miércoles, abril 14, 2010

Vivir y morir en Nanking

En ocasiones ir al cine se convierte en una auténtica frustración. Entras en una sala a ver “Furia de titanes” y a las dos horas sales con cara de que te han tomado el pelo y te cabreas y maldices esa cinefilia tuya (que bien podría ser cinefagia) que te lleva habitualmente a ver (o peor, pagar por ver) truños de dimensiones más que considerables por los que desearías no haber sentido el más mínimo interés.

Otras veces, claro, experimentas cosas como “Ciudad de vida y muerte” y te reconcilias con el Séptimo.


Habría que señalar (con insistencia, además) que, Scorsese aparte, las cintas más brillantes que un servidor ha visto en pantalla grande en lo que va de 2010 han sido una alemana, una francesa y (la que hoy nos ocupa) una china. Suena a comienzo de chiste pero en realidad es una constatación bastante obvia de cómo se las gasta, a nivel cualitativo, el panorama cinematográfico actual.

“Ciudad de vida y muerte”, tercera película del realizador Lu Chuan (lo dice Filmaffinity, no hablo con conocimiento de causa) narra la toma de la ciudad china de Nanking por parte del ejército japonés en diciembre de 1937 y las posteriores aberraciones cometidas contra sus habitantes.


Con una estructura coral, aunque haciendo hincapié en los horrores presenciados por el joven soldado japonés Kadokawa (el cual se planteará, en comunión con el espectador, el sinsentido de las barbaridades que acontecen a su alrededor), la cinta resulta tan demoledoramente trágica como sorprendentemente poética e incluso hermosa, aún cuando lo inimaginablemente atroz (y sin embargo históricamente real) es el gran protagonista de lo narrado.

La pericia de Lu Chuan no se manifiesta en su vívido retrato del horror (que es contundente, sí, pero que por sí solo no sería más que pornografía genocida) sino en su capacidad para recordarnos el valor de la vida y componer un inesperado canto a la esperanza, algo muy difícil de imaginar, a priori, en el marco de absoluta degradación y espanto que presenta la película. Resulta por tanto perfectamente apropiado el lírico título de la cinta, resumen ideal para lo que uno acaba de echarse a los ojos y oídos durante las precedentes dos horas y cuarto de oscuridad (real y figurada).


Técnicamente, “Ciudad de vida y muerte” es un recital de aciertos cinematográficos. Tal vez no sea perfecta (los inicios son quizás algo dispersos y la cinta tarda un poco en empatizar con el espectador), pero en conjunto resulta una monumental producción que sabe sacar partido tanto al espectáculo panorámico de las escenas más grandilocuentes (la parte bélica está resuelta con el mimo del mejor Spielberg, referente ineludible de la película) como al gusto por el detalle más humano y personal (llevándose la palma el excelente uso del primer plano del soldado o la mujer anónimos, protagonistas no específicos del escalofriante episodio histórico).


La luz, la composición y el glorioso uso del blanco y negro se combinan para alcanzar cotas de belleza plástica que raramente experimenta uno en un film de factura reciente (aún cuando, curiosamente, está tan fresco el recuerdo de la última de Haneke, mencionada unos párrafos más arriba), mientras que la música aporta ese plus de emoción que viene a redondear los momentos más sublimes del conjunto.

Y es que no resulta descabellado afirmar que Lu Chuan nos ha regalado en “Ciudad de vida y muerte” algunas de las imágenes más sobrecogedoras, terribles y al mismo tiempo hermosas de cuantas veremos (estoy convencido) a lo largo del presente año cinematográfico: el gesto de absoluta compasión del soldado chino Jianxiong tras ser liberado de sus ataduras por el niño que lo acompaña, la pírrica victoria final del torturado Sr. Tang o, sobre todo, la subyugante y desgarradora escena del ofrecimiento colectivo de las mujeres son ya hitos del cine reciente, instantáneas perfectas que resumen el totum revolutum de infamia, ternura, horror, sacrificio, blasfemia, locura y esperanza que una vez se vivió en aquel infierno llamado Nanking.

4 comentarios:

charlie furilo dijo...

Si ya tenía ganas de verla, tu reseña me ha convencido del todo. No se cuando porque ahora voy jodidísimo de tiempo, pero esta la veré de una forma u otra.

Jero Piñeiro dijo...

No te la pierdas, Charlie. Sinceramente, dudo mucho que ahora mismo haya algo más interesante en cartel (exceptuando "Un profeta", que creo que aún está proyectándose en algunas ciudades...)

marguis dijo...

Como siempre tus palabras describen mucho mejor que las mías, sentimos igual, te lo puedo asegurar (a pesar de mi nota, ja, ja). Aunque esos principios dudosos y lentos creo que son herencia asiática, he visto muchas y la mayoría tienen principios como estos... aunque luego te compensan.
Saludos.

Jero Piñeiro dijo...

La verdad es que a mitad de película uno ya se olvida de ritmo y de fotografía y de todas las demás zarandajas técnicas y se ve arrastrado por el torrente emocional que emana de los personajes y sus tragedias. Y sí, el resultado total compensa cualquier desajuste en sus primeros minutos. También te deja un mal cuerpo... (pese a las notas de esperanza). Gracias por retomar esta entrada tan viejuna, lady Marguis ;)