hay en el exterior. No saben lo que es un teléfono o un gato porque sus padres no se lo han contado y jamás han visto uno. No poseen nombre propio. Además, les enseñan palabras con su significado cambiado, con lo que “zombi” puede querer decir “pequeña flor amarilla” y “mar”, por ejemplo, “silla forrada de cuero”. Los aviones que cruzan el cielo sobre sus cabezas son juguetes que a veces caen en el jardín de su casa, perteneciendo a quien los encuentre primero. La única persona del mundo exterior que tiene acceso a su entorno es Cristina, una joven con la que el hermano puede satisfacer sus necesidades sexuales. Será ella la que, de forma involuntaria, ponga en marcha una cadena de acontecimientos que cambiarán inexorablemente esta deformada rutina familiar.


Con un planteamiento así, resulta difícil creer que “Canino” sea al mismo tiempo un turbador drama psicológico y una surrealista comedia negra. Pero lo es. El espectador puede pasar de la risa al sobresalto de un plano al siguiente, consiguiendo el film mantener una tensión constante a lo largo de 90 minutos de metraje en los que uno es incapaz de imaginar qué será lo que venga a continuación. Un reproductor de cintas VHS puede ser motivo de comicidad o de terror dependiendo de cómo se formule su presencia en pantalla.

Si todo funciona, más allá de lo calculado del guión, es gracias a que los actores resultan sumamente convincentes en sus respectivos roles y al acabado visual conseguido con imagen digital y cámara en mano que acrecienta el verismo de lo visionado.


Se pueden formular múltiples reflexiones a partir del discurso propuesto en “Canino”. Desde una relectura del mito platónico de la caverna (el ser humano que vive un mundo falso, sombra proyectada de otro real) o del pasaje bíblico del Jardín del Edén (los hombres sometidos a la voluntad de un Dios que no desea que coman del árbol del conocimiento y cómo ellos, por intromisión de la mujer pecadora, rompen con ese status quo), hasta una perspectiva política (las mentiras que nos cuentan nuestros líderes para mantenernos dóciles y sin herramientas para plantear objeciones a sus designios) o una simple interpretación de una crónica de sucesos (a todos aquellos que fuimos juntos a verla nos vino simultáneamente a la cabeza el escabroso caso del monstruo de Amstettem y otros similares). Es decir: “Canino” contiene mucha chicha.

Comentaba al principio que desde un concepto inicial arriesgado y provocador tal vez no se llegue a una resolución satisfactoria. Si en un primer momento el final de “Canino” me dejó algo descolocado, confieso que con el paso de los días la cinta ha ido ganando (y mucho) en el recuerdo, y asumo que explicar más hubiera devenido en error innecesario. La cinta está bien como está. Plantea buenas preguntas y deja que nosotros busquemos la respuesta. Provoca un amplio abanico de sensaciones en el espectador y deja poderosas instantáneas indeleblemente grabadas en la memoria. Y además es oscuramente graciosa.


Si una película nos ofrece todo eso, ¿realmente necesitamos pedirle más?

martes, mayo 18, 2010

La pasión (crepusculera) según San Matthew (Bellamy)

Vaya por delante que no he leído ninguno de los libros de la saga "Crepúsculo" que tanto éxito está cosechando entre las legiones de adolescentes (y no tan adolescentes) de medio mundo. Tampoco he visto ninguna de las dos películas estrenadas en cines.

Ni falta que hace.

Lo que no puede negarse es el esfuerzo que los responsables de las adaptaciones están haciendo para que las bandas sonoras de las mismas contengan algunos de los nombres más destacados del panorama indie rock actual. Gente como Thom Yorke, The Killers, Bon Iver, Grizzly Bear o Death Cab for Cutie ya han pasado por el aro. Algunos con mejores resultados que otros, todo sea dicho.


Dentro de unas semanas se estrenará la tercera cinta de la franquicia, "Eclipse", y Muse contribuirá a su banda sonora por tercera vez en lo que llevamos de saga. La primera fue con "Supermassive black hole", tema extraído de su cuarto álbum "Black Holes and Revelations". La segunda, con una remezcla bastante abominable del "I belong to you" de "The Resistance" (sin la parte de la ópera "Sansón y Dalilah" conocida como "Mon coeur s'ouvre à ta voix"). Ahora, y he aquí la novedad, lo hacen con un single inédito que se hizo público hace unas horas y que responde al nombre de "Neutron star collision (Love is forever)".

Lo primero que me vino a la cabeza al escucharlo es que éste era un descarte de "The Resistance". Lo segundo, que huele a Queen por todos lados (pero no a los mejores Queen, sino a los de "I was born to love you"). Lo tercero, que en el minuto 1'10'' aparecen unos ecos de los Limahl de "The neverending story" que me golpean el vientre con inesperada violencia.

Al final, resulta que "Neutron star collision (Love is forever)" no es una mala canción pero, desde luego, está muy lejos de ser un single de Muse en condiciones. Si además tenemos en cuenta que las caras B de los singles editados hasta ahora (y no creo que haya más) de "The Resistance" han sido auténticos cagarros mientras que esta algo anodina canción y esa otra (algo mejor) llamada "Soaked" han sido publicadas de forma paralela, se confirman mis sospechas de que el trío de Teignmouth ha descuidado terriblemente el formato single de su último álbum hasta la fecha. Y eso que hasta ahora habían firmado algunas caras B fabulosas con las que se podría sacar un recopilatorio la mar de majo...

Si sus detractores ya se contaban por mareas (más o menos lo mismo que sus más acérrimos defensores), este último movimiento llevado a cabo por Muse no hará sino polarizar aún más las discusiones musicales que su sola mención parece traer siempre asociadas. Yo, esta vez, me decanto por aquéllos que opinan que se les ha visto el plumero y que todo esto no es más que una maniobra comercial para aumentar su mercado a costa de renunciar a objetivos más elevados.

