miércoles, abril 07, 2010

Amor y lápices de colores

Tras la maravillosa sorpresa que hace unos meses supuso “El gusto del cloro” (el cual, por cierto, terminó en el podio de mis tebeos favoritos del 2009), servidor esperaba impaciente la publicación en nuestro país, de nuevo a cargo de Diábolo Ediciones, de la siguiente obra de Bastien Vivès como autor completo: “En mis ojos”. Aclaro lo de “autor completo” porque hace apenas unas semanas la misma editorial presentó también en España su colaboración con el guionista Merwan en el primer álbum de la serie “Por el imperio”, de la que todavía no puedo emitir opinión alguna.

Volvamos, por tanto, sobre “En mis ojos”.


Hoy, apenas unos días después de su llegada a las tiendas, decidí procurarme el placer de leerlo a solas en mi habitación, con una taza de té sobre la mesilla de noche, las ventanas cerradas y las contras impidiendo el paso del sol y la única iluminación de una lámpara de flexo sobre la cabecera de mi cama, en una atmósfera íntima perfecta para adentrarse en el universo emocional del jovencísimo autor galo. Y, al igual que me ocurrió con “El gusto del cloro”, nada más concluir la fugaz primera lectura del tebeo me vi obligado a comenzar de nuevo desde la página uno y recorrer, ya con una perspectiva global, las viñetas de esta sensible, sencilla y empática historia de amor en busca de todo detalle (sutil pero relevante) que se me hubiese podido escapar en ese primer acercamiento.


El planteamiento de “En mis ojos” es, como poco, arriesgado: la narración tiene lugar desde un punto de vista exclusivamente subjetivo, viendo y escuchando el lector lo mismo que un protagonista cuyo nombre nunca conoceremos y al que jamás veremos el rostro. Tampoco oiremos lo que éste dice, estando obligados a rellenar esos fragmentos de diálogo con nuestras elucubraciones personales (algo que Vivès ya había propuesto anteriormente con el deletreo subacuático que tanto daba que pensar en “El gusto del cloro”). Sí sabemos que nuestro alter ego es un muchacho joven, presumiblemente veinteañero, que acude a la biblioteca universitaria a realizar algún tipo de trabajo o estudio (¿dibujar, quizás?) y que allí conoce a una chica pelirroja que a partir de ese momento se convertirá en el centro de su/nuestro universo.


Si algo logra Vivès en esta obra es que el lector se sumerja tan vívidamente en lo relatado que, en cuestión de apenas una decena de páginas, la línea divisoria entre observador y protagonista se difumina hasta el punto de haber caído un servidor perdidamente enamorado de la chica en cuestión, de su sonrisa traviesa y su rubor inesperado, de su pelo juguetón, su elegante lenguaje corporal, su embelesadora forma de bailar o el suave (¿cómo puedo saber que es suave?) tacto de su piel. La sinestesia, de nuevo, se alía con los hechos relatados para transportarnos al interior de un personaje a través del cual conoceremos el nerviosismo de las primeras miradas cruzadas, la abstracción casi religiosa de la contemplación de la belleza silente y sentiremos celos, confusión o excitación, en un ejercicio de estilo muy próximo a lo que debería uno experimentar con un dispositivo de realidad virtual.


Nada de esto sería posible, por supuesto, si Vivès no fuese un artista soberbio. El acertado sentido del ritmo, la inteligentísima sutileza del guión y el fascinante uso casi impresionista del color (magnífica la forma en que los personajes y escenarios se difuminan y desenfocan en vibrantes trazos de lápices de colores según el interés, la concentración e incluso el estado de ánimo del protagonista) se suman al estilo ágil y aparentemente descuidado de un dibujante que consigue captar como pocos la intensidad de una mirada o el huidizo hálito mágico, casi milagroso, de un gesto tan cotidiano como beber un sorbo de agua o anudarse al cuello una bufanda.