(Por cierto: qué obsesión con añadir textos entre paréntesis ha desarrollado el amigo Bellamy, ¿no? Cada día me imita más descaradamente...)

sábado, mayo 15, 2010

Un verso de tu mala poesía

“(…)
And love is a murderer , love is a murderer
But if she calls you tonight
Everything is all right
Yeah, we know
And love is a curse shoved in a hearse
Love is an open book to a verse of your bad poetry
And this is coming from me

But I can change, I can change, I can change, I can change
I can change, I can change, I can change
If it helps you fall in love

Turn on the light make it easy for me
Fill the divide fumble in the kitchen
til it's right
What an awful sight

But there's love in your eyes
Love in your eyes , love in your eyes
But maybe that's just what your lover finds
All night!
(…)”


[Benditas filtraciones. Aunque sale oficialmente a la venta el próximo lunes, servidor ya lleva una semana procesando el nuevo álbum de LCD Soundsystem, “This is happening”. Álbum que, según declaraciones del cerebro y corazón del grupo, James Murphy, bien podría ser el último de la formación. Sin ser un gran apasionado de los dos discos precedentes (uno homónimo y otro titulado “Sound of Silver” que tan buena acogida tuvo en el momento de su publicación), reconozco que con “This is happening” he tenido un flechazo. Igual es porque arranca de forma inmejorable con ese “Dance yrself clean” que se inicia con ritmos de percusión alla David Byrne para luego lanzarse de cabeza al terreno del eclecticismo de duros contornos electrónicos. Igual, también, porque contiene gitazos como “Drunk girls” (donde me asalta la imagen de un David Bowie ochentero al más puro estilo “Let’s dance”), “All I want” (donde seguimos con Bowie, esta vez el de “Heroes”) o la irónica “You wanted a hit”, que es todo aquello a lo que su letra parece querer renunciar. Mi favorita, no obstante, es por el momento “I can change” (ahí arriba tenéis algunos de sus versos), una declaración de sufrido amor (“…el amor es un asesino, pero si ella te llama esta noche todo irá bien…”) que sabe ser sincera y emotiva sin dejar de sonar a divertido y algo frívolo electro-pop. Un win en toda regla.]

Videoclips violentos

Uno viene de aquí. Otro (muy desagradable, advertidos estáis), de más allá.

El segundo, por cierto, lo firma el mismo tipo (Romain Gavras, hijo de Costa-Gavras) que hace un tiempo dirigió éste otro.

El Abismo y la Belleza (2)

"(...)
Beauty is truth, truth beauty, -that is all
Ye know on earth, and all ye need to know"

(John Keats, "Ode on a Grecian Urn". Una traducción de Julio Cortázar del poema al completo, además del propio poema en su idioma original, aquí)

¡Fantástico, Sr. Anderson!

Supongo que con el realizador Wes Anderson no existe el término medio. Tras cinco peculiares películas (“Ladrón que roba a un ladrón”, “Academia Rushmore”, “Los Tenenbaums”, “Life Aquatic” y “Viaje a Darjeeling”), debería estar bastante claro para el espectador si le compensa entrar o no, una vez más, en su juego. Si no te gusta su particular sentido del humor, su obsesión por los traumas familiares y su selección musical de éxitos pop de los 60 y 70 para acompañar lo que sea (tanto da una persecución como una escena romántica, todo se puede sazonar con una buena canción de The Kinks), a estas alturas no tiene sentido que venga yo y recomiende imperativamente su última película hasta la fecha, la cinta de animación stop-motion “Fantastic Mr. Fox”. Porque en el mundo interior de Anderson se entra o no se entra, y no voy a ser yo quien sugiera que una opción es más legítima que la otra.


Ahora bien, a mí su cine me mola. Su concepción del plano, de la narración, de los diálogos, sus infinitos recursos visuales, su predilección para caer directamente en lo kitsch y sacarle todo el partido posible, su ironía y cinismo, su voluntad de hacer algo diferente, su buena sintonía con Bill Murray, Owen Wilson, Jason-cara-de-perro-triste-Schwartzman y Anjelica Huston. Si hay un director norteamericano actual que sea realmente un autor (en el sentido más estricto de la palabra) y que haga exactamente lo que le sale de las narices, ése es, para bien o para mal, Wes Anderson.


Lo demuestra de nuevo con esta adaptación de un cuento de Roald Dahl plagada de personajes únicos y con entidad propia que escapan del cliché y resultan estar más emparentados con los protagonistas de una serie de Matt Groening que con los tópicos del cine familiar pensado para hacer caja. “Fantastic Mr. Fox” no sólo no es una película destinada al público infantil, sino que sospecho que aburrirá a más de uno de esos niños criados con los epilépticos colores de la serie “Pokemon” y el ritmo frenético de los videojuegos de la Wii o la PlayStation. Su humor está basado en el absurdo, en la réplica inesperada en el diálogo y en los gags visuales de ritmo medido (algo, por otro lado, dificilísimo de planificar). Si funciona, si servidor se ha pasado casi hora y media de proyección sonriendo como un idiota (y soltando alguna esporádica carcajada), es porque Anderson sabe lo que se hace. Aunque lo que hace no vaya a gustarle a todo el mundo.

Con todo, diría que ésta es su película más asequible para el público que aún no conozca la obra del realizador. Se trata, de principio a fin, de un divertimento que no pretende más de lo que finalmente da: que uno se lo pase bien.


Contribuyen a tal fin un excelente casting de voces encabezado por George Clooney y Meryl Streep (qué voz tan bonita tiene esta mujer, prometo no volver a ver una peli suya doblada; en la medida de lo posible, claro), secundados por unos no menos acertados Michael Gambon, Willem Dafoe (que interpreta a uno de los personajes más divertidos del cotarro, Rata) o los sempiternos y ya mentados Bill Murray, Jason Schwartzman y Owen Wilson.

La música vuelve a ser parte importante del buen resultado final gracias a una recopilación de clásicos a cargo de los Beach Boys o los Rolling Stones, a una escena musical interpretada por una versión animada de Jarvis Cocker y a unos inspirados temas instrumentales obra de Alexandre Desplat que van del tono marcadamente cómico al cine de grandes robos pasando por el spaghetti western con desparpajo y sentido del humor.


No obstante, “Fantastic Mr. Fox” tampoco es una película perfecta. Si por un lado podemos perdonarle, debido a su condición de película pequeña, la modestia técnica de su animación (a años luz de lo conseguido en otra cintas de stop-motion como “La novia cadáver” o la sublime “Los mundos de Coraline”), por el otro es inevitable señalar un pequeño bache de ritmo a mitad de metraje que suaviza el entusiasmo del espectador y condiciona unos cuantos minutos de indiferencia. Por suerte eso se soluciona en el tramo final con unas cuantas escenas descacharrantes (la del lobo, en concreto, me ha parecido magnífica en su ridiculez) y la bendita sensación de que en ningún momento nadie se ha planteado ofrecernos algo remotamente parecido a una lectura moralista de lo narrado. Lo cual, en los tiempos que corren, es un mérito a tener muy en cuenta.


Podría concluir, entonces, diciendo que “Fantastic Mr. Fox” es una propuesta cinematográfica interesantísima que no defraudará a quien busque un rato de evasión y buen rollo, pero probablemente eso no sería cierto para todo el mundo. A quienes gusten del cine de Anderson, no obstante, les encantará. Como me ha pasado a mí.

lunes, mayo 10, 2010

Reel #1

Nueva entrega de mis asuntos tridimensionales para el máster de animación que estoy cursando actualmente. En esta ocasión se trata de un ejercicio de reciclaje (dos de los tres trabajos que se pueden ver en este vídeo ya habían asomado el jeto en el blog mientras que el tercero no es más que una variación con movimiento de cámara y algo de postproducción de otro ya conocido) para dar forma a la primera demo reel del curso.

Los programas utilizados fueron 3ds Max, Photoshop, Nuke y Premiere.

La idea era hacer un pequeño resumen con nuestros trabajos más potables en lo que llevamos de curso así que he preferido quedarme con los tres que menos me disgustaban y no saturar estos 45 segundos con cosas que jamás deberían haber visto la luz. Tiene, por supuesto, errores infinitos elevados al cubo (y también cosas que no fui capaz de conseguir y que supongo que sólo yo echaré en falta), pero por suerte el audio que lo acompaña es de esos que levantan el nivel de cualquier cosa por floja que sea (dos palabras: “There there”). De todos modos, de todo lo que no os convenza siempre le podemos echar la culpa a la lamentable compresión de YouTube y aquí no ha pasado nada, jeje… Podéis ver la reel pinchando sobre el título con tipografía de "Blade Runner".


Además conseguí entregar en la fecha señalada por lo que me vais a permitir que me auto-dedique un stage clear, ¿vale?

¡Dadme mis alas!

“(…)
High is the way, but all eyes are upon the ground.
You were the light and the way they’ll only read about.
I only pray, Heaven knows when to lift you out.
Ten thousand days in the fire is long enough;
You’re going home.

You’re the only one who can hold your head up high,
Shake your fists at the gates saying:
I’ve come home now!
Fetch me the spirit, the son and the father.
Tell them their pillar of faith has ascended.
It’s time now!
My time now!
Give me my, give me my wings!
(…)”


[Cuanta más música descubro, más cuenta me doy de lo imperdonables que son algunas de mis lagunas. Sí, ya sé que nadie está obligado a conocer a todos los grupos que han publicado disco (básicamente porque eso se antoja imposible desde todo punto de vista). La música es algo para disfrutar, no una imposición. Pero en el caso de Tool uno podría llegar a pensar que nos encontramos ante una asignatura de inexcusable cumplimiento. No soy un gran entendido en metal. Me sacas de los grupos míticos de los 70 y 80 (algunos de los cuales no soporto, por cierto) y se me acaban rápidamente los recursos. Por suerte, ahora mismo en Hipersónica se está serializando una lista de los mejores álbumes del género en los últimos diez años que puede traer consigo muchísimas alegrías; y hace apenas unos días terminó una iniciativa similar en el blog Furia contra la máquina (que bueno, no era una lista exclusivamente metalera, pero por aquellos lares ése es el estilo que más se lleva). Uno de los nombres que más se repetía en todas las quinielas, preferencias y tertulias al respecto era el de Tool, despertando inevitablemente mi curiosidad. Por casualidad, hace nada descubrí (de nuevo gracias a Hipersónica) una espectacular versión de “Lateralus”, uno de los temas más emblemáticos de la banda, a cargo de una formación de músicos de koto japonés (y tanto me gustó que en su día le dediqué una entrada y todo). El resto vino rodado: me hice con el álbum “Lateralus” y lo escuché incansablemente durante días. Luego le tocó el turno a “10.000 days”, a cuyo tema homónimo pertenecen los versos de ahí arriba. Aún no he escuchado los otros discos de estudio de la banda (aunque ya los tengo a buen recaudo, esperando el momento de entrarles al trapo), pero está claro que sólo con estos dos álbumes Tool ya se ha convertido en uno de los grupos más alucinantes que he escuchado en mucho tiempo. Sé que, en lo que respecta a este blog, tiendo a sobredimensionar mis descubrimientos musicales. Que digo de todo que es la bomba y la polla en verso y que patatín y patatán. Y así, claro, se hace cada vez más difícil tomarse en serio mis recomendaciones. Así que, si sólo vais a concederme el beneficio de la duda una vez, espero, por vuestro propio bien, que sea ésta. Porque las composiciones de Tool suenan a música de las esferas.]