Podría acusarse a Vivès de no atreverse a dar un paso más en lo puramente literario; de conformarse con relatar la misma historia que en “El gusto del cloro” (chico conoce a chica y protagonista y lector se enamoran de ella como los gilipollas que son) y prácticamente con los mismos recursos de guión, pero por cierto que esto pudiera ser, en ningún momento consigue empañar el inmejorable sabor que “En mis ojos” le deja a uno en el paladar viñetero después de esa primera lectura cuyo recuerdo no le abandona durante el resto del día. Sería como afirmar que el primer beso que le das a tu novia es exactamente igual que el último que le diste a tu ex.


No lo es, claro, porque besar no es sólo juntar los labios.

8 comentarios:

Nemo dijo...

Creo que más que un comentario me va a salir una confesión, pero es que con Vivès tengo sentimientos contradictorios. No niego su arte con los lápices, ni su buen hacer a la hora de contar una historia. Su manera de medir el ritmo, ni su puesta en escena. Pero no soporto la desazón que me embarga cuando acabo de leer sus historias. No sé hasta qué punto me interesa lo que me ha contado, ni siquiera estoy seguro de saber lo que me ha contado. No tengo claro que sea necesario ese derroche (de belleza, sí, pero sin chicha detrás) para que al final hay tan poca historia. O tanta, porque al fin y al cabo en El Gusto del Cloro cuenta una inmensa historia de amor. Pero a uno se le queda la misma expresión de idiota que a su protagonista. Tal vez sea porque ya haya pasado por lo mismo que acabo de leer y no necesite que me lo vuelvan a contar, tal vez sea porque ahora estoy otra vez en esos primeros pasos del enamoramiento hasta la médula y me fastidia revivir esa experiencia desasosegante, me incomoda el reflejo de lo que estoy viviendo retratado de forma que no me aporta nada. Y divago, pero sí, insisto, unas obras muy hermosas, que acaban pareciéndome sobrevaloradas. Una puñetera sensación de que no es para tanto. O de que me prefiero irme a sentir en vivo esa embriagante y a la vez dolorosa emoción en lugar de leerla a lo largo de 90 páginas.

Jero Piñeiro dijo...

Quizás convendría no confundir lo pequeño con lo escaso. Que sean breves narraciones sin un final cerrado a cal y canto no me parece en ningún caso un defecto, ni mucho menos una "ausencia de chicha". Me gusta pensar que el comic puede ofrecer tanto grandes obras épicas, descomunales novelas-río, como esta clase de mapas de los sentimientos humanos que apenas pueden ser considerados "historias".

A mí estas dos obras de Vivès ("El gusto del cloro" y "En mis ojos") me subyugan (sí, ésa es la palabra) porque realmente me transportan a otras vidas (no demasiado alejadas de la mía) y me hacen sentir lo mismo que sus protagonistas, reviviendo aquello que una vez también fue el epicentro de mi universo. Leyéndolas, me enamoro de la nadadora misteriosa y de esa pelirroja con las emociones siempre a flor de piel con la misma intensidad y fascinación con la que lo hice en el pasado de una persona de carne y hueso.

Por supuesto, uno es totalmente libre de prescindir de ambas historias si prefiere, por decisión propia, no involucrarse en amores ficticios cuando tiene a su lado un amor de verdad (recibe mi más sincera y sanamente envidiosa enhorabuena, por cierto), pero me parece tan legítimo (y rebatible, por otro lado) como obviar la lectura de "Maus" porque mi abuelo haya sobrevivido a un campo de concentración (una analogía extrema, lo sé, pero que espero sirva para ilustrar el asunto en cuestión). En mi opinión eso no invalida en absoluto el tebeo, tan sólo es una opción personal de cada lector...

Técnicamente, por otro lado, sí me parece que la obra de Vivès (al menos estas dos, ya digo que no he leído "Por el imperio") es prácticamente incuestionable. De hecho, estoy convencido de que es el "cómo" y no el "qué" lo que consigue producir ese "desasosiego" y esa "belleza" que no dudas (ni tampoco yo) en atribuirle a su trabajo.

Lo de la expresión de idiota que se le queda a uno al final de "El gusto del cloro" debería sumarse a la columna de los méritos de Vivès, al igual que la última página de este "En mis ojos", que reavivó esa sensación incómodamente familiar que aún persiste en la parte del cerebro donde guardo bajo candado y llave mis recuerdos sentimientales...