domingo, mayo 09, 2010

Primeras lecturas saloneras

Publicadas por fin las novedades asociadas al Salón del Comic de Barcelona, en primer lugar debo reconocer que me he llevado una decepción respecto a la decisión de varias editoriales de apostar por formatos desnaturalizados para la salida al mercado de alguno de sus títulos estrella. Así, las reducciones de tamaño de “Ranx” por parte de La Cúpula, “Frank Cappa” por Glénat y “Las aventuras de Adele Blanc-Séc” por Norma me han disuadido de hacerme inmediatamente con ellos. Es muy posible que finalmente descarte los tres, porque no me hace ninguna ilusión pagar 4.000 de las antiguas pesetas (por cada uno, ojo) por una supuesta edición de lujo que parece más bien la obra de una tribu de jíbaros. Vistas ediciones anteriores de títulos tan o más importantes por parte de las mismas editoriales (me vienen a la mente las estupendas reproducciones del “Génesis” de Crumb, el “Peter Pan” de Loisel o la primera versión del integral de “El Incal”, la segunda con coloreado digital apesta) me pregunto (y creo que no ando desencaminado) si el auge del formato “novela gráfica” y la (bendita) popularización del tebeo como vehículo cultural de reconocida validez no estarán provocando que las editoriales metan la pata mucho más de lo deseado en el aspecto puramente técnico del proceso editorial. De los masivos e incomprensibles ómnibus de “Los perdedores” y “Predicador” mejor ni hablar (sobre todo porque servidor ya tiene estas obras en ediciones mucho más manejables a las que no tiene intención de sustituir).

Al menos “Alta sociedad”, el esperadísimo primer volumen de la edición española de “Cerebus”, se ha editado en buenas condiciones y a un precio francamente competitivo. A la espera de disponer del tiempo suficiente como para darle una lectura profunda con la tranquilidad y sosiego que seguramente merece, me dispongo aquí a reseñar tres de mis primeras lecturas saloneras (y otro día, si eso, más):


Los Muertos Vivientes #10: en lo que nos hemos convertido


“Must have” donde los haya, “Los muertos vivientes” es una de esas series cuyo nuevo ejemplar servidor se pilla sí o sí el día en que sale a la calle. ¿Por qué? Porque la espera desde que se ha leído el volumen anterior ya ha sido suficientemente dolorosa como para poder aguantar 24 horas más. ¿Suena demencial, decís? ¿Que un hombre hecho y derecho (no lo digo por mí, pero seguro que alguno hay) pueda tener semejante mono de una obra de ficción como para dejar lo que sea que esté haciendo y lanzarse a por el tomo de turno en el mismo momento en que se pone a la venta? Lo es. “Los muertos vivientes” genera una adicción demencial. Y, por suerte, ésta siempre se ve recompensada por una nueva dosis que, si bien sabe a poco, nunca decepciona. Nunca. Es increíble que, después de tantas páginas ya publicadas, los guiones de Robert Kirkman no sólo no se resientan en absoluto, sino que afiancen como pocas veces se ha visto en una serie de tan largo recorrido la personalidad de sus protagonistas y el mal rollo general del contexto en que se desarrollan sus vidas. Que, por si no habéis estado muy atentos al panorama comiquero del último lustro, se trata de un apocalipsis zombi en toda regla, de esos que tanto gustan a George A. Romero, Zack Snyder y la corporación Umbrella. Este décimo recopilatorio (que reúne los números 55 al 60 de la serie americana) indaga, al igual que el anterior, en cómo las decisiones tomadas por los supervivientes al holocausto y las repercusiones que éstas han traído consigo han transformado su concepto de sí mismos hasta convertirlos en seres totalmente irreconocibles. Y qué bien lo escribe Kirkman, madre mía. Qué diálogos, qué sentido del ritmo. Y del horror. Y qué bien (cada vez mejor, aproximándose por momentos al trazo del Sean Phillips más inspirado) lo plasma Charlie Adlard en viñetas. Sin estridencias, sin arranques de delirio narrativo, haciéndolo fácil. ¿La mejor serie regular que se publica hoy en día? Dejadme que lo piense… Ya está. Sí. (Lo siento, Caballo terco, los zombis te han dejado en segundo lugar).


The Umbrella Academy: Dallas


Tras una primera miniserie sorprendentemente satisfactoria (digo sorprendentemente porque uno no se esperaba absolutamente nada de un comic escrito por el cantante de My Chemical Romance), nos llega ahora, de nuevo de la mano de Norma Editorial aunque esta vez en un formato mucho más apropiado (recopilatorio de seis números con sus portadas originales y todo), la segunda aventura de los misteriosos niños con poderes (mal)educados por el ¿filántropo alienígena? Reginald Hargreeves. Tenemos otra vez ese deja vu que recuerda inevitablemente al trabajo de Grant Morrison (a los guiones) y Mike Mignola (a los lápices), pero el conjunto mejora bastante las sensaciones dejadas por la anterior entrega, consiguiendo una frescura en el argumento y las relaciones entre personajes que por aquel entonces se echaba algo de menos. Todo encaja mejor y se lee con mayor entusiasmo en este segundo arco argumental de “The Umbrella Academy”, que se reserva un par de alocados giros de guión que, si bien no lo convertirán de la noche a la mañana en el tebeo de tu vida, posiblemente te dejen con ganas de que salga cuanto antes el próximo episodio de las vidas de estos extraños huérfanos con graves problemas psiquiátricos. Y Hazel y Cha-Cha, un puntazo.


La Liga de los Extraordinarios Caballeros. Century: 1910



Los seguidores de Alan Moore (que me consta que somos legión) no habíamos tenido nada nuevo suyo que llevarnos a las retinas desde la aparición de su muy personal “Lost Girls” (tebeo de esos que, como él mismo dice, “hacen bola”), por lo que la publicación de un nuevo volumen de sus extraordinarios caballeros victorianos era en sí misma un motivo de alegría. Porque el bardo de Northampton no falla (bueno, escribió “Violator vs. Badrock”, pero ya me entendéis) y vuelve a regalarnos uno de sus famosos “batiboore” literarios, incluyendo esta vez referencias (divertidísimas, repletas de frescura y descaro) a obras de W. Hope Hodgson, Virginia Woolf (¡qué Orlando más delicioso!), E.W. Hornung, W. Somerset Maugham, Bertholt Brecht o algunas más recientes como Iain Sinclair y su Prisionero de Londres. Y muchas más que habrá que rastrear en internet, porque la cultura literaria y, sobre todo, la capacidad de realizar las asociaciones más extravagantes para enriquecer la mitología del tebeo que aquí despliega Moore no tienen parangón (Warren Ellis se está esforzando mucho por conseguirlo en “Planetary”, es cierto). Todo esto no entorpece en absoluto el ritmo del relato, excelentemente ilustrado y narrado por un Kevin O’Neill en continua búsqueda del refinamiento último de su estilo, y que aquí hace nuevamente un trabajo sobresaliente. Poco más se puede decir de un comic que comparte con sus entregas precedentes la clase, el carisma, la inteligencia en los diálogos y la capacidad de entretenimiento puro y duro que muy pocos autores del tebeo mainstream son capaces de transmitir. Pero es que Moore juega en otra liga. Qué cojones, juega a otro deporte.

El extraño caso del doctor Rufus y míster Wainwright

El pasado miércoles día 5 de mayo pude por fin presenciar uno de los directos que más ganas tenía de ver desde hacía años. Ocurrió en el Teatro Circo Price de Madrid y tuvo como protagonista absoluto al mesías gay (no lo digo yo, es el título de una de sus canciones) Rufus Wainwright, uno de los compositores, cantantes y pianistas de la música pop más destacados de los últimos tiempos. Si no sabéis de lo que hablo, echadle una escucha a su álbum “Want One”, un imprescindible de la década 2k.


Parte de las ganas que le tenía al espectáculo de Rufus provenían de la imposibilidad de verlo un par de años atrás, cuando actuó en la ciudad donde yo vivía por aquel entonces, Santiago de Compostela. Ya sabéis cómo es esto de las espinitas clavadas y del gustazo que da poder quitárselas finalmente (algún día, Radiohead, algún día…)

La primera de las sorpresas de la noche provino de unos carteles bien visibles en el interior del recinto del teatro en los que se especificaba que, por voluntad expresa del artista, la actuación tendría lugar en dos partes (con un intermedio entre ambas), en la primera de las cuales se rogaba no aplaudir hasta su finalización. Nunca me han gustado los divismos, pero se ve que de eso Rufus va bien servido.

Así pues, el músico entró por primera vez en escena ataviado con una extravagante (y larguísima) capa, en un entorno rebosante de silencio (bueno, no tanto, mucho espectador impuntual llegaba tarde, rompiendo el clima de misterio que se supone pretendía generarse), sin mediar palabra con el público y caminando lánguidamente, cual deprimido personaje de Bergman, hacia el negro piano de cola que reposaba en soledad en medio del escenario. Comenzó entonces una críptica proyección cinematográfica protagonizada por ojos en continuo abrirse y cerrarse sobre la pantalla del fondo, al tiempo que Rufus tocaba las primeras notas del repaso total que durante 50 minutos daría a su último disco de estudio, “All Days Are Nights: Songs for Lulu”.


Fue una primera parte de concierto gélida, sin interrupciones de ningún tipo, en la que Wainwright interpretó, por riguroso orden y de principio a fin, todas las canciones del mentado álbum. Un álbum, por cierto, mucho más académico y de por sí frío que el resto de su discografía. Por supuesto, su virtuoso dominio del instrumento y su sobrenatural don para el trabajo vocal (no exagero si digo que la suya es la voz más cálida, tierna y capacitada para el canto que he escuchado nunca en directo) lograron que la contenida ovación final resultase unánime y atronadora.

Pero aquél no era el Rufus que yo había ido a ver. Era un talentoso músico de conservatorio interpretando su canto del cisne personal (o al menos lo que él cree que lo es), dejando al público con obvias ganas de más (pero no de lo mismo, sino de lo otro que sabemos que Wainwright puede ofrecer).

Todo eso cambió después del intermedio. Rufus regresó vestido con ropa de calle, hablador como pocos e irresistiblemente simpático (se quedó a gusto contando chistes y anécdotas de anteriores giras). Con entrañable falsa modestia (el tipo sabe lo bueno que es, no hay duda), arremetió contra los temas de sus discos anteriores, aquellos que realmente queríamos escuchar los allí congregados. Firmó grandes versiones de “The art teacher” o “Cigarettes and chocolate milk” (para mí, la mejor de la noche), pero se dejó tantas imprescindibles en el tintero (precisamente porque había invertido demasiado tiempo en esa primera parte dedicada exclusivamente a su último trabajo) que me resulta inevitable valorar el recital como una ligera decepción. No porque el músico no estuviese acertado en sus interpretaciones (vaya si lo estuvo, de matrícula de honor), sino porque servidor se volvió a casa sin la satisfacción de haber disfrutado en vivo y en directo de “The one you love”, “14th street”, “Hallelujah”, “Release the stars” o “Little sister”.


Un poco tristón, vamos.

viernes, mayo 07, 2010

Bacon

Esta mañana me ocurrió algo curioso.

Sucedió justo después de salir del gimnasio, en el supermercado donde suelo comprar habitualmente (un Día minúsculo y con el espacio pésimamente distribuido donde hacer la compra con carrito se parece demasiado a una fase de Tetris). Servidor llevaba unos 23 ó 24 euros en la cartera pero sólo necesitaba un blíster de carne picada para hacerse unos spaggettis a la boloñesa (boloñesa triste, no de esa tan rica que hace poco alguien me enseñó a hacer). El resto del dinero pensaba gastármelo en alguna de las novedades comiqueras recién salidas de imprenta a cuento del Salón del Comic que estos días se está celebrando en Barcelona.

El caso es que estaba en la sección de carnes y embutidos cogiendo el último ingrediente de mi comida cuando me fijé en un tipo que estaba metiéndose paquetes de bacon debajo del jersey. Estaba claramente nervioso, vigilando que nadie se percatase de su hurto. Sus ropas estaban hechas una pena (por encima del jersey llevaba una de esas largas gabardinas de color gris indefinido), su piel estaba ennegrecida por el sol y su pelo hacía semanas (o tal vez meses) que no recibía un lavado. No podría decir con certeza qué edad tendría. Entre 30 y 50, quién sabe. Desgraciadamente, seguro que habréis visto a un millar de personas que encajan con esta descripción así que no hará falta que concrete mucho más.