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Ya me fijé en El gusto del cloro, pero no me acabé de decidir. Ahora, al ver esas viñetas tan bonitas, me está entrando mucho por el ojo y quizás le de una oportunidad a este autor. Esta tarde los ojearé en la fnac, si los encuentro (la fnac de valencia, en cómics, a veces da espanto de lo poco qué se encuentra, y en un estado de conservación espantoso..)

Nemo dijo...

Cada vez tienen más cosas, pero las novedades les suelen llegar con retraso. La FNAC está bien para hojear, pero son infinitamente mejores cualquiera de las librerías que hay alrededor.

Jero Piñeiro dijo...

Sergi: una cosa positiva (en tu caso) de estos dos tebeos es que si los encuentras en la FNAC los puedes leer en apenas 10 minutos cada uno. Yo lo hice con "El gusto del cloro" y ni siquiera llegué a buscar asiento. Empecé a hojear las primeras páginas y cuando me di cuenta ya me lo había ventilado enterito al lado del expositor donde lo cogí, de pie. Por supuesto, yo les daría una oportunidad a ambos; ya ves lo mucho que me han gustado ;)

Por otro lado: ha salido el quinto de "Scott Pilgrim" en castellano, poniendo la serie al día respecto a la edición americana. A ver si me lo leo esta semana, que reconozco que me apetece un montón, jejeje...

Nemo dijo...

Sin ser un defensor a ultranza de El Gusto del Cloro, creo que el error es precisamente leérselo en 10 minutos. En un comic no se leen sólamente las palabras.

Jero Piñeiro dijo...

Totalmente de acuerdo, Nemo. O no.

Porque lo cierto es que estando allí en el centro comercial con el tebeo en las manos, el acelerado ritmo de lectura se impuso porque un servidor necesitaba saber más, llegar al final para ver cómo terminaba aquello. Y me lo leí del tirón (muy por encima, si quieres), y me lo llevé a casa y me lo releí diez minutos después, parándome más en cada página y en cada viñeta y en cada expresión de los personajes.

Me sucede muchas veces que leyendo un comic me abstraigo totalmente de los recursos narrativos o del detalle del dibujo y simplemente me sumerjo en la historia y ésta me arrastra con tal fuerza que no consigo refrenar el impulso de avanzar rápidamente por sus páginas. Me ocurre a menudo con "Los muertos vivientes", cuyos tomos me leo siempre en un visto y no visto, por ejemplo. Y reconozco que es una sensación que me gusta, la de sentirme arrastrado por la narración. Uno puede pasarse horas (literalmente) admirando una plancha de "Little Nemo", "ACME Novelty Library" o el "Génesis" de Crumb, pero yo sé que en una primera lectura de obras como "Miracleman", "Akira", "Píldoras azules" o "Un poco de humo azul" (por poner ejemplos muy diferentes entre sí) me resulta imposible contener la frenética necesidad de avanazar a toda pastilla. Para eso están las relecturas sosegadas... en las que Vivès, por cierto, incluso mejora la fantástica impresión inicial.

Algo parecido me ocurre con el cine: las películas que más me han impactado a lo largo de mi vida han sido aquellas en las que, mientras las veía, me olvidaba de si la cámara estaba haciendo esto o lo otro, o si la fotografía tenía tal o cuál característica. Simplemente seguía a los personajes y sus emociones sin ver entre bambalinas la mano humana de un guionista o un realizador. Un ejemplo claro es el de "El curioso caso de Benjamin Button", en el que al terminar de verla por primera vez no fui capaz de argumentar si tenía una buena banda sonora o no porque para mí la película había sido un todo.

Otro ejemplo: ahora que estoy cursando un máster de animación 3-D valoro mucho más el trabajo del estudio Pixar, porque mientras con las pelis de Dreamworks o la Fox no dejo de pensar en cómo han resuelto tal o cual escollo técnico, cuando me pongo a ver "Ratatouille" o "Up" la parte analítica de mi cerebro automáticamente se apaga y me creo totalmente lo que se me cuenta y lo vivo con una intensidad absoluta.