El hombre, como decía, estaba robando bacon. Cinco o seis paquetes, como mínimo, y creo que también algo de jamón serrano.

Durante un segundo me pregunté qué debía hacer yo a continuación. Si es que debía hacer algo, claro. Luego cogí mi carne picada y me dirigí a la caja para pagar, largarme de allí y decidir si prefería comprarme el nuevo tomo de “The Umbrella Academy” o ese álbum tan prometedor titulado “Blast” que acaba de publicar Norma Editorial. Sé lo que estáis pensando, porque yo también lo pensé: soy un gilipollas. Con esa típica actitud occidental de mirar a otro lado cuando la desgracia ajena se presenta ante nuestras narices. Lo hacen nuestros gobiernos, lo hacen nuestros empresarios, lo hacemos todos constantemente. Ser egoístas. Pensar “eso no tiene nada que ver conmigo”.

Así que me sentí mal. Lo suficiente como para dar media vuelta y ponerle una mano en el hombro. Él se giró asustado, pensando tal vez que yo era uno de los vigilantes de seguridad. “No lo hagas”, le dije, “si quieres yo te compro algo.”

(Parece que os lo estoy contando para quedar bien, ¿verdad? Pues no. En serio. Recordad que hablar con él fue mi segunda opción. La primera pasaba por hacerme el sueco y de ahí a quince minutos estar tumbado en cama disfrutando de los estupendos dibujos de Gabriel Bá o Manu Larcenet. Además, luego comprenderéis que esta historia no tiene nada que ver conmigo. Con si hice o no lo correcto y bla bla bla. Últimamente no soy mucho de hacer lo correcto. Ojalá lo fuera más.)

Lo realmente importante es lo que viene a continuación.

Cuando el tipo comprendió que yo no iba a delatarlo, que sólo me estaba ofreciendo a pagarle algo de comida, me miró a los ojos muy serio y me dijo: “no”. Yo insistí: “te vas a meter en un problema, tío. ¿Estás seguro?”. Y de nuevo, con su acento procedente de cualquier punto de esa línea meridiana que va de Minsk a Skopje, me habló: “sí”. Resignado, lo dejé a su aire en la sección de carnes y embutidos y me dirigí nuevamente a la caja para pagar mi adquisición.

Mientras esperaba en la cola, antes de que llegase mi turno, lo vi salir corriendo del supermercado, con la comida cayéndosele por debajo del jersey y varios empleados del Día persiguiéndolo, agarrándole de la ropa, haciendo lo imposible para que no llegase a la salida del local. Allí lo intentó placar el tipo que pide limosna a cambio de mantenerte la puerta abierta cuando sales cargado de bolsas; un negro joven y fuerte que sonríe con más vitalidad y aprieta la mano con más firmeza que mucha gente supuestamente feliz y "respetable" que conozco. Al final, el ladrón consiguió huir dejando un reguero de envases de bacon Oscar Mayer calle arriba que fueron recogidos por un par de empleadas del súper. Éstas regresaban sonriendo satisfechas, supongo que porque el tipo se había ido con las manos vacías y en el mundo se había hecho justicia una vez más.

Pagué lo mío, le dejé unas monedas de la vuelta al tipo que aguanta la puerta y me dirigí a Generación X (la tienda de tebeos más cercana) pensando si el frustrado ladrón comería hoy o no. Y, sobre todo, por qué demonios no había aceptado mi oferta. Por qué había preferido hacer las cosas por las malas antes que dejar que un desconocido le ayudase.

Luego me compré el tomo de “The Umbrella Academy” y el número 1 de “La noche más oscura”. 19,95 euros, en total. Pero ya os hablaré de eso otro día.

miércoles, mayo 05, 2010

Relámpago y locura

Quiero ser el dueño de mi vida. Quiero sentirme orgulloso de ser humano. Quiero mirarme al espejo y saber que soy el mejor yo posible en un millón de universos paralelos a la redonda. Quiero vivir por encima de convenciones. Quiero ver más allá de las apariencias. Quiero sentirme tan bueno como cualquiera. O mejor. Quiero la mochila llena de polvo y mierda y recuerdos del camino. Quiero un aro por el Cabo de Hornos. Quiero un amanecer sucio en Amsterdam y una puesta de sol inmaculada en Finisterre. Quiero noches de insomnio que pueda recordar con orgullo, no como ésta. Quiero grabar en piedra mis principios y no romperlos por nada ni por nadie. Quiero reír como un bebé que aún no sabe hablar pero ya tiene ganas de ser feliz. No quiero llorar si no es tormentas. Quiero hablar con lengua de fuego y no decir más que la verdad. Quiero bailar desnudo bajo la lluvia como el primer hombre que pisó la Tierra. Quiero correr y nadar y sentir que la naturaleza fue creada para mi disfrute. Quiero viajar a pie, sin prisas. Quiero un amor sin peajes ni cadenas, más allá de razones, de fachadas, de contratos y estrategias. Quiero un cuerpo caliente sobre la arena y las estrellas sobre nuestras cabezas. Quiero un latido compartido y su sudor y su saliva en mi lengua. Quiero ir a la guerra y terminarla para siempre. Quiero matar a todos los dioses y prenderle fuego a sus palacios. Quiero hacer lo correcto aunque sea un suicidio. Quiero morir y resucitar siendo yo mismo pero sin miedo. No quiero ser feliz si eso significa rendirse. No quiero perdurar sino trascender. Quiero ser el abismo que te devuelve la mirada. Quiero ser el relámpago. Quiero ser la locura.

Disfrutar con los tebeos

Qué gracia me hace, dadas las circunstancias, que sea precisamente Paco Roca quien haya dibujado estas tiras para un folleto de la FNAC. No podría estar más de acuerdo (ni sentirme más representado) con todo lo que dice, claro... También es curioso que el escenario retratado se parezca tantísimo a la remodelada sección de tebeos de la FNAC de Callao (¡si hasta el "ACME Novelty Library" está en la misma estantería donde servidor lo hojeó por última vez!).

lunes, mayo 03, 2010

Misterio para soñar

“(…)
Abre la puerta, niña
Que el día va a comenzar
Se marchan todos los sueños
Qué pena da despertar
Por la mañana amanece
La vida y una ilusión
Deseos que se retuercen
Muy dentro del corazón

Soñaba que te quería
Soñaba que era verdad
Que los luceros tenían
Misterio para soñar
Hay una fuente, niña
Que la llaman del amor
Donde bailan los luceros
Y la luna con el sol

Abre la puerta niña
Y dale paso al amor
Mira qué destello tiene
Esa nube con el sol
(…)”


[Qué ignorante se siente uno cuando descubre cosas como el álbum “El patio” de Triana. Ignorante por todas esas veces en que desdeña el pasado musical de su propio país en favor de grupos que a priori parecen más molones (porque tienen nombre anglófono y por estos lares lo que suena a foráneo siempre se ha vendido mejor que lo nacional) cuando, en el mismo momento histórico, aquí había gente que hacía cosas igual de bien. O mejor. No ha sido hasta ahora, habiendo conocido su música de primera mano (y de casualidad, como ya viene siendo costumbre), que he podido comprobar lo grandes que eran estos tíos. Fusión de flamenco con rock progresivo, hacían, y a un nivel que nada tiene que envidiar a muchos de los popes británicos y estadounidenses del rock de los 70. Eran de aquí al lado, de Sevilla, y servidor nunca les había prestado atención por culpa de esa cosa tan mala (y tan inútil) llamada “prejuicios”. Pero bien está lo que bien acaba. Como el tema con que arranca el disco, titulado “Abre la puerta”, que tiene un tramo final de quitarse el sombrero.]

Camp metálico de diversión masiva

Como se puede comprobar echando un rápido vistazo tanto a la cartelera como a los inminentes estrenos cinematográficos, la primavera marca el inicio de la época anual de blockbusters (que se extenderá hasta el final del verano, más o menos) y que en el presente 2010 tuvo un arranque absolutamente decepcionante con el execrable remake de “Furia de titanes”. No obstante, muchos teníamos en mente que, más allá de la incursión de Tim Burton en el País de las Maravillas, uno de los platos fuertes de la temporada sería la secuela de “Iron Man” a cargo (de nuevo) de Jon Favreau.


Decía en aquella entrada que dediqué a la primera entrega de la saga en el momento de su estreno que “Iron Man” tenía tres grandes virtudes: casting, desenfado y fidelidad respecto al original tebéistico. La secuela reincide en estos aciertos y, si bien no mejora el nivel de calidad esgrimido en el film precedente, tampoco lo empaña en absoluto.


Tenemos de nuevo a Robert Downey Jr. comiéndose la pantalla con su composición de Tony Stark, una suerte de cruce entre Howard Hughes, Steve Jobs y Paris Hilton que disfruta frívolamente de su super-heroica celebridad, acompañado esta vez por dos interesantes villanos encarnados por Mickey Rourke (qué bien me cae este tío en pantalla, con lo poco que me inspira fuera de ella) y Sam Rockwell (quien ya demostró su talento como intérprete en la sugerente “Confesiones de una mente peligrosa” o la fallida “Moon”, en la que de todos modos él estaba estupendo). Don Cheadle hace acto de presencia como sustituto de Terrence Howard en el papel de Jim Rhodes y uno apenas percibe la diferencia porque su personaje poco aportaba al conjunto en la primera parte y tanto de lo mismo en esta segunda (salvo la posibilidad de disfrutar en pantalla de la presencia de Máquina de Guerra, héroe segundón del universo Marvel que nunca ha sido santo de mi devoción). Completan el plantel actoral una cumplidora Gwyneth Paltrow que repite como Pepper Potts, Samuel L. Jackson y el propio Favreau (de nuevo como Nick Furia y Happy Hogan, respectivamente) y la incorporación de una explosiva (aunque insípida) Scarlett Johansson como la flamante Natasha Romanov. A la que, espero, veremos un poco más en futuras entregas del proyecto cinematográfico marvelita.


Es precisamente en este proyecto a gran escala, que derivará en 2012 en la película de Los Vengadores, donde “Iron Man 2” parece cargar las tintas de su argumento. Quizás también de aquí se derive su mayor flaqueza. Cuando aún quedan dos títulos por estrenarse para presentar a la plantilla vengadora al completo (“Thor” y “The first Avenger: Captain America”), “Iron Man 2” parece servir de capítulo intermedio entre la primera etapa de esta carrera por la franquicia definitiva (etapa que comprendía la primera entrega de las aventuras del vengador dorado y “El increíble Hulk” de Louis Leterrier) y lo que se augura como la gran traca final (que posiblemente esté dirigida por Joss Whedon, a tenor de los últimos rumores al respecto). Así, “Iron Man 2” se presenta no como una historia cerrada, sino como un tramo de obligado recorrido en una estructura narrativa mayor, minimizando su posible impacto como película autoconclusiva. Hay, es verdad, líneas argumentales con su presentación, su nudo y su desenlace, pero resulta bastante significativo que lo más comentado entre todos los que ya han visto la cinta sea esa escena incluida al finalizar los créditos que, en la sesión a la que yo asistí, hizo que una pandilla de varones treintañeros con (asumo) muchas horas de lecturas super-heroicas a sus espaldas jaleasen y brincasen de satisfacción con frenesí parejo al de la afición española tras la victoria sobre Alemania en la última Eurocopa de fútbol (así que si aún no habéis visto la peli tomad nota: hay que quedarse hasta el final de los créditos; sí o sí).


De la propia película, ¿qué conclusiones podemos extraer? Que es condenadamente divertida, que respira encanto marvelita por sus cuatro costados y que, pese a tener poca acción y mucho, muchísimo más diálogo de lo que uno esperaría de un blockbuster del palo, cumple con las cotas exigidas (exigidas por mí, se entiende) de espectacularidad, FX chulos, macarrada super-heroica y humor de perfil bajo. Sigue sin ser cine de auténtica entidad, pero esperar eso de “Iron Man 2” me habría parecido una insensatez. Tal vez ése sea un terreno (el de las grandes películas protagonizadas por super-héroes) sólo reservado para directores de la talla de Christopher Nolan. Una talla que a Favreau le viene grande, pero a la que tampoco parece aspirar.


Y, qué queréis que os diga: frente a vacíos ejercicios de ridícula épica infantiloide como “Los Cuatro Fantásticos”, “El Motorista Fantasma” o “X-Men Orígenes: Lobezno”, una película tan entretenida y que se toma tan poco en serio a sí misma como ésta no deja de parecerme un acierto, se mire por donde se mire.

sábado, mayo 01, 2010

Alicia: la de Burton, no la de Carroll.

Vaya por delante que no soy un gran fan de Tim Burton.

Después de completar una década sobresaliente entre 1989 y 1999 (“Batman”, “Eduardo Manostijeras”, “Batman vuelve”, “Ed Wood”, “Mars attacks!” y “Sleepy Hollow”), el realizador más sobrevalorado del cine actual se ahogó en el vaso de su propia genialidad y entregó una serie de cintas que parecían traicionar toda su obra precedente hasta la fecha. Si descontamos “La novia cadáver”, notable película de animación stop-motion que recientemente fue humillada (debido a una manifiesta superioridad) por “Los mundos de Coraline” de Henry Selick, bien podría decirse que del Burton pre-Ichabod Crane no queda ni rastro. Si acaso, su buena química con el actor Johnny Depp, siempre solvente incluso en medio del mayor de los despropósitos.


Es por ello que de la reciente “Alicia en el País de las Maravillas” no me esperaba demasiado. Tampoco ayudaron a mejorar mis pobres expectativas la infinidad de críticas (algunas más profesionales que otras, dicho sea de paso) que le daban palos por todas partes.

No deja de ser curioso, por tanto, que contrariamente a la mayoría de bloggers que divagan (cual servidor) sobre cine de actualidad, posiblemente ésta haya sido la película de Burton que más me ha gustado en mucho tiempo. No porque sea una gran película sino porque, siendo honestos, las otras han dejado mucho que desear (lo de “El planeta de los simios” fue directamente bochornoso).


Existen dos formas de afrontar el visionado de la Alicia de Burton. Ambas son perfectamente legítimas (o quizás no, aquí hay espacio para el debate), pero una está encaminada desde un buen principio a la decepción más absoluta: aquélla que parte de la obra de Lewis Carroll. La otra, basada en el presupuesto de que la película sólo se apropia de conceptos del original literario para hacer con ellos lo que se le antoje, puede traer consigo una inmerecida indulgencia, sí, pero también la posibilidad de disfrutar de una propuesta que de otro modo conseguirá que más de uno se rasgue las vestiduras. Un poco como pasaba con el "Sherlock Holmes" de Guy Ritchie, que poco o nada tenía que ver con las aventuras que su creador Conan Doyle firmó para el personaje.

Burton (junto a la guionista Linda Woolverton) se toma tantas licencias como puede para rescribir el País de las Maravillas como una suerte de Narnia, Fantasía o Nunca Jamás (los paralelismos con el vergonzoso “Hook” de Spielberg no son pocos, me temo) en la que la deliciosa ilógica demente de que hacían gala en los libros sus habitantes se ha visto sustituida por una mezcla de sentimentalismo Disney y majaradería típicamente burtoniana que tanto recuerda a sus mejores films (“Bitelchús”) como a los menos acertados (“Charlie y la fábrica de chocolate”).


Yo personalmente no he tenido ningún problema en asumir esta película como la Alicia de Burton y no la de Carroll. Y precisamente por eso me he pasado un rato entretenido visitando el País de las Maravillas de Burton (y no el de Carroll), esuchando las marcianas conversaciones entre el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo de Burton (no los de Carroll) o comprobando cómo la épica infantil de la saga de “Harry Potter” (ni de Burton ni de Carroll, sino de la Rowling) se colaba por la puerta trasera para dar las últimas pinceladas de comercialidad a una digna cinta fantástica, producto de su época, algo simplona, predecible y tal vez olvidable, que me llenó los ojos con un diseño de producción de matrícula de honor y los oídos con una banda sonora de las que ya no se le recordaban al señor Elfman (otro habitual del cine de Burton).


También es menester romper una lanza en favor del ajustado reparto, ya sea por aquellos actores que aparecen físicamente en la cinta como por los que prestan su voz (no sé cómo será el doblaje, yo la vi en V.O. subtitulada) a las criaturas recreadas mediante CG. Todos están estupendos (incluso Mia Wasikowska, de quien tan malas opiniones habia leído y a la que no obstante tenía bastante fe después de su excelente interpretación en la serie “In treatment”). Quizás huele un poco el exceso de protagonismo de un Johnny Depp cuyo personaje debería haberse quedado en la mitad de líneas de diálogo, pero supongo que hay ciertos peajes que uno debe pagar cuando rueda una producción de más de 200 millones de dólares.


Prefiero no pensar en qué podría haber salido de aquí si el Señor de los Gotiquillos se hubiese ceñido a lo dispuesto por Carroll sobre el papel. Tal vez hablaríamos en términos de “obra maestra” o “regreso triunfal” (el flashback donde se recrea el viaje original de Alicia al mundo inferior es sin duda el mayor acierto de sus dos horas de metraje), pero eso es algo que a estas alturas servidor ya no le demanda a Tim Burton. Con que me entretenga y no sienta que me han estafado los eurillos de la entrada ya me llega. Es triste pero cierto.

El 3-D, eso sí, totalmente innecesario (y la mayor parte del tiempo, inapreciable).